Cómo hacer una colección de arte
Ahora que en el Metropolitan de Nueva York está a punto de clausurarse la exposición "Los Stein coleccionan. Matisse, Picasso y la vanguardia parisina" me ha dado por pensar en el coleccionismo en este momento, cómo ha cambiado, si es posible encontrar un conjunto de obras tan extraordinario como el que reunieron los hermanos Stein –Leo, Michael y sobre todo Gertrude, la mirada más arriesgada de los tres y una de las escritoras más brillantes del siglo XX norteamericano. Pues los cuadros expuestos en las salas del museo neoyorquino –y poseídos por los Stein- son en su mayoría especiales y en muchos casos –como en el del retrato de Gertrude de Picasso- extraordinarios. Y son, en primer lugar, fruto del gusto personal de unos ojos que andan detrás de la novedad, entendida en el sentido más positivo del término. A lo largo de las salas se puede recorrer el desarrollo del arte desde los amigos impresionistas de Leo hasta los amigos cubistas de Gertrude, si bien, en el fondo, todo está gobernado por Matisse y Picasso, las grandes pasiones de uno y otra respectivamente, cuyas obras mostraron los Stein en los salones de su casa mucho antes de que fueran famosos. Junto a ellos aparecen deliciosas obras como las de Marie Laurencin y trabajos de Gris y Picabia, prodigioso recorrido por la transformación del gusto de toda una época, el que los Stein escriben junto a sus amigos, los grandes creadores que coleccionan y apoyan cuando no son nadie.
Luego, a medida que vamos avanzando, en la última sala, el nivel de las obras mostradas baja un poco, quién sabe si porque algunos de los viejos maestros no tienen ya el antiguo vigor o porque los artistas mostrados allí carecen de la fuerza de los grandes vanguardista. Tal vez tiene razón Breton al decir que con los años se va perdiendo la mirada de la juventud. Es cierto que se comprende mejor la producción de los coetáneos: ese el el ojo que funciona de verdad.
Y, sin embargo, ante muchas de las colecciones hoy, incluso privadas, que no son sino el trabajo de un tercero que funciona como asesor, colecciones corporativas en las cuales faltan esos lazos de amistad y apuesta que encontramos en las de los Stein, es posible pensar si no se podría volver a coleccionar de este modo: con pasión y generosidad. De hecho, cuando algún día volvamos la vista hacia la mayoría de las colecciones actuales, incluso a las particulares, nos daremos de bruces con una evidencia: muchas son demasiado parecidas porque se han hecho siguiendo una moda, arriesgando poco, comprando lo que los demás compran también. Ocurre , por ejemplo, con algunas de las colecciones más famosas de los 80: han envejecido mal y, sobre todo, han envejecido idénticas.
En un país con pocas colecciones como el nuestro, con muchas de ellas muy modestas además, quizás se note menos, pero basta con echar un vistazo a muchas de las grandes colecciones de los últimos años para darse de bruces con una decepción semejante a la de la última sala de los Stein. Porque una cosa está clara: o la colección la hace el propio coleccionista, siguiendo sus propios gustos y hasta sus intuiciones, o se corre el riesgo de crear conjuntos de piezas sin alma o con un alma ajena, como ocurre cuando se colecciona para otros. A la hora de hacer una buena colección no es posible ser eficaz. Ocurrió incluso con Breton y Doucet.
Coleccionar es un acto de la pasión o del afecto, lo demuestra Gertrude Stein. Es un acto incluso de amistad, no un modo de ganarse la vida ni de tener asegurado el futuro a través de piezas que aumentarán su valor. Por eso frente a cualquier colección privada es fácil distinguir si se trata de una “colección corporativa” o de una “colección apasionada”: la primera se ajusta a la moda, la segunda al deseo del propietario. Esa es la que creará el gusto. Y eass son las colecciones que permanecerán en el tiempo y pasarán a la historia, aunque en principio busquen sólo vivir la historia en primera persona. O precisamente por este -como en el caso de los Stein.