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Retrospectivas de mujeres artistas: aún faltan muchas

Retrospectivas de mujeres artistas: aún faltan muchas

Nos quejamos a menudo y hacemos bien. Hacemos bien porque sin esas quejas y esas denuncias nada de todo lo que ha pasado hubiera ocurrido –pueden creerme. 


Nos quejamos a menudo y hacemos bien. Hacemos bien porque sin esas quejas y esas denuncias nada de todo lo que ha pasado hubiera ocurrido –pueden creerme.  Pero después de más de cuarenta años de puesta en cuestión de un sistema del arte que excluía a las mujeres –sí, desde 1971 cuando Linda Nochlin lanza el texto  “¿por qué no ha habido grandes pintoras?”- las cosas empiezan si no a normalizarse, por lo menos a hacer sentir un poco de culpa frente a los viejos modelos. Quizás en muchas de las grandes colecciones falta ese rescate sistemático de mujeres artistas, aunque poco a poco los cuadros antes escondidos afloran en las salas y las exposiciones individuales hacen justicia a las mujeres que han trabajado a lo largo de la historia –la reciente exposición de Artemisia Gentileschi en París es un buen ejemplo y el caso paradigmático, por cierto, de una argumentación que me gustaría plantear, a pesar de que  muchos no estarán de acuerdo. 



¿No es un poco cierto que siempre se recurre a los mismos nombres, los que se convierten en epitómicas de lo que “se espera” de las mujeres? Dicho de otro modo: ¿por qué siempre Gentileschi y no Rosalba Carriera o Angelica Kauffmann, por ejemplo, de vidas mucho más anodinas, a pesar de ser la segunda amiga de Goethe?  ¿No es cierto que con frecuencia se escogen ciertas artistas como las “representantes de todas las mujeres artistas”,  así que víctimas un poco de la moda?


Y no me quejo, ya que al fin y al cabo lo esencial es la presencia femenina en el ámbito artístico, pero después de cuarenta años no estaría de más revisar el canon que se ha ido estableciendo, el femenino. ¿Cómo? Insertando a las mujeres  de forma sistemática en el discurso y las colecciones, por ejemplo, no tratándolas como una categoría aparte, tal y como lo hizo el Pompidou en su reciente exposición “sólo chicas”, que por cierto excluía ejemplos esenciales como por Sophie Taeuber-Arp, cuya presencia en las colecciones del centro es excelente por otro lado. Ya basta de colectivas de "mujeres" o sobre teoría de género, que además acaban por ser unas iguales a otras. Después de casi medio siglo  de teoría de género no parece pedir mucho, ¿verdad? Aunque  no sólo. A veces las retrospectivas tienen problemas parecidos: siempre se incide en los mismos nombres.


Me parece una muy buena noticia que estas dos colecciones de referencia internacional vuelvan la mirada hacia las dos artistas de los 70/80, desde muchos puntos de vista fundamentales para la historia del arte de género, por otra parte más defendido entre las artistas contemporáneas que en el contexto histórico  -¿será acaso porque el arte actual es un territorio más permeable, que algunos toman menos “en serio” y no porque hay más mujeres ahora?  Es una buena noticia que las dos artistas tengan su retrospectiva como “clásicas” en ambos museos. Sin embargo, uno se pregunta si no es se trata de dos nombres repetidos en exceso.


En el caso de Sherman y para ser justos con la institución, conviene recordar la apuesta del propio MoMA desde los muy tempranos 80, cuando empezó a adquirir trabajos de esta artista que entonces, mostrados entre las “nuevas adquisiciones”,  tenían una significación muy diferente a la que el espectador atisba hoy  en  la gran retrospectiva. La sensación al pasear entre el trabajo de tantos años es que, a pesar de ser potente, mucho, Sherman adolece de lo que el arte de los 80 en general: hay algo difícil de definir que ha envejecido un poco mal. Y este es el punto que me parece básico: la idea de que uno pueda ser crítico –o un poco al menos- con el trabajo de una mujer artista que es paradigmática de la apuesta por el género tiene mucho de un paso adelante, la sensación de normalizar los parámetros, creo.


Frente a Sherman, la otra gran artista muy popularizada en los últimos años, Francesca Woodman, tiene una exposición fascinante en el Guggenheim. No sólo porque sus fotos conservan ese halo de misterio que –con perdón- Sherman ha perdido, sino porque estamos acostumbrados a ver copias recientes, ampliadas a tamaños tal vez nunca deseados por la artista,  mientras que aquí se muestran numerosos trabajos vintage , algunos monumentales e impresionantes.


Sea como fuere,  dejando a un lado la percepción de estas dos creadoras, mediatizada tal vez por el gusto de nuestra época, quizás más cerca del conceptualismo de los 70, más “documento”, frente  al  conceptualismo más "producto" que se opone al proceso durante los 80 -sobre todo neyorquinos-, está claro que ambas ejemplifican una clara posición dentro de las propuestas de género. De todos modos,  las dos son, por motivos obvios, menos combativas que Judy Chicago, por citar un ejemplo esencial como iniciadora de las propuestas y autora del Dinner Party (foto superior) . Y es aquí dónde surge la pregunta: ¿por qué faltan exposiciones retrospectivas individuales en museos “tradicionales” de algunas de estas pioneras? De hecho, la excepción es Lynda Beglis, quien pudo verse en el New Museum de Nueva York, un espacio bastante cutting edge , hace un año aproximadamente. ¿Tiene acaso algo de trampa la entrada de determinadas mujeres, con frecuencia las mismas si bien merecedoras de estar ahí sin duda, en los museos establecidos o son paranoias mías? ¿O se trata sólo de la moda que gobierna todos los ámbitos de la cultura y mira siempre hacia el mismo lado?


Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El País.com | Fecha: 28/05/2012 | Ver todas las noticias



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