El bizco que pintaba como los ángeles
Cuenta la leyenda que cuando Francesco Barbieri era un bebé y estaba durmiendo plácidamente en su cuna, al cuidado de una nodriza, se produjo en la casa un accidente doméstico acompañado de un fuerte estruendo. El susto provocó que aquel niño nacido en 1591 sufriera una convulsión a causa de la cual el ojo derecho se le desvió, convirtiéndose en estrábico. A partir de aquel momento fue apodado así: Guercino (bizco, en italiano). Y es así como ese artista, uno de los grandes pintores del barroco italiano, ha pasado a nuestros días.
El Palacio Barberini de Roma consagra ahora una exposición a Guercino que reúne 36 de sus obras maestras (17 de ellas prestadas por la Pinacoteca de Cento) y a través de las cuales es posible recorrer la dilatada carrera de este artista que comenzó a pintar siendo un niño, que no dejó de hacerlo hasta su muerte a los 75 años y que en durante sus más de 60 años de actividad se convirtió en el más prolífico de todos los artistas del barroco italiano.
Tan relevante y tan inmenso fue el talento del Guercino que hasta gigantes de la talla de Diego Velázquez no dudaron en visitar la pequeña Cento (su localidad natal, a 28 kilómetros de Bolonia) para poder estrechar la mano del eminente pintor, a quien su maestro, el artista Ludovico Carracci, no dudó en calificar de "monstruo de la naturaleza".
Con todos esos antecedentes no es de extrañar que cuando el boloñés Alessandro Ludovisi fue elegido Papa en 1621 con el nombre de Gregorio XV llamara a su muy admirado Guercino a Roma prara encargarle la decoración del Casino Ludovisi, el palacio de la familia. En el techo de la sala central del Casino Ludovesi Guercino pintó a la Aurora, representada por una joven diosa sobre un carro tirado por dos caballos que huye de la Noche.
Y el salón noble del palacio lo decoró con frescos representando la Fama, el Honor y la Virtud. Guercino pasó en total dos años en Roma. Y si no pasó pasó más fue porque el Pontificado de su gran mecenas en la Ciudad Eterna, el Papa Gregorio XV, sólo duró dos años.
Pero, además, de su maestría, al Guercino hay que reconocerle también una gran prudencia como contable y gestor. Al menos eso es lo que asegura Fausto Gozzi, director de la Pinacoteca Cívica de Cento y comisario de esta exposición junto con Rosella Vodret.
"De sus libros de contabilidad emerge información de gran interés. Como que, por ejemplo, que entre la señal que cobraba antes de empezar una obra y el pago final pasaba al menos un año, en gran medida porque trabajaba hasta en 12 cuadros a la vez", subraya este especialista.
Los precios del Guercino variaban según la dificultad que exigiera el trabajo. Por un cuadro con una figura completa cobraba 100 ducatones, 50 por los retratos de medio cuerpo y 25 por los de sólo la cabeza.
"Los ingleses hacían largos viajes para acudir a comprarle", señala Gozzi. Pero Guercino también gustaba mucho en Roma. De hecho, y para conseguir encandilar a la ciudad eterna y a la corte papal, el artista no dudó en cambiar de estilo y en buscar una vía de en medio entre el 'caravaggismo' y la sugestión clásica. Gracias, en gran medida, a una paleta muy cromática encabezada por el azul lapislázuli (que, dado su elevado precio, se hacía pagar a parte).