Roberta, mucho más que la hija de Julio González
El IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno, Valencia), que acoge una parte esencial del legado de Julio González, ha presentado el pasado día 14 de marzo una revisión de la obra de su hija Roberta (1909-1976), en la mayor muestra antológica que se le ha dedicado hasta la fecha y en la que, por primera vez, se invierte el orden y es Julio quien acompaña a su hija.
La exposición "Roberta y Julio González", que reúne 108 obras, abarca desde sus primeros dibujos, en los que se reflejan las enseñanzas paternas, hasta los últimos cuadros en los que brilla su plena autonomía plástica. Las pinturas y dibujos de la artista envuelven las esculturas de su padre en las salas que el museo le dedica permanentemente.
El recorrido comienza precisamente por el final, con los formatos grandes de la etapa de madurez de Roberta. Las siguientes salas abordan las recurrentes cuestiones temáticas, como los torsos, las máscaras o el tema de Leda, que fueron vertebrando su trabajo hasta su muerte en 1976.
Las esculturas de torsos, cabezas o mujeres sentadas de Julio González presentes en estas salas subrayan el origen de las inquietudes estéticas de su hija. Sin embargo, esta influencia paterna es más evidente en la última sala, donde las esculturas del padre coinciden cronológicamente con los dibujos, pasteles y gouaches de los inicios de su hija.
Roberta González fue el último eslabón de una familia de artesanos y artistas catalanes afincados en París que tuvo en Julio González a su miembro más destacado. Como hija preservó y difundió el legado de su padre. Sin embargo, no sólo asumió con gran responsabilidad la custodia de un conjunto escultórico excepcional, sino que compaginó esta tarea con una trayectoria artística propia.
Se educó en un ambiente familiar propicio para dedicarse por completo al arte, un entorno de autosuficiencia creativa, siempre rodeada de artistas como Picasso, Torres-García o Brancusi. Alumna de la Academia Colarossi, sus primeras obras se inscriben bajo una estricta influencia paterna que, con la insistencia en la observación del natural, marcaría el desarrollo de su propio estilo a lo largo de toda la vida. En el taller de su padre conoció, en 1937, al joven pintor Hans Hartung, uno de los impulsores de la abstracción en Europa, que se convertiría en la segunda referencia fundamental en su obra, a la vez que en su marido.
Se ha dicho que fue una artista que vivió entre dos mundos. Su trabajo discurrió entre los polos aparentemente antitéticos que representaban su padre y su marido. Entre la referencia necesaria a la naturaleza y las posibilidades expresivas de la abstracción sintetizó un lenguaje plástico rico en recursos, muy sugerente, fuertemente experimental y profundamente personal.
Se trata de una propuesta sincrética que permite conciliar las tensiones entre abstracción y figuración, una manifestación propia del momento histórico que resulta esencial para comprender mejor el amplio panorama del desarrollo del arte abstracto a mediados del siglo XX.
Sin embargo, las circunstancias históricas y los acontecimientos autobiográficos limitaron sustancialmente la difusión de su obra. Asímismo, la sombra de Julio González y la de Hans Hartung han eclipsado de forma reiterada el alcance de las aportaciones que hizo al desarrollo de la pintura de su momento.
Las exposiciones póstumas realizadas hasta la fecha han ofrecido visiones muy parciales o la han destacado insistentemente en el contexto familiar. El IVAM propone ahora la exposición antológica más completa dedicada a esta artista; pero, por primera vez, se invierte el orden y es Julio quien acompaña a su hija.