Los Museos se vacían de contenido.
La debacle de la financiación pública asfixia los centros de arte, obligados a organizar menos exposiciones y a congelar la política de compras La comunidad de Murcia, que ha perdido 100 millones de presupuesto en Cultura en tres años, se erige en paradigma.
La muerte por asfixia amenaza a los museos españoles. Podría sonar a alarmante diagnóstico del actual estado, pero dista mucho de ser una exageración. Profundamente dependientes de la financiación pública, los gestores de centros expositivos de toda España temen el nuevo recorte que se avecina con la presentación de los Presupuestos Generales del Estado, prevista para principios de abril. Una tijera que en el caso de los órganos dependientes de las comunidades autónomas (ahogadas en déficit y ante la exigencia de un recorte de 16.000 millones de euros) es más escalofriante si cabe.
La consecuencia de la falta de dinero es el vaciado del contenido a los centros. Las muestras se alargan como un chicle, la política de compras queda congelada, las programaciones de actividades en torno a las puramente expositivas se resienten y las publicaciones se convierten en un lujo difícil de justificar. Un ejemplo de todo esto es el del Musac de León, que se erigió tras su apertura en 2005 en símbolo de los sueños de modernización de un país por la vía del arte contemporáneo y de las subvenciones.
Algo menos difícil lo tienen los grandes museos nacionales, como el Prado o el Reina Sofía, cuyo estatus de entes autónomos les permite respirar gracias a los recursos que obtienen por la venta de entradas, catálogos y souvenirs, amén de la entrada más o menos decisiva de dinero privado en forma de patrocinio de grandes empresas. En ese sentido, la Ley de Mecenazgo prometida por el PP, y que facilitará esa relación, se espera con ansiedad y cierta desconfianza por el sector.
El ámbito de las fundaciones no es menos relajado. Dos ejemplos: en la de Caja Madrid prima la obra social en detrimento de sus actividades artísticas. Y CaixaForum parece ser la única entidad que, lejos de sufrir recortes, aumenta su presupuesto para este año (69 millones, frente a los 64 del anterior).
Como un resumen de lo que pudo ser (y casi fue) se sitúa toda una comunidad: la de Murcia. Otrora, ejemplo de la alegría con la que se destinaba el dinero a la creación de espacios artísticos y a la programación de grandes nombres, hoy, la región está llena de centros que nacieron con grandes esperanzas y languidecen con una programación que no es ni la sombra de la de hace dos años.
Es el caso de La Conservera, centro de arte contemporáneo (porque es este el que más está notando la crisis) de Ceutí, a pocos kilómetros de la capital, al que se llegó a denominar en los tiempos del esplendor, y con ironía, como el MoMA de la huerta.
Esta semana pasada, el consejero de Cultura de la Región de Murcia, Pedro Alberto Cruz, puso en marcha una medida drástica para conseguir micromecenazgos. La iniciativa consiste en pedir 500 euros a un millar de empresarios de la zona para evitar la defunción de sus instituciones culturales.
El consejero de Murcia opina que las estrategias de ahorro son imposibles. Cruz es de los que teme que el inminente tijeretazo (ya ha pasado de 140 millones en 2008 a los 42 actuales) ponga en peligro los mismos equipamientos. Para él, la situación es tal que el objetivo ya no es optar por la mejor programación, sino sobrevivir y encontrar recursos extrapresupuestarios que impidan la aniquilación de proyectos vitales en su región.
El consejero de Murcia opina que las estrategias de ahorro son ya imposibles y que se ha llegado a un punto límite en el que el siguiente paso es echar la persiana. Mientras, detalla un panorama inquietante: las actuaciones que vienen al Auditorio y Centro de Congresos llegan todas a taquilla; el Centro Párraga ha optado por una o dos actuaciones internacionales por cuatrimestre, y nada más; La Conservera programa ciclos de seis meses para evitar gastos; la Filmoteca se autofinancia con la taquilla de cada proyección; CENDEAC está trabajando más en la creación de redes de conocimiento que en la programación pura y dura. La idea es reducir a un "mínimo estratégico", que reduzca drásticamente el número de actuaciones, pero mantenga la excelencia de las pocas que se realizan.
Y entretanto, situaciones como las del paradigma murciano se repiten por todas partes, en un síntoma inequívoco de que el modelo ha cambiado y urge inventárselo todo de nuevo.