¿Qué se compra cuando se compra arte?
La pregunta no resulta sencilla porque, en el fondo, cada uno va buscando algo diferente. Hay quien compra por inversión, quien compra por moda, por pasión, como decoración sofisticada... No obstante, cuando se compran obras tan emblemáticas como "El grito" de Munch, una de cuyas versiones acaba de salir a subasta por un precio astronómico y que ha acabado en manos de un comprador anónimo que pujó por teléfono –¡qué nervios!- el prestigio parece un factor determinante: tener lo que otros no pueden tener, lo raro, lo especial, lo único. De hecho, algunas otras obras de Munch no encontraron postor en la misma subasta.
Bien visto, el prestigio tiene mucho que ver con el poder, así que se trata de tener en casa lo que estaba en el museo –algo que ocurre con el resto de las versiones de esta obra. Poseer, en suma, lo que el (mucho) dinero puede comprar... y, si la suerte acompaña, hasta lo que no puede comprar todo el dinero del mundo. Esa es la razón por la cual se roban las obras de arte –se dice. Se roban por encargo: a la carta. Al otro lado de la calle alguien espera a los ladrones para hacer la transacción y el objeto robado acaba en la gran casa, escondido en una caja fuerte o en un sótano secreto, fantasía de harén, jardín cerrado, epítome del secreto que nadie puede ver, imposible vanagloriarse de la posesión ilícita con las visitas. Tampoco está mal como trama para una película o una novela. Al final, lo que esperan comprar aquellos a los cuales su fortuna personal se lo permite son iconos, pues no nos engañemos: a pesar de que Picasso es bastante icónico como figura, una cosa es “un picasso” y otra "Las señoritas" o "Guernica". Y es ahí donde surge la paradoja y donde "El grito" de Munch plantea un caso de estudio paradigmático. Los “picassos” que salen a subasta son, en su mayoría, premios de consolación.
Ni todo el oro del mundo puede comprar determinadas piezas, sencillamente porque no salen a la venta: hay cosas que se quedan donde están. Lo supieron en Japón hace años y lo saben en los Emiratos, Rusia o China ,en el momento actual lugares donde van surgiendo los nuevos grandes coleccinionistas. Incluso un mundo donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, en el cual todo esté más o menos en venta y quien tiene "cash" puede comprarlo, incluso si la necesidad aprieta, hay fronteras que no se pueden cruzar: "La Gioconda" no se moverá jamás del Louvre ni "Las Meninas" del Prado, ni muchas de las obras clásicas salen de las casas donde viven, a veces ni siquiera para una exposición temporal. A lo mejor, aunque sea una vez en la vida, el dinero no da la felicidad (completa).
Ocurre con los propios museos. Hablando de arte del siglo XX, se comentaba a finales de los 80 del siglo pasado cómo museos de la calidad del MoMA podían, eventualmente, poner a la venta “un matisse regular” –se trata en ese caso del museo que tiene los más emblemáticos “matisse” junto con Moscú- para hacer algunas mejoras en las salas. Por este motivo es básico también tener una excelente colección, una buena colección de obras segundonas de grandes maestros pero “prescindibles”. En pocas palabras, obras no icónicas, por si sacan de un aprieto económico, eventualmente. Es el problema histórico y endémico -y creo que imposible de resolver- de museos como el Reina Sofía: no se compró Picasso, por poner el ejemplo más citado, a tiempo y ya no tiene remedio. ¿Cómo hacer una buena colección de artistas clásicos -y, mucho menos, de obras clásicas- si no se pueden llenar los numerosos huecos, incluso cuando el dinero sobra? ¿A qué renunciar, caso hipotético, cuando lo que otros querrían es escaso?
Y es que esas obras segundonas tienen que ser de Matisse o el propio Picasso, se advertía: si no, no vale. Nadie compra una obra segundona de un artista que no suene. No tienen más que escuchar a la Baronesa Thyssen que, necesitada de "cash", no ha vendido alguno de los muchos cuadros regularcitos de su colección, sino un Constable. Saldrá a subasta en Londres, of course . El libras esterlinas, of course .
Parece que en momento de apuro no viene mal tener una colección, si bien no quiero ni pensar lo que debe suponer deshacerse de una obra a la que quiera mucho. Lo advertía Breton cuando comentaba que era capaz de vender un cuadro para sacar a un amigo de un apuro. Luego, al ver el hueco de la pared, vacía, triste, recordaba al amigo y el modo en el cual le había ayudado. Pero ya se sabe que Breton hacía un relato de todo. Se me ocurre que sería de mí si tuviera que separarme de obras a las cuales necesitara mirar, poseer. Menos mal que no tengo nada en las paredes –bueno, libros. En el fondo, me alegro de no tener colección porque desde siempre lo he tenido claro: o se colecciona arte o se escribe sobre arte -para no acabar escribiendo, incluso con la mejor intención, sobre lo que colecciona. Y , sin embargo ¿quién podría resistirse al "Grito" de Munch? ¿Quién a conseguir un poco de liquidez gracias a la propia colección? Ya lo dijo Malcom McLaren, "factotum" del punk: "cash from caos". Un estupendo resumen para la situación actual.