Montar una librería y otras audacias
“Cuando yo era joven, las librerías no eran así…”, comentaba Alessandro Baricco junto a Mario Vargas Llosa en la inauguración de La Central de Callao. Quería decir el escritor italiano que no tenían cuatro plantas, no se podía comer, ni beber, y en pocas se podían encontrar los 70.000 volúmenes que decoran las estanterías del nuevo negocio que se inauguró en pleno centro de Madrid.
Lo de La Central fue una declaración de intenciones a la que acudió en masa el mundo editorial. Una audacia, un atrevimiento, toda una provocación ante la parálisis general, ante el terror creciente. A las siete de la tarde, en la Plaza de Callao había cola.
Una avalancha de lectores, editores y escritores pugnaba por entrar con cuentagotas a merodear entre la madera y el cemento de sus recovecos. Casi para comprobar que era sencillamente verdad la noticia: unos libreros catalanes se habían empeñado en abrir en la capital un negocio para el que han tomado un edificio entero y en el que pretenden vender ese objeto al que muchos han presagiado la muerte en un plazo más o menos inmediato.
Para la inauguración tiraron de relumbrón. Junto a Vargas Llosa y Baricco acudió el padrino Jorge Herralde, editor de Anagrama y constante impulsor de los negocios de La Central. Todos escenificaron un auténtico acto de resistencia. Declararon la guerra a las pantallas y a los agoreros de la desaparición de la imprenta. Hasta Vargas Llosa, uno no sabe si en un desliz entusiasta, utilizó la palabra espectáculo. Dijo el premio Nobel que eso precisamente era la inauguración. Él, que ha escrito un ensayo criticando precisamente la suplantación de dicho concepto por el de cultura. Sería el inconsciente, o una señal de esperanza provocada tanto en él como en Baricco por ser testigos de dicho acontecimiento.
Mira que les avisaron, mira que han dudado y les ha entrado miedo. Pese a todo eso, los dos responsables de la librería, Antonio Ramírez y Marta Ramoneda, han tenido el arrojo de seguir adelante con un proyecto que comenzó hace tres años. “Paralizarse era la peor de las opciones. Frente a las ruinas, proponemos una reconstrucción sobre las ruinas, edificaremos con ética y creatividad, sin componendas ni pelotazos”, aseguraba Ramírez en la presentación inaugural.
“Puede ser un acto demencial, contracorriente, suicida, en un mundo en el que las pantallas derrotan poco a poco al libro y vivimos una crisis sin fondo”, comentaba Vargas Llosa. “Pero resulta algo absolutamente racional, no una ceguera, sino la convicción de que no existen leyes inflexibles y que la historia no está escrita. En una época que incita al pesimismo, es necesario tomar iniciativas a favor de lo que el libro representa”.
Vargas Llosa glosó el único objeto que, según él, nos libra de la barbarie: “No existe nada que represente de forma tan meridiana la cultura, lo que nos aparta del caos, la violencia, las pasiones irracionales”. Una librería así es un lugar donde se acude a soñar, cree el Nobel. “Los libros nos adentran en vidas más sutiles, más complejas de todo aquello que podemos experimentar limitadamente. Además persiguen el sueño de una sociedad con ciudadanos rebeldes, provistos de imaginación y conciencia”.
Alessandro Baricco aportó también su visión optimista. “El futuro está aquí dentro”, comentaba el autor de Seda. “Frente al invierno del alma que parece que vivimos, actos así nos demuestran que estamos ante una primavera”, aseguraba el italiano. “No hay que ver estos lugares como un granero, sino como la cosecha que recogeremos en unos meses”. El autor italiano, novelista, ensayista, crítico musical e impulsor en Turín de una escuela de letras, se mostró muy concienciado sobre el mensaje que actos así deben lanzar a los jóvenes. “Deben saber que aquí empieza algo, que no termina, que es necesario el optimismo para afrontar lo que para mí es una auténtica mutación cultural. No son muchos los intelectuales capaces de articular esto con lucidez. Muchos ven solo peligros, yo creo que estamos ante una gran oportunidad”.