El Louvre, banco de pruebas del museo futuro
Paul Cézanne decía que el Louvre es un libro al que entramos para aprender”, le gusta repetir a Henri Loyrette, presidente director de este museo desde 2001. Una puerta al conocimiento que traspasan 35.000 personas en un día corriente, 45.000 cuando no dejan entrar a uno más. País en miniatura que, como el Prado, busca una mayor autonomía económica en medio de la debacle, establece acuerdos con museos internacionales (“nació con una vocación universal”), busca la forma de que los turistas vean algo más que la Gioconda e incluso inaugura faraónicos proyectos que hoy ya no se abordarían. Loyrette (París, 1952) está pletórico. En septiembre se abrieron las nuevas salas de arte islámico, que costaron casi 100 millones de euros, y esta semana es el turno de una “antena” del museo en la minera y deprimida ciudad de Lens. Los 60.000 metros cuadrados de exposición en París no son suficientes para tanto patrimonio.
Este apéndice en Lens se anunció en 2003 y fueron varias las ciudades candidatas. “Lo que me interesaba es que tuviese un carácter social, no una ciudad con cultura. Está en una zona (Pas de Calais) industrial, muy tocada por el desempleo (15%) y que ha sufrido todas las guerras. Es una forma de reparación. Hay un objetivo muy distinto del Centro Pompidou de Metz, que está en una bella ciudad de cultura”, cuenta el presidente durante un encuentro con prensa internacional. Comparte mantel en un restaurante de París con periodistas llegados de Beirut, Río o Hong Kong y reina un ambiente distendido en el que Loyrette se deja de formalismos, aunque sin abandonar sus exquisitos modales, acordes a su infancia en el elitista Neully.
Lens, que cerró sus minas hace seis años, cuenta con una ubicación idónea, a un tiro de piedra de París (una hora en tren de alta velocidad), Bruselas o Reino Unido.“Habrá una exposición allí sobre la guerra de 1914. Me parece importante mostrar la guerra de la forma instructiva en que lo hacen los alemanes”, sostiene Loyrette. A diferencia de otros museos, Lens no contará con una colección propia, sino que lo alimentará el depósito de la central. “Vayan a verlo. Es el edificio más bello que se ha levantado en este siglo”, asegura orgulloso. Se refiere al luminoso y minimalista edificio de vidrio de 20.000 metros cuadrados proyectado por los japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa.
De madre suiza (“no se puede ser perfecto”), Loyrette se graduó en historia del siglo XIX y llegó a ser el director del Museo Orsay de 1994 a 2001, aunque trabajaba como comisario desde 1978. “El Orsay se ocupa de la segunda mitad del siglo XIX y ante un cuadro de Monet no hay que explicar nada. Te emocionas. Sin embargo, si estás delante de un poussin en el Louvre, necesitas una explicación para comprenderlo. No es solo un objeto bello. Hay que entender el componente filosófico”.
Cada presidente de la República quiere legar algo a la historia a través del Louvre. François Mitterrand cortó la cinta del ala de exposiciones Richelieu y la pirámide de cristal de Ieoh Ming Pei. Con el listón tan alto, su sucesor, Jacques Chirac, discutió largamente con Loyrette qué rumbo dar al museo cuando este último llegó al cargo en 2001. Idearon crear un departamento de arte ruso y finalmente se decantaron por resaltar su soberbia colección de arte islámico. “La decisión se tomó antes de los atentados del 11-S”, aclara el director, y reconoce que tras estos el proyecto adquirió más peso. “Ahora es muy importante conocer esa cultura”. Tres mil piezas de arte musulmán, persa, turco y mongol se exponen en las nuevas salas. Las ampara un techo ondulado y dorado, del estudio de arquitectos de Mario Bellini y Rudy Ricciotti, que simula un velo en movimiento. Tras su apertura en septiembre por François Hollande (a Nicolas Sarkozy le faltaron semanas), Loyrette pudo hacer el primer tachón en su blog de asuntos pendientes. Le tocaba, pues, el turno a Lens.
La crisis no se ha llevado por delante su proyecto más faraónico y controvertido: la sucursal en Abu Dhabi de Jean Nouvel que se debía inaugurar en 2013 y cuyas obras van a comenzar finalmente el próximo trimestre. Por su construcción, acordada en 2007, el emirato va a desembolsar 1.000 millones de euros, más 400 por poder usar comercialmente el nombre del Louvre durante 30 años. A cambio, Francia prestará obras de varios museos. El edificio no estará aislado. Se prevé la construcción de un nuevo Guggenheim, un campo de golf y una sede de la Universidad de Nueva York.
Hollande ha decretado un recorte en el gasto público de 30.000 millones de euros en dos años, así que nunca los petrodólares se han recibido con mayor alegría. “Es normal que, si se pide un esfuerzo a todos, el Louvre también reduzca. Ustedes en España lo saben bien. Hay que deshacerse de lo más innecesario”. Hasta ahora disponían de un presupuesto de unos 200 millones de euros anuales: 100 del Estado, 100 de ingresos propios y mecenazgo (el Prado recibirá en 2013 11,2 millones de las arcas públicas, un 29,5% menos que este curso). “El dinero público se va en los sueldos y en el mantenimiento del Louvre y de los jardines que llegan hasta la plaza de la Concordia. Así que toda la política del museo se refugia en nuestros fondos. Por eso tenemos que pensar qué esfuerzos hacemos. Somos también una fuente de recursos para el país. Según un estudio, por cada euro aportado por el Estado al Louvre, este proporciona a la sociedad diez. Lo que supone 1.000 millones de euros por año”. Pronto, dice, solo el 45% del presupuesto provendrá del Estado (en el Prado supone el 40%). “Habrá que preguntarse entonces qué es un museo nacional, qué es un servicio público. Son cuestiones muy importantes e interesantes. ¿Ocurre también en España, verdad?”, pregunta.
Ríe con franqueza y excusa su familiaridad cuando se le pregunta por la Gioconda del Prado. “¿Su Gioconda? Si puede ser llamada Gioconda a su pintura, a su fea copia. No, no es así. Bromeo. Es un lienzo muy bonito, pero no tiene nada que hacer ante Leonardo”. Ambas obras no se verán juntas en Madrid durante su mandato. “Es un cuadro muy delicado y complicado de transportar. ¡Son terribles estos periodistas!”. Enseguida lo arregla. “España ha cambiado mucho en poco tiempo. Sus museos son formidables. Nosotros trabajamos mucho con el Prado y La Caixa”. A nadie escapa que algunas de estas entidades autonómicas apenas albergan contenido y él se muestra compasivo: “Sí, esa locura se ha extendido por todas partes”.