La Bienal de la Nueva Habana
Las calles cansadas de La Habana se han engalanado para acoger la undécima edición de su Bienal de Arte Contemporáneo. Durante un mes, y entre el hedor de la mala combustión de los antiguos chevrolets y los ritmos salseros, la ciudad coquetea con la modernidad sorprendiendo en cada esquina (desde el barrio viejo pasando por el lujo contenido de los suburbios residenciales) con infinidad de actividades creativas producto de un programa internacional que lleva por título 'Prácticas artísticas e imaginarios sociales'. Un total de 178 artistas provenientes de 43 países, algunos tan cotizados como el mexicano Gabriel Orozco, el austriaco Hermann Nitsch, la pareja rusa Kabakov o la omnipresente Marina Abramovic, participan en este certamen que se creó en 1984 con el afán de convertirse en la alternativa de los llamados países 'periféricos' ante la uniformidad de las ferias internacionales
"La Bienal de La Habana nació con la intención de mostrar las voces pertenecientes a geopolíticas silenciadas. Su estrategia consistió en romper con el bazar de pabellones y artistas", sentencia en la presentación del programa Jorge Fernández, director de la muestra.
El pistoletazo de salida lo ofrecieron el colectivo Los Carpinteros (Dagoberto Rodríguez y Marco Antonio Castillo), los artistas cubanos que gozan de una mayor proyección internacional en la actualidad, con una 'performance' por el Paseo del Prado (levantado en el siglo XIX a imagen y semejanza del de Madrid). La acción, en la que participaron un centenar de bailarines y músicos, consistió en una conga, tal cual, con una peculiaridad: los actores, todos de raza negra y ataviados con un original traje de carnaval negro, danzaban hacia atrás. Se trató de una puesta en escena 'a contracorriente' de la cotidianidad en una villa poco acostumbrada a aquello que se sitúe al margen del ritmo unidireccional. Y es este tono sugerente, evocador, crítico respecto a la realidad social que vive el país, el que planea en la mayor parte de los trabajos ofrecidos por los artistas cubanos. Entre ellos destaca Kcho, que cuenta con una fuerte presencia en el certamen. En la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, consagrada a los creadores locales, se pueden ver sus característicos cayucos de madera dispuestos en vertical, como si de lápidas para una necrópolis imaginada por Paul Valéry se tratara.
El artista cubano también presenta una instalación a modo de 'work in progress' titulada 'Construcción del hombre nuevo', cuyo resultado es una frágil estructura formada por remos de madera y rematada por la bandera cubana. "Creo que el acto creativo es un acto de transformación, en cada uno de ellos el individuo se convierte en un hombre nuevo, es como una resurrección constante constante", explica Kcho. Ya en el Gran Teatro de La Habana, una de las sedes oficiales de la Bienal, Kcho muestra su particular versión del 'David' bíblico, una suerte de muelle flotante en madera y de grandes dimensiones con forma humana. "Se trata de una pieza que habla de imponerse en la vida, es como esta isla en el que el oleaje que la mueve son muchas cosas. Es un David cuyo Goliat es el mar", comenta, lacónico, el artista.
En esta sede se presentan los principales trabajos internacionales, con gran presencia latinoamericana. A pesar del potencial expositivo del amplio espacio modernista del Gran Teatro, dentro del cual vuelan a sus anchas pequeñas aves similares a las golondrinas, la organización consideró que lo más oportuno es mostrar cada una de las piezas artísticas en módulos que terminan por ofrecer un extraño regusto a 'peep show'.
El artista argentino Gabriel Vallansi propone en el Gran Teatro su particular visión del mito de 'Babel'. "Esta obra está construida por placas de memoria de ordenadores tratadas con un sistema de erosión que las muestra de la forma que estarían dentro de 1.000 años. Al final, lo que presento es un paisaje postapocalíptico en el que existen toneladas de memoria que no alcanzamos a borrar". El artista Valeriano López con su videoinstalación titulada 'Orient Express' representa la aportación española en el Gran Teatro, que se completa con cinco creadores más en el resto del certamen
La pregunta que puede surgir en una ciudad como La Habana es si, más allá de la Bienal, estamos ante una ámbito donde cabe el espíritu de la modernidad. "Lo que sí existe es una contemporaneidad, una mutación racional, planificada dentro de sus posibilidades hacia un futuro que todavía es un signo de interrogación", estima Vallansi.
La respuesta a la incógnita se despeja en el Malecón. En este paseo está situada la pieza de Rachel Valdés '...Happily Ever After...'. Consiste en un gran espejo a modo de muro de unos tres metros de alto por 15 de largo. La singular tapia no deja ver la ciudad. En cambio, el espectador se refleja dando la espalda al océano. Se establece un juego retórico que recuerda aquel verso de Baudelaire, el poeta de la vida moderna: 'Es tu espejo la mar; tu alma tú contemplas'. Mientras, detrás del reflejo, el cuerpo inerte de un animal henchido baila un son con la marea
Más allá, en las afueras de la Bienal, entre sus actividades paralelas, se encuentra la exposición de los trabajos de 18 jóvenes artistas cubanos becados por Havana Cultura, la plataforma de Havana Club para difusión de la cultura contemporánea cubana. Ubicados en el Museo del Ron de la capital, los proyectos reflejan las inquietudes de una generación procedente en su mayoría del prestigioso Instituto Superior de Arte (ISA) que ha crecido en un contexto global y se encuentran ante el difícil reto de producir sin contar con medios materiales
"La principal dificultad para un artista joven cubano es económica. Tengo una serie de proyectos que no puedo desarrollar. Pero la verdad es que hay muchas ganas de hacer cosas", explica Reinier Nande (1979), un joven artista que participa en la exposición colectiva. Su trabajo 'Anatomía de un tiempo' consiste en una videoinstalación con cuatro pantallas que simulan el campo de visión del interior de un automóvil. En el monitor mayor que simula un parabrisas la imagen se adentra hacia barrios marginales de La Habana. Mientras, y de forma sincronizada, las tres pantallas pequeñas que simulan los retrovisores alejan la imagen de lo que parecen ser cómodos barrios residenciales de los suburbios de la capital cubana. "Simula un viaje en taxi por dos tiempos y realidades diferentes. Tiene que ver con la manera de vivir de los cubanos hoy día y con sus distintas escalas sociales. El sentido del tiempo guarda relación con lo que Borges llamaba el 'aillón', un concepto de tiempo entendido como una linea recta que se estira y se encoge como un chicle en diferentes presentes", explica Nande. La muestra se consagra en una gran variedad de lenguajes que van desde la fotografía de tribus urbanas (y rurales) de Alejandro González (1974), la instalación preciosista de Lisandra Isabel López (1989), la estructura kitsch de Mabel Poblet (1986) e, incluso la pintura ('rara avis' en la Bienal) de Michel Pérez (1981).