De nuevo el placer de la mirada (menos mal): la 30º Bienal de Sao Paulo
La Bienal de Sao Paulo acaba de clausurarse e, igual que ocurriera con la documenta 13, nos ha dejado a muchos con un buen sabor de boca. Sobre todo con la esperanza de la clausura de ese arte político que ha gobernado el panorama internacional a través de su obsesión por el documento y una falta de jerarquías que equipara todo, tal vez por una aplicada lectura de la invención anglosajona “estudios visuales”. Esa pasión absurda ha acabado mezclando conceptos y, más aún, ha olvidado que la idea de englobar cada manifestación visual dentro del mismo sistema de representación es algo que ya proponían Warburg y hasta Gombrich –o sea la Historia del arte como disciplina- de manera mucho más creativa.
¿Dónde estaban los historiadores del arte?, me preguntaba en muchas de las últimas propuestas de exposición. O, dicho de otro modo, ¿dónde está el placer de la mirada y hasta del relato que se ha perdido por completo en esa obsesión por la teoría que ha gobernado estos últimos años y que aún gobierna ciertos sectores entre nosotros, un poco a destiempo, todo hay que decirlo?
Y, de pronto, un recorrido por documenta 13 y la última Bienal de Sao Paulo y la pregunta obtiene su respuesta: el placer de la mirada, e incluso el gusto por las historias, están de vuelta en casa. Además, no creo equivocarme si digo que este tipo de grandes eventos no habla únicamente de la puesta en escena de sus comisarios, sino que desvela las tendencias que van a gobernar la escena artística en los próximos años. Así, frente a lo político como se entendía, surge lo político-poético, tal vez porque los viejos planteamientos del “documento” han dejado de crear un territorio fértil de reflexión y se han lexicalizado. También se puede ser político recuperando nombres desapercidos y se puede ser batallador de un modo otro: dando a los artistas sitio para respirar frente a la imposiciones al uso de los comisarios que acaban por utilizar a los artistas –del pasado o del presente- como meras ilustraciones para su tesis –un ejemplo paradigmático de la peor de esas prácticas fue El principio Potosí en el Museo Reina Sofía.
Ese ofrecer sitio suficiente para respirar es lo que Pérez Oramas ha propuesto a los artistas en la Bienal. De alguna manera, su deseo de subvertir las estructuras dadas se remonta la reflexión de Ivo Mesquita a la hora de plantear cómo debe ser una bienal en estos momentos. Si el segundo, en una edición que desde luego fue un hito, planteaba una idea de obras escasas y la reflexión sobre el evento mismo, Pérez Oramas decide centrarse en la "inminencia de las poéticas" y vuelve los ojos hacia artistas fascinantes y a veces en el margen, fuera del discurso canónico por uno u otro motivo. En esta edición, muy latinoamericana, y en la cual están presentes desde Alberto Cortina –a través de él abre el propio espectro del término “arte”- hasta una maravillosa sala Gego (foto de la izquierda) que se halla entre las más conmovedoras. La mirada a su vez poética e inminente de Pérez Oramas nos regala la inesperada e inusualmente política obra de Fernand Deligny –un conjunto y un montaje especilísimos-, la radicalidad de Arthus Bisbo do Rosario –con su mirada inesperada sobre un mundo particular- o Maryanne Amacher, un rescate brillante y necesario.
De hecho, no sé si será por el profundo respeto hacia las obras expuestas, que aparecen como se decía en una especie de pequeñas colectivas con un montaje inusual para estos grandes eventos, pero la relación que el espectador consigue establecer con cada uno de los autores de la Bienal, que en algunos casos se presentan poniendo en evidencia diálogos, como “constelaciones” –dice Pérez Oramas-, es de una intimidad prodigiosa, tan rara en el mundo en que vivimos.
Hay aquí, desde luego, un cambio de paradigma y de pronto pienso cómo dicho cambio quizás llega desde territorios en los bordes del sistema –el mejor sitio donde vivir por su cualidad de entremedias. Si en el caso de documenta 13 el pensamiento de dos mujeres - Carolyn Christo-Bakargiev y su segunda Chus Martínez- quedaba claro en la elección de nombres y el hilo conductor, en el de esta Bienal, la idea misma de partir de una nueva forma de ver el mundo y las relaciones con el mundo, más frágil y hasta más vulnerable, se trasluce de la propuesta de Pérez Oramas que resume algo que desde hace mucho andaba merodeando: hay otros discursos tan potentes como el hegemónico que han sido obviados hasta hace pocos años. El caso de América Latina es proverbial, aunque hay muchos otros olvidos que, en cualquier parte, hay que ir rescatando.
Ahí es donde surge la nueva radicalidad de Pérez Oramas y su nueva forma de “hacer política”, pues buscar a los olvidados y darles su espacio, respetar el espacio de todos en las miniindividuales de la Bienal es, quizás, la nueva estrategia política que va tomando posiciones poco a poco. Lo pensaba al visitar la exposición Abierto/ Cerrado, en la Pinacoteca do Estado de Sao Paulo, donde Guy Brett (foto de la izquierda) establecía un diálogo personal con las cajas y los libros de artista, los objetos más delicados, de los grandes creadores brasileños. Una belleza.
Y lo pensaba en la propia Bienal ante la supuesta obra documental de Thomas Sipp, Hotel Humbolt (fotograma a la derecha) , donde el autor reconstruía el bello relato del mítico hotel, hito de la modernidad caraqueña de los años dorados y ahora abandonado y custodiado por un emigrante español que vive allí solo y apartado, al cuidado de un lugar casi en ruinas, siguiendo los rituales de uso, fantasmal y fascinante. El documento de época aquí se mezcla con la historia actual y recupera su emoción. Sí, las cosas están cambiando incluso a la hora de proponer los temas para documentales. Y personalmente me alegro de volver a encontrarme con la poesía, los relatos poéticos y hasta con la belleza de las obras que esperan que las miremos y gocemos. ¡Estoy harta de "papelitos"! –pardon my French.