¿Obras de arte robadas por encargo?
Parece cosa de ciencia ficción o de película de Hollywood, pero debe haber casas por el mundo, en cualquier ciudad del mundo, donde acaban las obras sustraídas, metidas en cámaras acorazadas tal vez, escondidas de la vista de las visitas porque ya se sabe que un secreto, sobre todo de esta naturaleza, es algo que no se puede compartir, ya que un secreto que dos conocen ha dejado de serlo.
La cosa es que hace apenas unos días la noticia saltaba a las primeras páginas: en el Kunsthal Museum de Rotterdam unas cuantas obras maestras eran robadas. Picasso, Freud, Gauguin, Matisse y el menos conocido De Haan –que dicen han podido confundir con Matisse- desaparecían de las salas por una especie de arte de magia. El robo, según los expertos bien planeado y sin fisuras, quizás aprovechaba el puerto de la ciudad para sacar las obras de allí a toda velocidad.
¿Cómo han podido robar estas piezas, se preguntan todos como todos se lo preguntan cada vez que ocurre un robo de esta envergadura? Algunos comentan que el bello edificio de Rem Kollhaas es complicado de proteger, pero está claro que se trata de otra excusa más entre la serie de razones que se esgrimen cuando ocurre un robo de esta magnitud. Excusas y razones similares se usaron cuando desapareció el Munch, en el robo del museo paulista y, claro, cuando se llevaron del Codice Calixtino de Santiago. Poca o difícil vigilancia, exceso de confianza, descuido, etc Y, pese a todo, lo que parece obvio en la mayor parte de los grandes robos en institucione públicas –el valor de lo robado esta vez parece de decenas de millones de euros-, sobre todo los que ocurren en museos como el holandés -que la catedral es otra historia-, es que detrás de ellos debe haber una mente fría que calcule la acción con cuidado, durante meses, milímetro a milímetro para que nada vaya mal.
Sin embargo, decir eso es decir lo obvio: al fin y al cabo, la precisión se da por hecha. No se lleva a cabo un robo de esta envergadura –entre los cuadros está la Cabeza de Arlequín de Picasso- sin un plan perfecto. La cuestión aquí podría ser otra: ¿dónde irán a parar las obras? Está claro que venderlas en el mercado es muy arriesgado, dado que todas están ya puestas en caza y captura por la policía especializada. Incluso venderlas en el mercado negro es arriesgado por eso de que un secreto que dos conocen ha dejado de serlo. Personalmente creo que este tipo de grandes robos -si de verdad son impecables- se hacen por encargo. Miillonarios caprichosos –y sin muchas escrúpulos, claro- deciden tener en casa eso que nadie tiene, lo no se puede comprar por todo el oro del mundo, y hacen una lista a la carta que a veces se convierte en realidad.
Es un poco igual que esos robos en el Louvre que siempre se cuenta hacía el secretario de Apollinaire, quien cada vez que iba al museo preguntaban a Marie Laurencin, la Vizcondesa de Noailles. “Señorita Marie, voy al Louvre, ¿se le ofrece algo?” La leyenda sigue contando que algunas de las piezas de arte ibero –entre otras- en las grandes colecciones de los vanguardistas procedían de allí.
Sea o no verdad esta anécdota siempre repetida, está claro que en el mundo del arte mueve mucho dinero, incluso mayor en medio de la crisis, y que a juzgar por los precios astronómicos que se alcanzan en las grandes subastas legales, se puede imaginar que pasará en las ventas de la trastienda. Quizás ahora alguna gran fortuna con pocos escrúpulos estará contemplando el cuadro robado, porque cutreríos -o historias pasionales y nada claras- como el del Códice Calixtino hay pocos. En cualquier caso, personalmente la historia del Calixtino me parece tan inverosímil que quizás haya gato encerrado –o comprador oculto. Sólo espero que estos ladrones de Rotterdam cometan algún error en su plan y las obras vuelvan a casa para que todos gocen de ellas.
Ah, una última curiosidad: en el museo se han quedado algunos buenos Mondrian e incluso algún Braque. Ya ven: igual que en las subastas legales, Picasso y los impresionistas con los que alcanzan mejores precios. Y que es final, con tanto dinero como se maneja, el arte se está convirtiendo en algo peligroso, un asunto en que el cual no puede uno fiarse de las apariencia ni los supuestos mecenas –y ya saben a lo que me refiero.