Retrato íntimo del amor de Sorolla.
El museo del pintor inaugura una muestra dedicada a su esposa Clotilde.
Cuando era un estudiante, Joaquín Sorolla empezó a trabajar en el estudio de fotografía que Antonio García, el padre de un amigo, tenía en Valencia. Allí se dedicó a colorear fotografías (aun no existían en color), lo que determinaría la peculiar mirada de su obra. Y también conoció a una hija del fotógrafo, Clotilde García del Castillo. Los dos eran adolescentes y desde entonces no se separaron. Ahora, una exposición en el Museo Sorolla, Clotilde de Sorolla, rinde homenaje a esta mujer que lo fue todo para el pintor: su esposa, su musa, su modelo favorita, la madre de sus tres hijos y hasta su minuciosa contable, como se aprecia en alguno de los libros de cuentas que se puede contemplar en la muestra hasta el 14 de octubre.
La exposición, que reúne 34 lienzos, 40 dibujos, 49 fotografías y algunos objetos personales, ocupa la primera planta del museo, que correspondía a la zona privada y los dormitorios de este edificio de corte clásico que en vida del matrimonio fue vivienda y taller, junto a un magnífico jardín inspirado en Granada, que el pintor supervisó hasta el último detalle.
La obra que realizó desde que la pareja se conoce hasta que el joven matrimonio se traslada a Asís y nacen sus tres hijos, ocupa el ámbito denominado Intimidad, que se extiende más o menos hasta 1900. Dibujos en los que se ve a Clotilde mirando por la ventana, cosiendo o con alguno de sus hijos y, sobre todo, leyendo, de lo que se deduce que o bien era una gran aficionada a la lectura o era una manera cómoda y descansada de posar (o ambas cosas a la vez), según apunta la conservadora del museo, Almudena Hernández de la Torre.
Óleos como Clotilde con los hijos el día de Reyes (1897-1890) o la chinesca La celosa (1895) (en la que están la hija pequeña y la mayor: se supone que ésta es la celosa); fotografías que el padre hace a una joven Clotilde ataviada de valenciana o de novia vestida de negro (costumbre de la época) y de cada uno de los hijos, María, Joaquín y Elena recrean la vida cotidiana de la primera época del matrimonio.
La Musa cuenta la faceta de Clotilde como modelo predilecta del pintor. Posa continuamente para él. Sorolla acude ya entonces a exposiciones nacionales e internacionales con el fin de conseguir encargos y en la carpeta que lleva para mostrar su trabajo aparecen numerosos retratos de ella. Pero también fue modelo anónima de alguno de sus estudios, como el dibujo Estudio del natural (1905), cuyo cuadro compró el Museo Metropolitano de Nueva York.
Y aunque no está ese retrato final sí que se muestra la fotografía en la que él sale pintándola, aunque luego cambiara la composición. El único desnudo que se expone, Desnudo de mujer (1910) “parece evidente” que es Clotilde, destaca la conservadora, “pero no figura en el título porque no parecía muy propio del momento".
Sorolla fue a partir de 1900 un pintor de éxito y Clotilde tuvo que asumir el papel de mujer de hombre famoso. Por eso el siguiente apartado lleva por título La mujer del gran artista, que llega hasta 1920, cuando el pintor sufre una hemiplejia. Hasta llegar ahí, en las obras de estos años se percibe el ascenso social y económico del matrimonio a través de las actitudes, los vestidos, la casa, el jardín… Y en las escenas de playa a las que durante este periodo se dedica en cuerpo y alma.
La exposición reúne 34 lienzos, 40 dibujos, 49 fotografías y algunos objetos personales. El matrimonio mantuvo a lo largo de su vida una intensa actividad epistolar y se exponen algunas de sus cartas en las que Clotilde, por ejemplo, le dice lo mucho que le echa de menos cuando al despertarse se encuentra la cama vacía, y los cuadernos donde ella (Sorolla la llamaba “mi ministro de hacienda” apuntaba los títulos y las valoraciones, documento ahora capital para los documentalistas. También se exponen otros objetos, como algunos collares o una preciosa blusa de seda atribuida a Fortuny con la que Sorolla le pintó un pequeño retrato también expuesto.
La crónica íntima y familiar de la vida de la pareja y sus hijos termina en la pequeña habitación dedicada a La Fundadora del Museo. Es la época final y la culminación, en la que se adivina una gran historia de amor. Sorolla acaba de sufrir la hemiplejia que le impide volver a pintar. Clotilde con mantilla, un retrato en el que está vestida totalmente de negro, como una premonición ante su pronta viudedad, preside la estancia entre fotografías del entierro multitudinario del pintor en Valencia y otros documentos junto a uno de los últimos retratos da Joaquín, su hijo, que sería el primer director del museo inaugurado en 1932, gracias, una vez más, a la decisiva intervención de esta mujer que en los tres años que le sobrevivió convirtió la casa familiar en un lugar de memoria.