Noventa y nueve por ciento Velázquez
Entre 1629 y 1631, Velázquez viajó por primera vez a Italia. De su paso por «la bota» se conocen dos vistas de la Villa Medici expuestas en el Museo del Prado, y la historiografía en torno al pintor habla también de dos copias de obras de Tintoretto que el sevillano habría realizado después de estudiar los originales: una «Crucifixión» y «La última cena de Cristo». Desde 1817 figura en el inventario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando una reproducción de este último lienzo. Una pieza casi diez veces más pequeña que la original (65 x 52 centímetros) que ha sido objeto de múltiples discusiones.
La crítica se ha dividido entre los que creen que se trata de un boceto del propio veneciano, los que opinan que se pintó en su taller y los que afirman, cada vez con menos dudas, que fue obra de Velázquez. Entre ellos, los investigadores Gloria Martínez Leiva y Ángel Rodríguez Rebollo, que en 2011 publicaron un estudio en el que retomaban el debate en favor del sevillano.
El estado de la copia, oscurecida por el paso del tiempo y los barnices aplicados en sucesivas restauraciones, impedía apreciar con garantías el trazo del pintor. Pero tras la limpieza del cuadro que ha llevado a cabo el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), las dudas se han disipado casi por completo. «La restauración ha aportado nuevos datos para interpretar la obra», explica la jefa del Servicio de Restauración de Obras de Arte, Patrimonio Arqueológico y Etnográfico, Mónica Redondo Álvarez. «Al ponerse en valor la superficie pictórica se han descubierto detalles que señalan a un pintor de altísimo nivel», explica.
Proceso de restauración
El estudio de Martínez Leiva y Rodríguez Rebollo llegó en enero a manos de Blanca Santamarina, conservadora y documentalista del IPCE. Tras comprobar la «seriedad» del documento, «que recopila todos los estudios que se han hecho hasta el momentosobre el tema y cuenta con una amplia bibliografía», señala Santamarina, se puso en contacto con la jefa del Servicio de Restauración de Obras de Arte.
El Instituto pensó entonces que una restauración integral podría aportar «evidencias científicas» sobre la autoría del cuadro, estudiando, por ejemplo, los pigmentos y las técnicas empleadas por el artista. La Academia, en vista del que podría ser el primer óleo de Velázquez de su colección –solo posee un dibujo–, solicitó al IPCE la restauración.
Antonio Sánchez-Barriga, restaurador encargado de la limpieza del cuadro, explica que, tras meses de trabajo, han ido desapareciendo los retoques «indebidos» de restauraciones anteriores que hacían dudar de la firma del cuadro. Ahora es posible apreciar los trazos rápidos del pintor y la calidad de las figuras, y han aparecido pliegues y luces antes imperceptibles.
El óleo estaba cubierto por varias capas de barnices oxidados que ennegrecían aún más las zonas oscuras. «Un mal barniz distorsiona la visión y crea brillos que impiden ver bien el cuadro», señala. Además, algunos métodos de limpieza del siglo XVIII (que empleaban cenizas y cera), más que conservar la pintura, «ocultaban la alta calidad de la obra», señala. El lienzo también presentaba «faltas», es decir, pequeños puntos negros que sugieren que la obra fue raspada con piedra pómez (para limpiarla).
Debate futuro
Los técnicos del IPCE esperan los resultados del análisis de pigmentos para dar por terminado su trabajo y «resolver» ese uno por ciento de dudas al que se aferran los escépticos. En septiembre, el cuadro viajará al Museo del Prado, organismo que, en última instancia, certificará la autoría del lienzo. Blanca Santamarina cree que a partir de entonces deberá abrirse un debate sobre la importancia de la copia de Tintoretto en la trayectoria pictórica del sevillano.
La conservadora opina que «La última cena» es «una receta magnífica para aprender a pintar en profundidad», y señala la nada casual distribución de las figuras del cuadro original en planos cada vez más alejados. Recuerda también que, después de estudiar al veneciano, Velázquez introdujo cambios en su pintura. La precisa concepción espacial de Las Meninas podría ser el resultado de las lecciones aprendidas de Tintoretto.
La copia ocupó durante mucho tiempo un lugar privilegiado en el Alcázar de Madrid, antes de que el incendio de 1734 disgregase la colección real. Compartió pasillo con otras obras de los pintores favoritos de Felipe IV, y con las vistas de Villa Medici. Si el lienzo se instalase finalmente en el Prado, las tres obras volverían a estar juntas, y el tiempo y la ciencia nos habrán devuelto un pedazo de aquella galería de reyes.
Una incógnita en torno a la copia que atrae especialmente a Sánchez-Barriga es el lugar donde pintó el lienzo Velázquez. «Existen varias posibilidades: que se llevara los lienzos preparados y lo pintara allí (en Italia), o que hiciese los dibujos iniciales en Venecia y lo pintase a su regreso a España», explica. «Yo creo que lo pintó allí. Es un cuadro pequeño, y una persona como él, que llevaba pintando desde los 12 años, podía tenerlo listo en 48 horas», revela el restaurador. «También resultaría interesante saber si los pigmentos los compró en Italia y estudiar la paleta de colores que utilizó», concluye.