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Cuando Lichtenstein (no solo) hizo pop

Cuando Lichtenstein (no solo) hizo pop

Si el protagonismo del ratón Mickey en uno de los museos más importantes del mundo apenas retiene ya la capacidad de sorprender, es gracias a un autor que hace más de medio siglo insertó a ese personaje de los dibujos animados en el marco del arte con grandes caracteres.


Ejecutado por el estadounidense Roy Lichtenstein (1923-1997), un cuadro famosísimo del entrañable roedor inaugura la retrospectiva que la Tate Modern londinense dedica desde esta semana a una de las figuras centrales del pop art,en un recorrido que sin embargo quiere trascender la iconografía y formatos inspirados en la cultura de consumo masivo que sellaron su firma, para revelarnos a un artista en constante exploración del medio de la pintura y de su artificio. El Lichtenstein famoso por su aproximación irónica a la historia del arte era en realidad un admirador de los grandes maestros del siglo XX, a los que intentó entender y recrear con su personal estilo plasmado en delicados paisajes y otras imágenes casi desconocidas para el gran público.


El futuro pintor, artista gráfico y escultor, nacido en el seno de una familia de origen judío alemán bien acomodada en Nueva York, apenas se dejó seducir en sus inicios por el expresionismo abstracto en boga, al que enseguida contrapuso la innovadora idea de un arte controlado por los mecanismos de producción masiva. La exposición de la Tate, coorganizada por el Art Institute of Chicago, analiza esa transición de Lichtenstein desde la pincelada emocional y espontánea de su juventud hasta la simulación de los mecanismos industriales que producirían un estilo de arte muy diferente.


Ya forma parte de la leyenda el reto que uno de sus hijos planteó al artista para que emulara a la criatura de Walt Disney con la misma precisión de la estética de la viñeta. Look Mickey (1961), un cuadro que nos muestra al ratón y al pato Donald en un episodio de pesca, fue el resultado de aquel desafío, y precursor de un estilo que abrazó sujetos banales y adoptó los métodos de reproducción mecanizada: las tramas de puntos utilizadas en la imprenta, los colores básicos de la paleta en su versión más estridente y tan comunes en los anuncios comerciales de la época, los gruesos contornos que suelen delinear las clásicas figuras del cómic.


Le sucedieron piezas como Drowning girl, centrada en una heroína de cómic que prefiere hundirse en el mar de olas que le rodea antes que pedir auxilio a su amante Brad. A base de la investigación de formatos no asociados con la pintura sino con la distribución en masa, de una técnica formidable que no quiere denotar la dificultad del proceso creativo, la obra de Lichtenstein acaba apropiándose de la imaginería de esos cómic tan populares con una propuesta que no tuvo su encaje inmediato en los EE UU de principios de los sesenta. “¿Estamos ante el peor artista de América?”, se preguntaba la revista Life a raíz de la exposición que la galería de Leo Castelli dedicaba a ese contemporáneo de Andy Warhol, colega receloso de lo que consideraba un intrusismo en su terreno.


Lichtenstein fue objeto de crítica, pero al igual supuso ya entonces una revelación en el universo artístico, como demuestra la adquisición de una de sus obras hoy emblemáticas, Whaam!, por la galería Tate de Londres en 1966. Aquel retrato gigantesco, dinámico y apocalíptico de unos jóvenes atrapados en la guerra como juego mortal, aunque servidos en formato de viñeta, tiene su lugar estelar entre las 125 obras que despliega la exposición a orillas del Támesis.


La firma del más intelectual de los artistas pop está asociada fundamentalmente con esa producción colorista inspirada en las historietas del cómic que en realidad solo ocupó tres años de su carrera, aunque su proyección sigue muy viva en la cultura popular de nuestros días. A lo largo de una carrera que acabó truncada por la neumonía en su plenitud creativa, el artista refinó esas composiciones en una serie de cuadros en blanco y negro dedicada a objetos de consumo como las pastillas Alka Seltzer, estudió la proyección de la naturaleza en el cuadro (“el arte no se relaciona con ella, sino con su percepción”), elaboró una serie de esculturas que bebían del diseño art déco tan extendido en la decoración de los rascacielos neoyorquinos e incluso recuperó brevemente el brochazo del expresionismo abstracto.


El estudio de sus admirados Picasso, Matisse o Monet se traduce en aproximaciones artísticas que incorporan elementos del futurismo, el surrealismo o el impresionismo, sin abandonar esos puntos que se convirtieron en su enseña. Siguen presentes, aunque menos nítidos, en los desnudos que ejecutó en los años noventa, cuando recupera a aquellas heroínas del cómic, aunque en una pose más sensual e incluso erótica. O en su obsesión por representar la superficie de los espejos, que le llevó a experimentar con diferentes materiales. Quizá la gran sorpresa para el visitante son esos paisajes inspirados en el arte chino en los que empleó sus últimos años: el lienzo de su época más tardía disuelve los puntos o las dramáticas líneas hexagonales que identifican a Roy Lichtenstein en una composición licharmoniosa, delicada, y muy alejada de ese impacto reconocible que forjó la fama de su nombre.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El País (PATRICIA TUBELLA) | Fecha: 20/02/2013 | Ver todas las noticias



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