José Ramón Anda, en el Bellas Artes de Bilbao
El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge hasta el 9 de septiembre una exposición dedicada al escultor José Ramón Anda (Bakaiku, Navarra, 1949).
En total se exhiben 40 piezas, seleccionadas para poner de manifiesto la evolución de más de 30 años de una trayectoria artística caracterizada por piezas de gran belleza y sobriedad formal.
Anda procede de una familia de tallistas y ebanistas, por lo que pronto entró en contacto con las cualidades y técnicas constructivas de la madera, elemento, por otra parte, muy presente en su entorno natural. Entre 1970 y 1974 estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y durante esos años se centró en la representación expresionista del cuerpo humano. Buen ejemplo de ello es la escultura Kirolari zaharra que, en el exterior del Museo, recibe al visitante junto a Ikusmira, un observatorio del hombre y el universo.
Tras estos comienzos completó su formación en la Academia Española de Bellas Artes de Roma y allí pudo conocer la escultura clásica y la de destacados artistas italianos contemporáneos como Giacomo Manzú, Marino Marini y Arturo Martini, que habrían de influir en su obra, tal y como se trasluce en Unamuno, retrato totémico que se expone en la sala 29 del edificio antiguo. Esta escultura despertó siempre la admiración de Jorge Oteiza, cuyas teorías espacialistas y sobre el desarrollo procesual del trabajo determinaron en buena medida la obra de Anda.
A estas influencias se sumaron la del escultor, diseñador y arquitecto suizo Max Bill, discípulo de Walter Gropius en la Escuela de la Bauhaus, y la admiración por la perfección formal y el respeto por las características de cada material, propios de Eduardo Chillida. Con este bagaje, Anda ha desarrollado una escultura abstracta y de base organicista en la que combina planteamientos racionalistas y espacialistas con un profundo interés por los aspectos sensoriales de la materia.
El itinerario expositivo continua en el vestíbulo con Atariaren besarkada, que articula un límite espacial para sugerir una puerta de acceso. Le siguen Miracielo segoviano, realizada en un tronco vacío de 3,80 metros de altura y, en la primera planta, Iranzuko mahaia, una de las llamadas esculturas-mueble de Anda, relacionadas con su interés por el diseño contemporáneo.
Ya en la sala, se situan en primer lugar seis obras en madera de nogal de la serie Planos cruzados, caracterizadas por la relación entre curvas y planos. Les siguen otras tantas piezas de la serie Troncos huecos, que Anda inició a comienzos de los años ochenta al encontrar varios ejemplares extraordinarios de troncos de roble centenarios. En ellas Anda lleva al límite la cualidad cóncava de la madera para crear obras que invitan a entrar al espectador o lugares protegidos que envuelven el vacío interior.
En las paredes se muestran tres piezas murales, Ikut nazakezu, Sol entre nubes y Luna entre nubes, concebidas como un ejercicio racionalista de formas geométricas. Están, por último, 18 piezas de pequeño tamaño de la serie Quiero hacerme mayor. Son maquetas o estudios previos de obras con la intención de ser producidas posteriormente a gran escala, para ser esculturas públicas. Están realizadas en diversos materiales (bronce, madera, escayola, aluminio, mármol y hierro) y se presentan todas –salvo una, que cuelga suspendida del techo– sobre una gran mesa metálica de 10 metros de largo construida para la ocasión.