¿Qué tienen que celebrar los museos españoles?
Celebran su aniversario algunos de los museos y centros de arte españoles que nacieron en los tiempos de bonanza económica. Momento de soplar las velas –y hacer balance– en plena crisis.
Acabada «La Era del Contenedor», que ha dejado esparcidos por nuestra geografía cientos de museos, auditorios y centros de arte, es necesario que de una vez por todas demos paso a un nuevo periodo en el que seamos capaces de aprender tanto de lo bueno como de lo malo que ese tiempo acelerado nos ha traído. Es el momento de establecerse en una nueva era; una era de sensatez que nos permita ahondar en un análisis plural que aporte una explicación convincente de cómo en España hemos sido capaces de pasar de ninguna institución dedicada en exclusiva al arte contemporáneo –1966, año en el nacen el Museo Español de Arte Abstracto en Cuenca y el Museo Picasso en Barcelona– a los cientos de museos, centros de arte y fundaciones que hay registrados actualmente. Sensatez que nos posibilite un diálogo constructivo, si no una estrategia general, tendente a sacar una amplia y variada rentabilidad de cada una de estas instituciones incapaces hasta el momento ni siquiera de comunicar de manera conjunta su programación.
A su ritmo
Sensatez para entender, de una vez por todas, que si bien la cultura es un privilegio de las civilizaciones avanzadas, al mismo tiempo conlleva unos ritmos y unos parámetros diferentes a los del resto de esferas que componen nuestro mundo. Sensatez para establecer unos parámetros de actuación individuales, y también conjuntos, ajenos a las prioridades de índole personal que parece que hemos (han) impuesto sus responsables; verdaderos, pero extraños artífices de un periodo en el que el arte español no ha sido capaz ni de desarrollarse hacia fuera ni hacia adentro de la manera proporcional a la que el gran esfuerzo estructural parecía reclamar. Sensatez para ser capaces de interiorizar un nuevo sistema de recursos acorde con este periodo de recesión económica en el que a la cultura, desgraciadamente, solo se la respeta en el sentido de que es vista y entendida como una industria más.
El caso es que ahora, a fines de 2012, nos encontramos en una situación en la que, sin olvidar todo esto, debemos pasar página y ponernos a trabajar en una verdadera redefinición capaz de acoplar la realidad social y económica de nuestra sociedad a la de nuestros museos y centros de arte, los grandes despreciados en esta época en la que la cultura está siendo arrinconada y, en cierto sentido, apaleada por las mismas instituciones que hasta hace muy poco hacían ostentación de ella.
Y ahora, con tantos años de crisis encima, se echan en falta respuestas amplias y consistentes por parte de un sector que en el mejor de los casos se está amoldando a los constantes envites de las administraciones de las que pende su financiación, pero que en general no está ofreciendo propuestas radicales capaces de afrontar lo que parece ser un progresivo e imparable desmantelamiento.
Una misma salida
a primavera pasada dos importantes directores de museos escribieron en un periódico de tirada nacional unos interesantes artículos en los que, ante la situación actual, proponían una misma salida, aunque con importantes matices diferenciales. Por una parte, Consuelo Císcar, directora del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), clamaba por un nuevo modelo de gestión con un sentido cooperativista en red en el Estado español; un sistema cooperativo horizontal donde tanto conocimientos, medios y recursos pudiesen compartirse. Su artículo era lanzado abiertamente hacia alguien de máxima responsabilidad, el Secretario de Estado de Cultura, invitándole a tomar nota y cartas en un asunto tan importante para el sector en estos momentos.
El segundo texto aparecía pocos días después y estaba firmado por el actual director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS). Bajo el título de Melancolía, hacía una particular lectura de la última película de Lars Von Trier, que relacionaba con la tristeza reinante en la cultura de nuestro país en este momento. Símil muy particular basado en las últimas escenas de este filme, donde los protagonistas, ante la evidencia de un posible final, se esconden bajo unos palos que, a modo de cabaña protectora, según él, no los salvará de lo inevitable. Para Borja-Villel ese repliegue es el origen de todos nuestros males, propone salir de él y, como Consuelo Císcar, habla de trabajar en red y, desde ella, atajar la inoperancia que este mirar hacia dentro, hacia nosotros mismos, parece conducirnos.
Una posición poco racional
No obstante, esa misma película puede servir para plantear una lectura totalmente distinta para la que es necesario situarse en una posición menos racional, es decir, mucho más cercana a la de la propia creación artística. Frente a un final fatídico, ante lo inevitable, el personaje que interpreta Kirsten Dunst –una mujer totalmente doliente– recala en la pureza de entendimiento propia de un niño para buscar una verdadera salida, y esa salida no puede ser otra que la creencia en un sistema no racional capaz de abrir puertas que nos permitan escapar de lo inevitable. Esta fue mi lectura de la película, que puedo extrapolar sin problema hacia el sector de la cultura y, en concreto, de los museos y centros de arte de nuestro país.
Mientras en artistas y profesionales no habite un verdadero y profundo sentido de entender qué es lo que la creación cultural y artística debe aportar a nuestro mundo, será difícil encontrar una salida a una situación que parece habernos superado y que hasta el momento no hace nada más que dar vueltas sobre sí misma. Sin duda, es necesario generar una red amplia y activa que dé sentido a la multiplicidad y al disenso; sin duda, es necesario hacer que los recursos adquieran un matiz de sostenibilidad hasta ahora no contemplados por un sistema esencialmente protector; sin duda, hay que permitir que acciones como las del IVA avalen la idea de que cultura es sinónimo de industria cultural; pero mucho más importante que eso aún sería recuperar para el arte cierto espacio de sueño y utopía, algo difícil si observamos cómo, lejos de las acciones individuales que se apartan del museo o centro de arte, toda propuesta planteada desde la institución acaba desactivada a causa de la socialmente deslegitimada y contradictoria plataforma desde la que se lanza y, en general, a la falta de credibilidad del Sistema del Arte Contemporáneo en el que se sustenta.