A la velocidad del presente
“Pintar sobre un lienzo solo se le ocurre a dinosaurios como yo”, afirma irónico Frank Stella, uno de los grandes artistas contemporáneos. Pionero del minimalismo, expone un mural de 30 metros en Zaragoza mientras una retrospectiva en Valencia recorre su carrera.
Frank Stella (Malden, Massachusetts, 1936) irrumpió como un bólido en la escena del arte de Nueva York en 1960. No llegaba a los 25 años y su obra ya se había visto en el MOMA, dentro de la muestra Sixteen Americans (1958), para abrir la década con su primera exposición individual en la galería de Leo Castelli. Sus sobrias Black Paintings eran un contrapunto irreverente a la emoción pura plasmada por los expresionistas abstractos, que dominaban el panorama. Desde entonces, Stella ha continuado brillando a través de formas que han mutado sin complejos a lo largo de medio siglo. Amante de la velocidad y de los coches, se considera un hombre “con los pies en la tierra” y, se podría añadir, con la vista siempre en el presente. Con 75 años, sigue siendo un artista de obra viva y en permanente evolución. Esta semana se inaugura en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) una amplia retrospectiva de su trabajo, mientras en Zaragoza se exhibe hasta fin de año un mural de 30 metros sostenido por una estructura escultórica realizada por el ingeniero y arquitecto Santiago Calatrava.
Si hay algo a lo que Frank Stella se ha mantenido siempre fiel, pese a los radicales cambios en su obra, es a la abstracción. Su primer impacto ante la pintura contemporánea fue el expresionismo abstracto y la Action Painting, dominada por las fuertes personalidades de Jackson Pollock, Willem de Kooning y Franz Kline. Sin embargo, las primeras obras de Stella que llamaron la atención fueron una especie de reacción contra ese impulso inconsciente, con trabajos que fueron un precedente del minimalismo.
“No creo que lo mío haya sido una reacción en contra del expresionismo abstracto”, aclara el artista por teléfono desde Nueva York. “Yo solo estaba tratando de ser lo más directo posible. Intentaba encontrar algo más cercano a mi sentido de la conciencia. Sin filtros. Sin dramatismo o ansiedad. Algo inmediato y que causara un impacto. Y que a la vez se entendiera de primeras. Una comprensión visual instantánea”.
Su famosa frase: “La pintura es solo una superficie plana con pintura por encima. Y nada más”, tiene ese sentido y no el tono despectivo con el que a veces se ha interpretado. “Por otro lado hay que comprender que todo el mundo viene de algún lado”, continúa Stella. “Aunque no fui realmente a una escuela de bellas artes, sí que sentí una temprana influencia del trabajo de Josef Albers y Hans Hofmann sobre el mío. He tenido una fuerte formación abstracta desde el principio. Y esto nunca ha representado un conflicto para mí, aunque ciertamente todo artista lucha por conseguir una identidad propia. No quieres ser como aquellos a los que admiras”.
Mirando hacia atrás, sorprende un poco esa primera etapa en su pintura. Las Black Paintings eran franjas de color negro separadas por finísimas líneas de lienzo sin pintar entre ellas. No tardó en lanzarse de lleno al color con sus composiciones geométricas que rompían, además, con la cuadratura convencional del lienzo. Por entonces iba ganando terreno el hard edge (pinturas de filo duro) y Stella sorprendió con sus shaped canvases, que le permitían desplegar sus diseños en formatos caprichosos y sorprendentes.
Pero esa frialdad geométrica es muy mental. Y Stella siempre ha sido un apasionado. “Sí, la gente suele ver esas pinturas muy hard edge, pero en realidad son bastante suaves. Más cercanas a Rothko que al filo duro. Tienen un leve resplandor, un brillo trémulo”, explica.
Stella se instaló pronto en Nueva York para vivir en el ambiente artístico en ebullición que había allí. “Todo te parece vivo y fabuloso cuando eres joven”, dice ahora sin darle ya mayor importancia. “Algo bueno de esa época es que éramos pocos en realidad. Podías conocer a todo el mundo, la gente con intereses comunes se juntaba. El mundo del arte no era muy grande. Hoy es totalmente distinto, son innumerables los artistas, las galerías, los museos, las exposiciones”.
De la superficie plana, Stella pasa a lo tridimensional, uno de los grandes giros en su obra. Un cambio radical que empieza tras su retrospectiva en el MOMA, en 1970, cuando contaba solo 34 años. Fue el artista más joven al que esta institución dedicaba una exposición de estas características. “Mis primeras obras eran geométricas en formatos simétricos, básicamente. Me interesaba mucho el constructivismo ruso, así que después de la primera exposición del MOMA empecé a pensar que debía empezar de cero. En lugar de trabajar a partir de una geometría simétrica estricta me fui abriendo a ver el mundo tal cual es, con sus frecuentes asimetrías. No todo tenía que estar perfectamente centrado y equilibrado”, relata.
“Hice algunos dibujos y parecían fluir con esa naturalidad. Hice muchos más. Y una vez que empecé con eso la geometría parecía sugerir el movimiento del plano. En otras palabras, estaba bien mientras era plano, pero parecía más interesante que las piezas o componentes se superpusieran unos sobre otros hacia delante. Y así pasaron de ser pinturas con formas a convertirse en relieves pintados. Llegó un momento en que me di cuenta de que pasaba más tiempo construyendo los relieves y que lo que hacía en realidad era construir o ensamblar las pinturas. Es decir, preparando una estructura para luego pintarla. Fue un proceso que partió desde abajo, poco a poco. El arte que no surgía de una superficie neutral, sino en una que tú habías preparado y construido para pintarla después”.
¿Qué debía dominar, la pintura o la estructura?, le preguntamos. “Al final resultó que lo que más me importaba era la estructura. Así que seguí adelante por ese camino”.
Giros, cambios, descubrimientos. Stella es un artista que nunca se ha quedado aparcado demasiado tiempo en un solo hallazgo. “Cuando trabajas en algo, te preguntas con frecuencia hacia dónde te llevará cada uno de los pasos que das. Cuando dibujas o haces una maqueta, te llegas a dar cuenta de las posibilidades que surgen y te mueves hacia alguna de esas opciones. Pero básicamente creo que todas las ideas vienen de lo que has hecho antes. No hay nuevas ideas que surjan de la nada. A veces lo parecen, pero suelen ser una versión de algo que has hecho antes”.
La cortina de Michael Kohlhaas, un mural de 30 metros de largo de Frank Stella, sostenido por una estructura realizada por Santiago Calatrava, es uno de sus trabajos recientes. Se expone desde finales de mayo en el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneas Pablo Serrano de Zaragoza. La obra está basada en un relato de Heinrich von Kleist sobre el orgullo, la justicia y los abusos del poder, y se ha convertido en la versión sintética de una exposición más ambiciosa.
“La colaboración con Santiago Calatrava ha sido algo que deseaba desde hace tiempo porque admiro mucho su trabajo”, dice. “El tema de Michael Kohlhaas surgió motivado por la dramática situación política, financiera y económica que atraviesa España en este momento. La idea original era montar una exposición con una selección de pinturas mías y nuevas esculturas de Calatrava, además de una pieza realizada entre los dos. Luego cancelaron la exposición como veinte veces y solo sobrevivió el trabajo que hemos hecho en conjunto”. Una pieza sobre la crisis, condicionada por ella.
Es una pieza impresionante, en todo caso. El mural de Stella recuerda, de primera impresión, una pared con grafitis. Es como si, de pronto, el veterano artista se revelara como un antecedente o inspirador de esta estética. O tal vez es lo contrario. “No creo que sea una idea totalmente equivocada ligarlo de alguna manera a cierta estética del grafiti, aunque ellos se llaman a sí mismos ‘escritores’. Lo interesante es que mi interés en Michael Kohlhaas y en Kleist parte de la intención de darle una forma abstracta a una narración. Es contar una historia sin representar figuras. Por ese lado puede emparentar con cierto grafiti. Formas abstractas que se mueven y viajan. Algo que puedes leer como una narración abstracta. O formas abstractas que tienen un impulso narrativo”.
La literatura parece mover ciertos engranajes en la creatividad plástica de Stella. Durante casi una década trabajó en torno a Moby Dick, de Melville. Pero evita la narratividad en su trabajo. “He dejado de ser un lector sistemático. Ahora leo cuando cae en mis manos un libro que me interesa. He estado leyendo a Kleist para realizar el mural, y ahora para un tema que estoy trabajando me interesa todo lo relacionado con Scarlatti. Pero no tengo un programa. Ni me preocupa”.
Nada más lejano en su intención que ser el ilustrador de una historia. Stella es un abstracto convencido, y la pintura representativa no es su campo preferido. “Hay un gran cuerpo representativo en la tradición pictórica americana y es difícil encuadrarte en ella. Literalmente, puedes ilustrar una historia en la forma convencional. Se pueden comprender muy fácilmente las imágenes que recogen momentos de la historia. Por otro lado, si vas a ver a un músico y le pides una banda sonora para Moby Dick, el resultado va a ser abstracto. También puedes tener una versión musical de Michael Kohlhaas. La música tiene la ventaja de que nadie espera que sea representacional”.
La abstracción es el tema central de su trabajo. Una fuente inagotable que puede tomar siempre derivas nuevas o estimulantes. Hoy, la devaluación de la pintura no le preocupa. “No se puede decir que la pintura sea ahora menos táctil, menos física, e incluso algo menos óptica. Es definitivamente más plana. La clave es la digitalización. El mundo digital. Inevitablemente, el arte tiene que hacerse a partir de lo que está disponible en su momento”, afirma.
“La mayor parte de la pintura que se ve hoy día es resultado del photoshop. Es como la fotografía, la fotografía manipulada. Y de ese medio es de donde proceden muchas de las ideas para la pintura actual. En cuanto a otras formas como las instalaciones o performances, también están muy influidas por el mundo digital. Es lo que hay. Pintar con pintura sobre un lienzo solo se le ocurre a gente como yo, a dinosaurios”, bromea.
“A mí puede darme algo de pena, pero si eres alguien que ha nacido en el universo digital y eso es todo lo que conoces, lo natural es que trabajes con esos medios e intentes buscar tu camino. No es un problema para ellos, el problema tal vez es para nosotros. Yo nací en 1936, el problema del arte abstracto no era un problema para mí. Yo crecí con él, no me preocupaba si iba a pintar como Manet o Velázquez. Gente como ellos eran pintores maravillosos, pero no me planteaba en absoluto hacerlo a su manera. Creo que eso es lo que pasa ahora. Los jóvenes artistas trabajan en su tiempo y no creo que siquiera tengan la opción de evitarlo. Podrían tener la opción de un arte retrógrada e intentar deliberadamente pintar como artistas del pasado, pero yo veo eso como una manera más de copiar. No funciona muy bien”.
Stella ha probado algunas veces la instalación de sus obras en espacios públicos, pero no le entusiasma esa opción. “Creo que el arte en espacios públicos es muy difícil, por decirlo de forma educada”, señala. “Los espacios suelen ser complicados y toda la gente con la que tienes que tratar, aunque sean bienintencionados, son difíciles de complacer. Los que hacen el encargo, los requerimientos municipales, los de los bomberos, la meteorología (si es un sitio de huracanes enfurecidos). Hay demasiadas cosas que tener en cuenta. Pienso en la obra de Chillida, un artista que me encanta, y en que esas sí son esculturas resistentes en el exterior. Lo que construía era inamovible”.
Hay otros temas que le preocupan a Stella, y uno de ellos es el de los derechos de los artistas. “Los músicos y la gente del cine han sido mucho más listos que los artistas visuales en ese sentido. Al menos en Europa hay cierta protección del derecho moral del artista. En Estados Unidos, si alguien compra una obra, tiene derecho a hacer lo que quiera con ella, incluso destruirla o alterarla. El gran problema es que no puede avanzar a nivel mundial hasta que en EE UU no haya leyes que los protejan. Si pudiéramos coordinar con los europeos y existiera una voluntad de legislar en EE UU, se podría hacer algo. Es culpa nuestra. Ni siquiera estamos protegidos contra la falsificación. La propiedad es superior a la autoría. Luego está lo de los derechos de reventa para el artista. Esto último no es lo que más me interesa, debo admitir. Es muy complicado y casi innecesario. Yo soy un creyente del impuesto plano, que es muy simple: cada vez que se vende una obra de arte, el comprador tiene que pagar el 2% al artista”.
La copia tiene derechos, pero no el original. “Como la música y el cine, el arte debería tener una garantía de derechos de autor”, prosigue. “Solo tenemos el copyright de las fotos, pero ningún valor atado al objeto físico. Y eso es todo lo que necesitamos”.
Stella no es alguien que mire hacia atrás o que añore tiempos pasados. Mira hacia el frente, pero no demasiado lejos. “No miro hacia delante, prefiero mirar bien por dónde piso”, dice. “Creo que es más importante tener desarrollado el sentido del aquí y ahora. Aunque el presente es algo que siempre se está moviendo. Y eso no me preocupa. Estar en el presente es suficientemente bueno. Nadie sabe qué pasará mañana, así es que es mejor hacer las cosas ahora. El presente es el mejor tesoro”.
Frank Stella. IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Del 24 de julio al 14 de octubre.