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Cuando el artista es el emprendedor

Cuando el artista es el emprendedor

Cada vez son más los creadores que están encontrando un espacio para sus habilidades más allá de los límites del arte, en sectores como la tecnología o la comunicación. No se trata de trabajo alimenticio. Si entendemos la práctica artística como una forma de investigación hay industrias que están detectando un valor en el trabajo de estos artistas-investigadores y les están abriendo sus puertas. Repasamos los más destacados.


Ben Rubin, con una larga y reconocida trayectoria en la escena del arte de los nuevos medios, ha colaborado en varias ocasiones con el profesor de estadística de la Universidad de California, Mark Hansen. La más conocida de sus obras, Listening Post, es todo un icono que ha ilustrado la portada de innumerables libros sobre la historia reciente del arte digital, y se ha expuesto por centros como el Reina Sofía o el Whitney Museum. Su obra más vista, sin embargo, debe ser Movable Type, una instalación multipantallas que ocupa el lobby de la sede del New York Times. Allí ha trabajado durante los últimos años Jer Thorp, artista de la información que explora las posibilidades visuales de la representación de datos complejos.


A finales del pasado diciembre, Rubin, Hansen y Thorp anunciaban que unían sus fuerzas para emprender un proyecto común llamado OCR, iniciales de “Oficina de Investigación Creativa” en inglés. En el mundo del New Media causó un cierto impacto, porque el curriculo colectivo de los tres creadores dota al proyecto de una aureola de “super grupo”. Pero la Oficina de Investigación Creativa no quiere ser un colectivo artístico. Es, exactamente, una empresa. Ha nacido para resolver los problemas de grandes compañías, instituciones públicas y organizaciones que generan una gran cantidad de información y que desean descubrir el potencial creativo de sus datos. Tres artistas del medio digital pueden aportar una mirada y una experiencia distinta de la que ofrecería una consultora que tuviera en su plantilla solamente a ingenieros, estadísticos o diseñadores.


Buscarse la vida.

La economía del arte digital siempre ha tenido importantes diferencias con la del resto de las artes visuales. A pesar de que su presencia en el circuito de las galerías haya ido a más, los artistas de los nuevos medios raramente han vivido de colocar sus piezas a coleccionistas o de realizar proyectos para museos y centros de arte contemporáneo. El New Media se sostiene en distintas formas de actividad que han surgido alrededor de su práctica, desde la docencia y la investigación en la universidad, a los talleres, residencias y presentaciones en un extenso circuito internacional de festivales y labs. Aunque, en los últimos años, el auge de las industrias creativas, las conferencias de emprendedores y eventos “de ideas” y, sobre todo, la santificación de la “innovación” y el I+D como agentes clave para el desarrollo económico, han situado a muchos artistas digitales en una posición paradójicamente ventajosa.


Si su trabajo ha tenido que ver, en muchas ocasiones, con extender nuestra visión de lo que las tecnologías de nuestro tiempo permiten, hay toda una serie de empresas que están más que dispuestas a permitirles que lo hagan dentro de sus oficinas y departamentos de I+D. Incluso si no tienen excesivamente claro de qué manera lo rentabilizarán.


Capacidad de innovación.

Algunas de las compañías de bandera de Silicon Valley, por ejemplo, se han visto atraídas por la capacidad de innovación de artistas y diseñadores experimentales y los han incorporado a sus equipos, con el fin de capturar el capital simbólico que producen. Entre sus múltiples departamentos, Google cuenta con el Data Arts Team, un equipo capitaneado por el reconocido artista Aaron Koblin. Su función es el desarrollo de experimentos creativos que muestren qué pueden ofrecer las nuevas herramientas y plataformas desarrolladas por la compañía del buscador. Así, el Data Arts Team ha lanzado proyectos como The Wilderness Downtown, un videoclip interactivo para la banda canadiense Arcade Fire que demuestra las posibilidades inéditas de Chrome, el navegador de Google. Su proyecto más reciente, el software de dibujo colaborativo The Exquisite Forest, es una colaboración entre Google y la Tate Modern de Londres.


El caso de Nicholas Felton es otro ejemplo interesante de cómo una compañía del sector tecnológico se acaba interesando por el trabajo de un creador. Desde hace varias temporadas Felton difunde con éxito en la red su Annual Report, un vistoso “informe” visual que, con un sofisticado lenguaje infográfico, resume todo lo que este diseñador neoyorquino ha realizado en el año anterior. Dada su experiencia para resumir vidas en datos, no es de extrañar que Facebook lo incorporase a su plantilla, ni que le destinase al equipo que rediseñó recientemente el Timeline, el interfaz que explica el recorrido vital de cada usuario.


Suele ocurrir que un artista realiza un proyecto innovador y sorprendente, y cuelga un vídeo que muestra la pieza en Youtube o Vimeo. El proyecto corre como la pólvora por blogs especializados, despachos de comunicación y agencias de publicidad. Meses después aparecen “versiones” que utilizan la idea del artista y la convierten en un spot publicitario o una acción de marketing, por supuesto, sin su conocimiento ni participación. Esta secuencia se ha repetido en múltiples ocasiones en los últimos años, ante la frustración y la impotencia de los creadores. En vez de acudir al abogado y pleitear, muchos artistas están eligiendo ser ellos mismos los que se ofrecen para realizar trabajo comercial que exista de manera paralela a su actividad artística. Para estos estudios, si el arte es la investigación, la publicidad o las acciones patrocinadas pueden ser el desarrollo que las sustente y las haga viables.


Crear una empresa.

Los ejemplos son muchos. Zach Lieberman y Theo Watson son nombres establecidos en el circuito artístico del New Media que en paralelo, realizan proyectos para marcas o compañías. Scott Snibe se ha especializado en el desarrollo de aplicaciones para móviles y tabletas, y en App Store se pueden encontrar tanto sus proyectos artísticos como las apps promocionales que ha realizado para Björk o, recientemente, para Philip Glass. Uno de los proyectos de arte y tecnología de más éxito de 2012, a cargo de Memo Atken, nació en realidad como una acción promocional en el marco de un festival de publicidad.


El éxito más relevante para esta nueva economía creativa sucede cuando una tecnología desarrollada por un artista para su trabajo acaba encontrando aplicaciones más allá de los límites del arte. En los últimos años, comunidades de artistas digitales y hackers han desarrollado numerosas herramientas de código abierto como alternativa a los estándares comerciales: desde Processing y Open Frameworks para gráficos generativos e interacción hasta Arduino para robótica y computación física. Mas allá de sus aplicaciones en proyectos artísticos, estas plataformas tecnológicas se están utilizando hoy en numerosas industrias.


COSM es el ejemplo por excelencia de cómo un proyecto artístico puede acabar derivando en una Startup (empresas de capital-riesgo) tecnológica. Su creador, Usman Haque, ha realizado numerosas y grandes instalaciones en el espacio público con luz, sonido y elementos interactivos. En España, por ejemplo, intervino en Las Ramblas de Barcelona en 2010, como parte de una exposición en el centro Arts Santa Mònica. A partir de su experiencia en este ámbito, Haque ha desarrollado una plataforma que permite conectar fácilmente un sensor de medición a una página web. COSM es, quizás, la manera más sencilla de crear una web que nos permita conocer en tiempo real la temperatura dentro de una habitación o la polución en nuestra calle. Tras el desastre de Fukushima, colectivos de ciudadanos la utilizaron para medir los niveles de radiación en sus casas. Hoy, la sede en Londres de COSM está encima de su estudio de artista.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El Cultural (JOSÉ LUIS DE VICENTE) | Fecha: 27/01/2013 | Ver todas las noticias



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