Pistoletto, en busca del tiempo perdido
El artista exhibe en la Galería Elvira González de Madrid una selección de su serie "Mirrors Paintings". Además su obra puede verse en el Guggenheim Bilbao.
El deseo de atrapar el tiempo, de detener su avance inexorable, es una característica intrínseca al ser humano desde que tomara conciencia de la muerte. Michelangelo Pistoletto (Biella, Italia, 1933) ha cavilado tanto en esta idea que, mirando su rostro sereno, bien parecido y sin apenas arrugas para tener 79 años, uno diría que ha logrado hacerse con la fórmula para conseguirlo.
La transformación física en la adolescencia fue el detonante. Examinando su reflejo, un Michelangelo de catorce años se descubrió a sí mismo. Y de paso también dos de los elementos cruciales en su trabajo: el autorretrato y los espejos.
El comienzo de la década de los sesenta es también el suyo como artista: sus primeras Mirror Paintings, obras que incluyen al espectador en tiempo real y rompen con la noción de perspectiva tradicional, redirigiendo la mirada hacia el interior del cuadro.
Siete de estas obras se exhiben, hasta el 17 de mayo, en la Galería Elvira González de Madrid. Pero aún vamos a tener otra oportunidad de apreciar su trabajo en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde ayer tarde el artista pronunció una conferencia, en relación a la inclusión de su obra El espejo invertido (1990) en la exposición del mismo título (una miscelánea de piezas pertenecientes a la colección de la Fundación La Caixa y el MACBA de Barcelona), que permanecerá en el centro vasco hasta septiembre.
“El espejo, es una metáfora de la historia. Nos enseña todo lo que está detrás de nosotros y nos obliga a considerar el espacio y el tiempo que se extiende a nuestras espaldas”, explica Pistoletto, uno de los padres del llamado Arte Povera que, surgido en Italia a finales de los sesenta, dignificó para la creación artística el uso de materiales humildes y de desecho.
En los últimos tiempos su obra ha ido tomando un cariz político e, incluso, podríamos decir metafísico, por cuanto el autor reflexiona sobre las religiones ya no sólo de forma plástica -recientemente ha presentado en la Serpentine Gallery de Londres una obra titulada El Juicio Final- sino que acaba de publicar un pequeño libro, El Tercer Paraíso, en el que expone algunas de las ideas, basadas en la ligazón entre arte y ciencia. Una noción en tono a las que artistas y humanistas trabajan en la Fundación Cittadellarte, creada por Pistoletto en su ciudad de nacimiento, en 1998.
Este misticismo de su trabajo proviene, asimismo, de una cuestión más pedestre, que es la experimentación con el soporte adecuado para transmitir ese juego especular tan del gusto del artista. Los iconos bizantinos eran su referencia. En ellos no encontró la espiritualidad que buscaba, no le satisfacían las religiones, el dogma. Sin embargo fue a través de su reflejo, de verse a sí mismo y al mundo tal cual era, tal cual es, que sintió que veía la “realidad más pura”.
En 2003, Michelangelo Pistoletto fue galardonado con el León de Oro en la Bienal de Venecia por los logros de toda una vida.