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Arte clásico en la intimidad de las bodegas de Jerez de la Frontera (Cádiz, Andalucía, España)

Arte clásico en la intimidad de las bodegas de Jerez de la Frontera (Cádiz, Andalucía, España)

Un viaje al Sur nos lleva en esta ocasión a visitar una exquisita y singular pinacoteca situada en el corazón de la ciudad de Jerez, al lado del Palacio de Riquelme y junto a las murallas medievales que delimitaban el recinto urbano. Allí, en las Bodegas Tradición, el visitante se encuentra con un espacio expositivo inimaginable que recorre la historia de la pintura española desde el siglo XV hasta los albores del XX a través de algunos de nuestros primeros pintores y de otros no tan conocidos pero igualmente imprescindibles para conocer la evolución del arte clásico español.


Imagen: Corredor de la pinacoteca con los Retratos de Carlos IV y María Luisa de Parma, de Goya, al fondo.


Las catedrales del vino de Jerez buscan la altura de los vientos que favorecen la crianza al modo tradicional. Se respira la atmósfera y se siente el aroma de los viejos cascos de bodega y el recuerdo de las barricas de roble del siglo XVIII. El visitante accede a través de la sacristía -el lugar sagrado donde el bodeguero resguarda los mejores vinos tras verjas de hierro- a dos amplias naves que, con sus artesonados de madera, la tenue luz, el solado de losa de Tarifa y albero compactado reproducen el ambiente de las bodegas.


No es un museo, es un recinto de clausura que por un recorrido húmedo y silencioso de pasos interiores, patios y almizcates se comunica con las bodegas donde reposan vinos de más de treinta años. Idea feliz la de instalar la colección en un entorno expositivo tan particular, en el que las obras gozan de espacio, distancia, aire y altura para que el espectador las disfrute con intimidad y cercanía. Nada que ver con la arquitectura enológica de diseño ni con las instalaciones de arte comercial a la moda.


Recorrido por la muestra


Vamos a fijarnos en algunas obras. Empecemos por una magnifica tabla de la Anunciación, del siglo XVI de Nicolás Borrás, fraile jerónimo de Gandía y discípulo de Juan de Juanes. A su lado, las Anunciaciones de Antonio de Pereda y de Juan Simón. Del siglo XVII, Limones y azahar sobre mesa de Pedro de Camprobín, un bodegón escueto y refinado, de pequeñas dimensiones, de este discípulo de Luis Tristán y competidor de Juan de Zurbarán.


El barroco está muy bien representado con cuadros como La curación del paralitico de Pedro de Orrente, Jardín con florero, granadas, aves y un conejo, bodegón de composición compleja de Thomas Hiepes, Racimo de uvas del misterioso Juan Fernández Labrador o el extraño Diógenes, de Miguel March, hijo de Esteban March, que sigue esa corriente de la pintura española del XVII de desmitificar a figuras famosas de la antigüedad clásica, como hizo Velázquez en varias ocasiones. Sobresalen la Virgen de Zurbarán y una estremecedora Cabeza de Cristo, atribuida actualmente a Zurbarán y antes a Murillo.


Ya en el siglo XVIII, se puede admirar una bella Inmaculada Concepción (1787) de Mariano Salvador Maella y una Piedad, de brillante colorido y grandes dimensiones, de José Camarón, uno de los escasos exponentes de la cultura artística del rococó en España que tanto se expresa en un misticismo posbarroco, como en obras del ambiente de la Francia de Maria Antonieta. Camarón, Paret, incluso Meléndez en lo suyo -pero nunca Maella- son, sin saberlo, los hijos o nietos de los grandes artistas que sembraron de suavidad la pintura francesa del XVIII.


Tras el recorrido por los pintores valencianos -Orrente, los March, Hiepes, Camarón y Maella-, el dieciocho finaliza con tres obras de Goya. Un pequeño e interesante San Juan Nepomuceno, del período juvenil, que encierra algunas claves del posterior desarrollo del genio aragonés y la pareja de retratos reales a tamaño natural pintada en 1800, que proceden del Palacio de Aladros y de la colección del Marqués de Casa-Domecq: Carlos IV, con esa faz rubicunda y vulgar que el pintor no disimula y Maria Luisa de Parma. Muy cerca, aún pendiente de ser colgado junto a las obras de su época, reposa el bellísimo retrato de la Marquesa de Ariza, obra principal de Esteve, firmado y fechado en 1796.


El paisajismo romántico andaluz del siglo XIX está representado por Manuel Barrón, uno de los artistas más importantes de esa escuela, con Vista de Sevilla desde el Guadalquivir y en un Paisaje con lavanderas de Martin Rico. De Eduardo Rosales, seguramente el pintor español más importante del siglo, la colección alberga La Muerte de Cesar (c. 1870), de estructura similar a su gran obra La muerte de Lucrecia. Raimundo de Madrazo, sin la calidad de sus ancestros, fue autor celebrado del retrato realista, del que es muestra Pierrette (c. 1889) cuyo modelo es la famosa Aline Masson, musa del artista.


Aún quedan varias sorpresas. La rendición de Granada, de Francisco Pradilla Ortiz, es una réplica -no un boceto- firmada en Roma por el autor del celebérrimo cuadro que cuelga en el Senado de Madrid. La reducción al 30% dota a la obra de la escala apropiada para que el espectador pueda admirarla de cerca. De Pradilla es también Anhelos (1916), bello retrato a la antigua de una damisela del siglo XV.


De la sección del XIX y principios del XX, se exhibe un extraordinario lienzo de Eugenio Lucas Villaamil, Carnaval en Cibeles (1894), moderno en concepto y ejecución, de cromatismo brillante, que representa uno de los famosos martes de carnaval madrileños de la época.


Un conjunto de obras seleccionadas con esmero, mimo y paciencia, con rigor y criterio, como se crían los buenos vinos. Me gustaría, destacar el ejemplo de coleccionismo privado, la fuerza de la sociedad civil: la sed de aprendizaje y la pasión del coleccionista selectivo, el acierto en la elección, la generosidad de adquirir y conservar obras de arte, de prestarlas y de abrir al público de forma permanente una colección de culto.



Fuente : Rafael Mateu de Ros; Expansión; Madrid; 13/05/2017: Arte clásico en la intimidad de las bodegas de Jerez de la Frontera (Cádiz, Andalucía, España)...
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