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Matisse y su evolución hacia el éxtasis

Matisse y su evolución hacia el éxtasis

Al gran modernista francés Henri Matisse (1869-1954) no le gustaba formar parte de ningún grupo. A principios del siglo XX lideró la breve arremetida de los fauvistas —aquellas “bestias salvajes” de colores intensos y texturas contundentes— pero, por lo demás, se abstuvo de los movimientos distintivos del arte moderno.

Estaba en comunión con artistas del pasado lejano o no tan lejano, y periódicamente se codeaba con el cubismo y la obra de su máximo rival, Picasso. Pero su principal deseo era, como él decía, adentrarse “cada vez más en las profundidades de la pintura verdadera”. Este proyecto fue en todos los sentidos una excavación, y lo logró en parte profundizando en su propia obra, revisitando ciertas escenas y temáticas una y otra vez y, en ocasiones, creando copias en apariencia similares, aunque drásticamente diferen-tes, de sus cuadros.


Su evolución rigurosa aunque ilimitada es el tema de la muestra Matisse: in search of true painting [Matisse-: en busca de la verdadera pintura], en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, una de las exposiciones más apasionantemente instructivas sobre el pintor (dura hasta el 17 de marzo). Tan cautivadora como sucinta, la muestra aborda la extensa carrera de este maestro francés con solo 49 cuadros, pero casi todos son obras estelares, cuando no esenciales.


Esta exposición arroja nueva luz sobre la tendencia del artista a copiar y a trabajar en serie. Los cuadros van en parejas o en grupos alineados según la temática: dos naturalezas muertas con fruta y compota, de 1899; dos versiones de un joven marinero recostado en una silla, de 1906, o cuatro vistas, de 1900 a 1914, de Notre Dame desde la ventana de Matisse, al otro lado del Sena.


En la última galería se exponen cinco cuadros de finales de los años cuarenta que representan el estudio de Matisse en Vence con colores planos y saturados y vibrantes motivos de plantas y telas. Figuran entre los últimos lienzos que pintó antes de embarcarse en el gran viaje final de los recortables.


Distribuidos en ocho galerías, cada pareja o grupo constituye un miniseminario. Juntos, muestran a Matisse vagando incesantemente entre extremos, revisando implacablemente su camino hacia la grandeza con ideas radicales sobre la economía y el acabado. Debe prestarse atención a su hábito de pintar colores oscuros sobre tonos claros para crear un brillo de fondo sutil. Matisse buscaba una franqueza implícitamente moderna que generaba una valiente intimidad entre artista, objeto y espectador. Decía que “trabajaba para avanzar hacia lo que sentía, hacia una especie de éxtasis”.


La práctica de copiar nació de su formación académica, que, por una larga tradición, consistía en copiar a los viejos maestros del Louvre. Pero Matisse orientó este ejercicio hacia el presente, copiando obras mucho más contemporáneas y probando estilos diferentes, en su mayoría posimpresionistas. La primera galería incluye la naturaleza muerta en homenaje a Cézanne (1904) y otra obra que representa la misma composición con el estilo puntillista de Paul Signac (1904-1905).


Todavía más interesantes son las dos naturalezas muertas de 1899 con compota y fruta. Una es un rico y exhaustivo tributo posimpresionista (Van Gogh, Gauguin, Cézanne, Vuillard) bañado de una luz melosa. La otra es más exigua: la fruta y las jarras se representan mediante siluetas planas de colores llamativos.


La segunda y tercera galerías de esta exposición invitan a reflexionar sobre marineros y desnudos con bufandas blancas. Y es casi asombroso ver que la espléndida Vista de Notre Dame (1924), casi toda ella azul, del Museum of Modern Art tiene un insólito hermano gemelo fechado el mismo año: una panorámica relativamente realista de esa catedral. En los años treinta, Matisse empezó a utilizar fotografías de sus cuadros. Sin duda, era otra forma de preservar ideas artísticas para utilizarlas en el futuro, pero también enviaba instantáneas a los clientes y las valoraba como una prueba en contra de las afirmaciones de los críticos de que sus cuadros estaban hechos demasiado deprisa. En 1945 llegó a exponer seis lienzos, cada uno de ellos rodeado de su correspondiente fotografía, en la Galerie Maeght de París.


La séptima galería de la exposición presenta tres cuadros entre sus fotografías probatorias, que verifican que el progreso de Matisse a menudo era extenuante y que, a pesar de ello, el artista sorteaba las dificultades hasta llegar a una imagen final que rezuma frescura y facilidad. Está claro que sus cuadros casi siempre son destilaciones laboriosas, pero es maravilloso ver el proceso documentado con tanta sinceridad. Su éxtasis se sustentaba en numerosas formas de transparencia.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El País (Roberta Smith) | Fecha: 20/12/2012 | Ver todas las noticias



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