Documenta 13, un arma cargada de ideas
Carolyn Christov-Bakargiev (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1957), directora artística de Documenta 13, el gran banco de pruebas del arte contemporáneo que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel, ha preparado una edición orientada a la construcción de una especie de utopía del mundo por venir. Por eso, de los 180 participantes, 150 son artistas y los demás son escritores, científicos, filósofos, ecologistas, etcétera. “Una visión holística y no-logocéntrica que muestra su escepticismo ante la persistente creencia en el continuo crecimiento económico”, como resume en su presentación. Algo abierto y antidogmático. “Documenta 13 está basada en un concepto que es, en realidad, un no-concepto”, dice la directora en conversación telefónica. “Hemos convocado gente muy distinta, pero no se encontrarán arquitectos ni urbanistas, o directores de cine comercial, solo de cine experimental. No habrá neurocientíficos, pero sí biólogos, filósofos y físicos cuánticos. Personajes que están en busca del conocimiento, personas creativas del lado menos práctico de la vida. Los que intentan inventar un mundo nuevo”.
Arte y política —en el más amplio sentido— se dan la mano en esta cita. “Me interesa proponer una especie de alianza mundial en diferentes campos que pueda ayudar a crear una internacionalidad, que no es la de las corporaciones —la de las finanzas globalizadas—, sino una forma cuidadosa de compartir la riqueza incluso con otras especies”, afirma. “Documenta 13 se inscribe en este mundo en crisis que describimos”.
Aunque la inauguración oficial será el 9 de junio y durará 100 días, esta edición ha venido generando abundante material a través de un centenar de publicaciones, coordinadas por la española Chus Martínez. Ella es la “agente principal”, que es como Christov-Bakagriev ha preferido llamar a lo que podrían ser los comisarios invitados. “No uso la palabra comisario (curator), que es una palabra que proviene del latín, curare, y se refería a alguien que cuida del patrimonio de una persona fallecida. En el panorama artístico contemporáneo fue utilizado en principio para personas como Harald Szeemann, gente extremadamente creativa y muy cercana al artista. Eso hizo que se asentara ese calificativo. Después hubo una profesionalización del campo de estudio que distrajo la atención del artista y su trabajo hacia unas propuestas meta-artísticas”, dice. “Llegó un momento en que la organización de la información se convirtió en algo más importante que el tema que se estaba tratando. Y eso ha significado un giro que dispersa las prácticas curatoriales. Un síntoma de lo que podríamos llamar capitalismo cognitivo. Eso quiere decir que el poder tiene mucho que ver con el control de la información. Creo importante interrumpir un sistema artístico donde predomina esta actitud en la curaduría”.
“Y no es que no haya curators en la Documenta”, continúa en su torrencial explicación. “Normalmente se elige un número fijo de comisarios desde el principio, pero yo tengo un gran equipo de agentes y asesores que ha venido creciendo a lo largo de los últimos tres años. No sé exactamente qué está haciendo cada uno, tienen libertad para desarrollar sus proyectos. Es una especie de anarquía. Creo en el desarrollo orgánico del trabajo y la Documenta se ha generado de esa manera, no como una institución”.
Una actitud receptiva y optimista, sin dejar de ser crítica. “Lo más importante es que soy una escéptica (ríe). Escepticismo en el verdadero sentido de la palabra. Es decir, dudar pero seguir buscando. Los antiguos griegos como Pirro y Sextus Empiricus creían que hay tres tipos de filósofos: los dogmáticos, que creen que conocen la verdad; los académicos, que creen que la verdad no existe y adoptan académicamente cualquier verdad, y los escépticos, que nunca encuentran la verdad pero siguen buscándola. Un verdadero escéptico es, en realidad, un optimista. Debes creer profundamente que buscas la verdad. Mi filosofía básica es escéptica y optimista a la vez”, afirma.
Tampoco cree en la opción multidisciplinar. “El filósofo alemán Christoph Menke, por ejemplo, desarrollará un seminario en la torre del Fridericianum (museo del siglo XVIII y sede principal de Documenta). No es una obra de arte ni me interesa la noción de lo interdisciplinario. No voy a enfrentar un físico cuántico, como Thomas Seligman, con un artista como Mario García Torres. No. Cada uno hace su propio trabajo. Busco gente interesada en formar alianzas para construir una especie de hipótesis de una comunidad libre. Porque en el mundo de capitalismo cognitivo en el que vivimos hay cada vez menos libertad. Nuestras mentes y movimientos están controlados por smartphones y nadie tiene tiempo de detenerse y sentir. Estamos continuamente tan atareados intercambiando información en las redes sociales que se nos ha quitado la capacidad de decidir”.
Lo que parece deducirse del programa es que habrá gran cantidad de ideas en movimiento y de experiencias. “Hay muchos proyectos que involucran a la gente. No son exactamente performances, pero sí proyectos participatorios. Por ejemplo, el artista mexicano Pedro Reyes propone siete habitaciones de psicoterapia con especialistas que atenderán a la gente que se apunte. Otra de ellas es un Taller de ira a cargo del artista australiano Stuart Ringholt que también estará los 100 días de la Documenta, un taller donde aprendes a ponerte furioso”.
Documenta 13 no se desarrolla solo en Kassel sino en varios sitios más simultáneamente. La lista completa se dará a conocer pocos días antes de la inauguración. “Hay cuatro lugares en el mundo donde se desarrollará Documenta 13, que revelaré el 6 de junio”, anuncia. Pero lo que a ella le preocupa no es el concepto de espacio sino el de tiempo. “Okwui Enwezor descentralizó la Documenta en 2002 a través de sus Plataformas, que empezaron a funcionar en cinco ciudades del mundo antes de la inauguración en Kassel. Pero a mí no me gusta mucho esa cronología ligada a los lugares. Lo que me interesa es una de las preguntas más importantes de nuestra época: el asunto del tiempo. Saber si es posible la sincronización, la sincronicidad, la simultaneidad o si, por el contrario, no es posible, si es pura ficción. Es un asunto crucial para el arte, la filosofía, la tecnología, es algo crucial para el poder. Porque si no pueden pensar los ordenadores no tienen sistema, colapsan los bancos y buena parte del funcionamiento de nuestra sociedad actual. La cuestión del tiempo está entre la sincronicidad y la a-sincronicidad. Esas preguntas son fundamentales en esta Documenta. Estamos haciendo un trabajo sobre la simultaneidad o su ausencia”.
Mucha energía, mucho trabajo, mucha teoría, pero a los potenciales visitantes de Documenta les interesa saber si habrá también una parte expositiva. “Una parte es el amplio programa de proyectos participativos donde hay gente actuando en vivo, pero a la vez hay también muchos objetos en exposición”, explica. “No habrá muchos filmes y vídeos, eso ha disminuido. Hay más elementos escultóricos. Se puede decir de alguna manera que hoy el arte trata sobre objetos y personas. Y las relaciones entre ambas. En la era digital que va avanzando hay una progresiva despersonificación. Lo virtual y la falta de conexión con el cuerpo. Estoy a favor de cierta fenomenología, en el sentido de Merleau-Ponty, el pensar con los sentidos. Que el cuerpo piense”.
Artistas como Francis Alys, William Kentridge o Rosemarie Trockel toman parte junto a muchos otros menos conocidos, pero de voluntarioso activismo. “Documenta no es una exposición de historia del arte, trata sobre la condición del arte en el presente. Aunque puede incluir el hecho de reescribir el pasado, que es una condición del presente, de la avanzada era digital que vivimos. Si analizo el impulso del director del museo de hoy lo veo casi como un artista recreando el sentido del presente con miras al futuro. Hay una profundidad histórica que está allí, pero solo como síntoma”.