Zamora recupera su románico escondido
Desde lo más alto del andamio que encierra a la iglesia de Santa María la Nueva, en Zamora, se pueden comprobar con facilidad los daños que el tiempo (el meteorológico y el cronológico) han causado en los muros del edificio. Solo hay que pasar la mano por las piedras para que empiecen a caer en cascada minúsculos granos. “¿Impresiona, verdad?”, pregunta el arquitecto Fernando Pérez, director técnico del proyecto Zamora Románica, que tras cuatro años de trabajos encara el final, previsto para octubre, de la rehabilitación de 22 iglesias levantadas en el siglo XII.
Casi 900 años después de que estos templos se erigieran, la fundación Rei Afonso Henriques (FRAH), institución hispanolusa nacida en 1994, se ha encargado de que el románico zamorano brote de nuevo con un plan promovido por la Junta de Castilla y León —que ha puesto el dinero, casi seis millones de euros—, y que ha contado con la colaboración del Ayuntamiento y el Obispado de la ciudad. En esta iniciativa ha trabajado un equipo de arqueólogos, historiadores, restauradores… unas 200 personas entre 2008 y 2012.
José Luis González Prada, secretario general de esta fundación con sedes en Zamora y Bragança, explica que la FRAH tomó su nombre del primer rey portugués que fue designado monarca en la catedral de Zamora. González cuenta que la Diputación provincial adquirió en 1998 las ruinas del antiguo convento de San Francisco para convertirlo en la casa española de la Rei Afonso Henriques. Ante un ventanal de lo que un día fue residencia de monjes, con el viejo río Duero abajo y la cúpula de la catedral al fondo, González subraya que en los primero años el mayor impulso a la FRAH vino desde Portugal pero ahora es España la que tiene la iniciativa. La fundación tuvo el año pasado un presupuesto de cerca de dos millones de euros, de los que 1,7 se fueron al proyecto Zamora Románica.
Para que se pudiera conocer de primera mano la recuperación de estas iglesias, se inició en noviembre de 2011 un programa de visitas guiadas a las obras que acaba de finalizar y que se ha convertido en una forma de que lugareños y forasteros "aprecien de cerca el trabajo y conozcan el proceso de restauración", dice Pérez, encargado de coordinar las obras en los 22 edificios, una labor agotadora de la que habla con pasión.
Pérez detalla que antes de meterse en harina "se estudió a fondo la historia de las iglesias, sus planos y anteriores restauraciones, estas se respetaron salvo que los daños detectados fueran graves". "Dibujamos piedra a piedra para conseguir un diagnóstico certero porque cada templo es un mundo. Siempre empezamos por mejorar el entorno y luego llegamos al meollo". Este vallisoletano afirma que lo que más trabajo ha dado han sido "las cubiertas y las fachadas". Sin embargo, los técnicos de la fundación también han topado con la Iglesia. En este punto, González hace hincapié en que una de sus funciones, como secretario general, "ha sido tranquilizar a los párrocos, explicarles que a lo mejor había que quitar un lavamanos o un calefactor". Es la lucha entre el criterio de la restauración artística y el religioso, el del uso diario.
Color original
Estas iglesias, vistas a unos metros, muestran a las claras cómo han recuperado su color original, ese tono rosáceo característico del románico zamorano por las canteras de las que se extraían las piedras. Unas piedras que, sin embargo, tenían el inconveniente de una alta composición de arcilla, lo que ha favorecido su degradación, sobre todo por la humedad.
Zamora Románica no solo ha recuperado edificios, también algunos de los tesoros artísticos de su interior, como el retablo mayor de la iglesia de San Antolín, seis tablas de mediados del XVI que estaban en situación lamentable, sobre todo desde un incendio de los noventa. "Ha habido que desmontarlo, limpiar sus pinturas y angelotes, reparar las grietas…", cuenta Óscar Morales, uno de los técnicos encargados de la restauración.
También hubo momentos para hallar joyas ocultas. Así, al levantar la cubierta de Santa María la Nueva se encontró en el techo una viga de madera del siglo XIV, de cinco metros de larga con restos de policromía. "La analizamos y descubrimos que eran unas pinturas de dragones luchando, centauros y fuego, de estilo mudéjar". Tras la intervención, esta viga ha recuperado su color. Sin embargo, hay algo de esta iglesia que le "quita el sueño" a Pérez: los contrafuertes que sostienen los muros se han vencido hacia fuera, tanto que parece que se van a venir abajo en cualquier momento. "Vamos a meter casi una tonelada de peso en cada contrafuerte para afianzarlos", explica mientras mira las piedras.
Más agradable fue descubrir que en el pasado los encargados de las iglesias se llevaban piedras de una construcción a otra. "En las excavaciones en Santo Tomé aparecieron unos sillares que en realidad pertenecían al rosetón de Santa María de la Horta. Las hemos devuelto a su lugar de origen". La historia en su sitio.
Entre las intervenciones más importantes, Pérez destaca la de San Cipriano: "Ha quedado preciosa a pesar de que era la que sufría más alteraciones por el agua y el viento, debido a su situación, en alto y muy expuesta". Sus capiteles con escenas bíblicas "parecían mantequilla por culpa de las goteras y los pájaros". Hoy por fin se pueden contemplar de nuevo las enigmáticas figuras de sus relieves.
Al final del camino, si Pérez y González tienen que quedarse con el mejor recuerdo coinciden en la ermita de los Remedios: "No es que posea un valor artístico extraordinario pero cuando se bajó el nivel de la tierra que la rodeaba y pudimos verla por completo nos dijimos: ‘Anda, lo que teníamos aquí". El ejemplo palmario de que el románico zamorano más escondido ha vuelto a la superficie.