Los secretos de Santa Clara
El Ayuntamiento de Sevilla se plantea continuar la rehabilitación del conjunto.
Aunque abierto al público desde febrero del pasado año y sede de exposiciones, conciertos, obras de teatro y congresos, el Real Monasterio de Santa Clara, en Sevilla, es todavía un gran desconocido. Y es que ocho siglos de clausura dan para mucho, especialmente si el convento se levanta en lo que en el siglo XII era un palacio almohade y, un siglo más tarde, se convierte en residencia de uno de los hijos del rey santo, Fernando III, el infante don Fadrique. El conjunto, con casi 8.500 metros cuadrados, guarda aún secretos como los restos de yeserías del primitivo palacio almohade o una cocina del siglo XVIII que conserva prácticamente intactos los azulejos tipo Delft que las monjas escogieron para decorar esta estancia, destinada a las viudas que optaban por la vida monacal y se instalaban en el convento, con servicio doméstico incluido. La cocina, con su cantarero, su piletilla, su montacargas y sus alacenas forma parte del 64% del conjunto monumental que todavía no se ha rehabilitado. El Ayuntamiento de Sevilla destinó cinco años, de 2005 a 2011, y seis millones de euros para rehabilitar un 36% del vasto complejo, 3.000 metros cuadrados de los espacios principales, especialmente en la planta baja. El reto ahora es poder abrir al público la parte más íntima del convento.
“La intención de la delegada de Cultura —María del Mar Sánchez Estrella— es acometer la rehabilitación cuanto antes. Santa Clara es una preocupación máxima del Consistorio, pero a nadie se le oculta que no son tiempos buenos y antes necesitamos encontrar fuentes de financiación”, explicaba ayer Benito Navarrete, director de Infraestructuras Culturales y Patrimonio del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS). Navarrete estima que las obras, que se acometerán por fases, comenzarán el año próximo con una intervención de urgencia en el compás de la entrada principal del convento, la portada ubicada en calle Santa Clara que da acceso a la iglesia, todavía propiedad de la Iglesia.
“Son azulejos del siglo XVIII tipo Delft pero hechos en Triana con motivos de montería, una decoración muy tradicional para las zonas de servicio porque cada azulejo es un tema y daba igual la superficie a recubrir. Casi todas las piezas son recuperables, presentan un buen estado pero están en una situación de riesgo hasta que no se acometa la restauración”, afirmó ayer Alfonso Pleguezuelo, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla y especialista en la materia.
“La cerámica de Sevilla siempre ha sido el resultado de un cúmulo de influencias exteriores. En el siglo XVI causaba furor la cerámica de Manises; en el XVII fue la de Talavera y, un siglo después, le tocó el turno a Holanda con sus famosos azulejos hechos en Delft. Sevilla era puerto de salida de todo este material hacia América, así que para abaratar costes en lugar de traer los productos se fabricaban aquí, en Triana, siguiendo estos modelos pero no con la intención de falsificar. A veces fueron artesanos de estos lugares que se instalaron en Sevilla y crearon sus talleres y otras, simplemente los alfareros sevillanos se apuntaban a la nueva moda”, explica Pleguezuelo.
El convento, hoy convertido en centro cultural, conserva también la cocina del siglo XVI contigua al refectorio, aunque remodelada en el siglo XIX con azulejos levantinos de Castellón.