El diseñador de zapatos Manolo Blahnik, Premio Nacional de Diseño de Moda
Apenas unas horas después de que recibiera en Londres el reconocimiento a toda su carrera en los Fashion British Awards y de que celebrara en esa intimidad que tanto cuida su cumpleaños, Manolo Blahnik (Santa Cruz de La Palma, Canarias, 1942) recibe el Premio Nacional de Diseño de Moda que otorga el Ministerio de Cultura español y que dotado con 30.000 euros también reconoce toda su carrera. Afincado en Londres desde los años sesenta, Blahnik ha prolongado en sus zapatos su personalidad cosmopolita, exuberante y extremadamente refinada. Fue la famosa editora Diane Vreeland, es mujer que creía que la moda no se aprende, se nace con ella, y que prestaba mucha más atención a la fantasía que a la ropa en sí, quien le animó a hacer zapatos al ver unos dibujos suyos para vestuario de teatro. Y fue su singular educación la que forjó su fértil imaginación, tan arraigada a la rica naturaleza de las plantaciones de plátanos como a los cuentos para niños que desde Inglaterra llegaban a su casa familiar de Canarias y que su madre les leía con esmero a él y a su hermana Evangelina, su brazo derecho en los negocios.
Trabajador incansable, solitario militante y radical defensor de una elegancia que no entiende de tendencias ni de marcas, Blahnik ha convertido sus zapatos no solo en trabajos artesanales capaces de plantarle la batalla al paso del tiempo sino en joyas de coleccionista deseadas por las mujeres más dispares del mundo. "Paciencia, pasión y trabajo". Esas son en sus palabras las claves de una labor que viaja de Londres (donde están sus oficinas), a Milán (donde fabrica sus modelos), a Nueva York (donde está gran parte de su negocio) y a Bath y La Palma (donde sueña y dibuja sus colecciones).
Si Madonna dijo en los noventa que los manolos eran mejores que el sexo, en el umbral del nuevo siglo fueron mujeres tan representativas de estos tiempos como la modelo Kate Moss y el personaje televisivo Carrie Bradshaw quienes han lanzado a la celebridad internacional al por otro lado discreto diseñador. Si Sarah Jessica Parker gritó "¡Quíteme lo que sea, mi baguette de Fendi, mi anillo, mi reloj...! ¡Todo, menos mis manolos!", Moss se casó calzada con el único zapato posible a la hora de convocar un sueño: unos manolos. Entre una y otra, legiones de clientas (las primeras fueron, entre otras, sus todavía grandes amigas Bianca Jagger, Marisa Berenson y Angelica Huston) para quienes la alegría de Blahnik, su vertiginosa vitalidad, se transmite a través de sus zapatos. “Mis zapatos no son diseños, son gestos”, dice él.
De las películas de Visconti a las de Cocteau, de El Greco a Velázquez y Zurbarán, sus influencias se sostienen sobre dos pilares sin los que no se puede entender su universo creativo: el cine y la pintura, especialmente la española. No es difícil verle pasear a ritmo acelerado por las salas del museo del Prado como tampoco lo es escucharle dar una amena y documentada charla sobre cine italiano. Su cultura es inabarcable, propia de un hombre de otra época que no sabe entender el mundo sin esa belleza que él, zapato a zapato, a contribuido a construir.