Weiwei Superstar maravilla en Sevilla
¿Puede un artista cambiar la vida de 1.400 millones de personas? No parece muy posible. Pero, de ser capaz de lograrlo, ése es, sin duda, Ai Weiwei. Esta pregunta aparece en el folleto promocional del documental «Ai Weiwei. Never Sorry», dirigido por Alison Klayman, cuyo preestreno tiene lugar hoy en Sevilla. Algo está pasando en esta ciudad. Quienes piensan que todo allí es Feria de Abril, la Macarena y Murillo, deberían darse una vuelta por la ciudad: se encontrarán con obras de artistas tan vanguardistas como Jan Fabre, que estrena en el Teatro Central una obra de 8 horas de duración; la directora belga Agnès Varda o el propio Ai Weiwei.
Es uno de los artistas de moda y con mayor repercusión del momento. Y, sin duda, el artista chino con mayor proyección internacional. Es Weiwei Superstar. Hay quien habla de que tanta sobreexposición mediática le acabará pasando factura. Pero lo cierto es que siempre que inaugura exposición levanta una gran expectación. En España fue Ivorypress quien le presentó en sociedad en 2009 con la muestra «Ways Beyond Art». Ese mismo año hizo una intervención en el pabellón Mies van der Rohe de Barcelona, «With milk, find something everybody can use»: inundó sus piscinas de café con leche. Cuatro año después, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) de Sevilla le dedica a Ai Weiwei (Pekín, 1957) su primera exposición en un museo español, «Ai Weiwei: resistencia y tradición», que se ha presentado esta mañana y que permanecerá abierta hasta el 30 de junio.
Comisariada por Juan Antonio Álvarez Reyes, director del museo, y Luisa Espino, no se trata de una retrospectiva de su trabajo. Para los responsables del museo, no es una exposición especial, sino una más de su programación. No hay muchas piezas, pero sí da una buena idea de su trabajo, especialmente de su producción en cerámica. Su presupuesto, tan sólo 50.000 euros. A Weiwei, que no estará en la inauguración pues no puede salir de China debido a sus problemas con el Gobierno -aunque ha enviado un vídeo para la ocasión-, le gustaría mucho la sede donde se exhiben sus trabajos.
Antigua fábrica de porcelana china.
El Monasterio de Santa María de las Cuevas en la Cartuja, del siglo XIV y que cuenta con 23 hectáreas, tiene una historia fascinante. Allí preparó sus viajes al Nuevo Mundo Colón, que llegó a estar enterrado en él. En el siglo XIX se convirtió en una prestigiosa fábrica de loza y porcelana china, propiedad del británico Charles Pickman: ahora regresa la cerámica de Weiwei a este lugar. En los años 80 este espacio pasó a manos de Rumasa. Tras su expropiación por parte del Estado, acogió el pabellón real en la Expo Universal de 1992: allí se alojó la realeza que acudió al evento. Y desde 1997 es sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Todos los préstamos, a excepción de un vídeo cedido por la Tate Modern y otro del Louisiana Museum of Modern Art de Dinamarca, proceden de colecciones privadas (curiosamente, no son muchos los museos que atesoran obras del disidente y activista chino). La galerista Helga de Alvear es una de sus más entusiastas coleccionistas. Ha prestado generosamente algunas de las piezas más espectaculares de la exposición. También hay préstamos de Ivorypress (galería de Elena Ochoa) y de colecciones danesas, donde parece que gusta mucho la obra de Weiwei.
Pipas sobre la antigua tumba de Colón.
El arranque de la exposición es lo más llamativo. Se entra por la iglesia grande del monasterio, donde el visitante podrá ver, primero, el proceso de producción de su obra más conocida, «Sunflower Seeds» (2010), los cien millones de pipas de porcelana (150 toneladas) que instaló en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres. Pipas que resultaron tóxicas. Por lo que el público no podía acercarse a ellas. Las pipas se han hecho tan célebres que incluso hay un mercado negro en internet que las vende. Se repartieron en varios conjuntos. La Tate Modern se ha quedado con el grueso. La colección Ghilsalberti de Copenhague se hizo con 5 toneladas, o sea 3.300.000 pipas. Son las que han viajado hasta Sevilla.
En la llamada Capilla de Colón (allí estuvo enterrado durante un tiempo) se han instalado todas esas pipas. ¿Qué diría el descubridor al saber lo que hay sobre su antigua tumba? Están tan protegidas como la mismísima Mona Lisa: una línea en el suelo advierte al visitante «No pasar», sensores, un cristal... Todo es poco para evitar la tentación de llevarse una pipa como souvenir. Las pipas llegaron con su correo (como se hace con un Velázquez), fueron pesadas e instaladas con la supervisión correspondiente. Los cien millones de pipas fueron realizadas a mano, una por una, por 1.600 trabajadores durante dos años y medio. No fue casualidad que Weiwei eligiera una pipa de girasol para su proyecto. Durante la revolución cultural china, Mao se simbolizaba con un sol y los chinos eran como los girasoles, giraban siempre hacia él.
El régimen comunista, hecho trizas.
Sin pipas que llevarnos al bolsillo, pasamos a la antigua iglesia, en la que se ha instalado la pieza más espectacular de la exposición, «Descending Light» (2007), una gigantesca lámpara estilo chandelier con miles de cristales rojos que semeja haberse desplomado. Yace en el suelo. Con esta pieza Weiwei simboliza una hipotética caída del régimen comunista chino. Esta bellísima pieza, que evoca a «Nude Descending a Staircase», de Marcel Duchamp -artista que admira especialmente-, es propiedad de Helga de Alvear, que la adquirió en la galería Mary Boone de Nueva York. Destinada a exhibirse algún día en el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear de Cáceres, se exhibe aquí por primera vez.
A lo largo de varias estancias del monasterio vamos descubriendo nuevas piezas del artista chino. Ai Weiwei era un gran aficionado a los blogs. El suyo era una parte importantísima de su trabajo. Lo entendía como el dibujo es para muchos artistas. Entre 2005 y 2009 fue frenética la actividad de su blog: colgaba imágenes de su vida cotidiana, de suntos sociales y políticos... Pero en 2009 el Gobierno chino lo cerró. El detonante, sus investigaciones sobre el terremoto de Sichuan (China) en 2008, en el que murieron unas 250.000 personas. En una pieza, también cedida por Helga de Alvear y de curioso título, «258 Fake» (nombre de su estudio), vemos, a través de doce pantallas, imágenes que se proyectaron en su antiguo blog. Las hay de todo tipo: incluso jamón, chorizo y paella.
1.001 chinos en Kassel.
Siguiendo con los vídeos, también se muestra «Fairytale» (cuento de hadas), que recrea su famoso y peculiar periplo en la Documenta 12 de Kassel. Weiwei tuvo la ocurrencia de llevar hasta la ciudad alemana a 1.001 chinos, de distintas edades y grupos sociales, e instalarlos en un campamento en el recinto de la exposición durante el tiempo que permaneció abierta. Este vídeo documenta todo el proceso, desde la preparación hasta toda la estancia. Y más vídeos. En una sala, junto a una Inmaculada barroca, se confiesa Weiwei en una entrevista concedida a Christian Lund, del Louisiana Museum de Dinamarca, que le dedicó una exposición en 2011.
Cerámica y tradición.
Pero decíamos que la cerámica adquiere un protagonismo en la exposición de Sevilla. La estética de la resistencia de Ai Weiwei no solo se refiere a su disidencia política. Se fue de China, dice, porque era «una dictadura, donde se esconde la verdad», porque tenía miedo. Vivió 12 años en Nueva York, pero volvió a China en 1993 «no sólo para mirar, sino para quedarme». Su rebeldía le valió su encarcelamiento, arresto domiciliario... Pero, como él mismo dice, «me enfrento no sólo al Gobierno chino, sino también a la cultura china y a nuestra tradición».
Comenzó a visitar anticuarios, a recuperar las técnicas ancestrales de la famosa cerámica china, se compró un horno... Fue crucial para él su encuentro en 2006 con artesanos de Jingdezhen, región china célebre por su cerámica. En piezas presentes en la muestra (varios pilares, una sandía, una burbuja), todas ellas cedidas por Ivorypress, consigue un acabado de gran calidad, similar a los objetos de los antiguos emperadores. Pero Weiwei juega a la ambigüedad con la cerámica tradicional china: nos hace creer que «customiza» piezas de gran antigüedad. No sabemos si son auténticas o no. En «Colored Vases» (2008), coloreó con pintura industrial de colores chillones 16 vasijas neolíticas (5000-3000 a.C). ¿Verderas o falsas? No lo sabemos.
Una de sus obras más célebres, «Dropping a Han Dynasty Urn» (Tirando una urna de la Dinastía Han), presente en el refectorio del monasterio, es un tríptico fotográfico de una performance, en la que Weiwei aparece tirando una urna de la Dinastía Han contra el suelo. Al artista le interesa reflexionar sobre lo auténtico y lo falso. Una auténtica declaración de intenciones en la que denuncia el mercado salvaje de falsificaciones que hay en China. Todo se falsifica, sin excepción. Es célebre el Mercado de la Seda de Pekín, donde es posible adquirir cualquier falsificación que uno quiera. En el mismo espacio, otra de las instalaciones más llamativas de la muestra: «El fantasma Gu bajando de la montaña» (2005). Weiwei, en colaboración con el artista de origen rumano Serge Spitzer, pintó en blanco y rojo 96 vasijas. En ellas representan fragmentos de una imagen del periodo Yuan. Para ver toda la escena es preciso rodear toda la instalación.