La realidad supera a la realidad en el Museo Thyssen
La pinacoteca revisa uno de los movimientos artísticos más populares: el hiperrealismo.
A finales de los años 60, un crítico de arte le preguntó al galerista Louis K. Meisel cómo llamaría él a esos pintores que se servían de cámaras y fotografías como base de su proceso pictórico. Él le respondió: «No sé muy bien... quizás realistas fotográficos... ¡No! Fotorrealistas. ¿Qué le parece?». No sabemos si a aquel crítico le pareció bien o mal, pero el nombre quedó acuñado para ese movimiento en Estados Unidos.
Pocos años después, en 1972, el pope de las vanguardias, Harald Szeemann, sorprendió a propios y extraños en la Documenta 5 de Kassel llevando a ese grupo de artistas. Levantó ampollas, pues el dueño y señor de entonces era el arte conceptual, lo más extremo que hay al fotorrealismo. En Europa este movimiento pasó a llamarse hiperrealismo. El Museo Thyssen dedicó hace unos años una monográfica a uno de sus miembros más relevantes: Richard Estes. Ahora ha querido revisar este movimiento con una retrospectiva, organizada por el Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania, que abarca desde 1967 hasta 2012, a través de 50 obras. Esta muestra ya se vio en Tubinga (Alemania) y, tras su paso por Madrid, viajará a Birmingham.
El fetichismo de la mercancía.
Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, nos explica las claves del hiperrealismo: «Nació como un movimiento vinculado al pop, a la iconografía de la sociedad de consumo, la fascinación por los escaparates, el fetichismo de la mercancía... Es el verdadero arte popular de hoy; lleva la experiencia visual al extremo». Pese a su fulgurante éxito entre el público (algunos artistas se han convertido en auténticas estrellas), no siempre ha gozado de buena prensa.
Se les acusa a los artistas hiperrealistas de ser meros copistas de la realidad, de utilizar medios mecánicos como la fotografía en su proceso creativo. Solana los defiende: «Este movimiento tiene mucha más densidad intelectual de lo que los críticos nos quieren hacer creer. Es de una complejidad sofisticada: lo que vemos está citado, no solo representado. En una pintura de Nueva York, por ejemplo, no solo vemos Nueva York; es una pintura de una fotografía de Nueva York».
Entre la vida y la pintura.
La fascinación por el ilusionismo, una mágica confusión entre vida y pintura donde la mirada queda atrapada, son algunas de las claves de este movimiento, cuyos trabajos se tornan hermosos trampantojos: uno sueña con entrar en la pintura. Soñamos... y entramos en un fascinante y maravilloso mundo multicolor, en el que habitan apetitosas golosinas, anuncios luminosos, restaurantes de comida rápida, escaparates de tiendas y cafés, cabinas telefónicas...
Todo ello, distribuido en la exposición en cuatro secciones. Una reúne peculiares bodegones modernos formados por botes de ketchup, tabasco, mostaza y saleros. Es el caso de «Los favoritos de América», de Ralph Goings. Son naturalezas muertas con pequeños objetos cotidianos agigantados. En este caso el tamaño sí importa.
«On the Road».
«On the Road» (en la carretera) es, además del título de una mítica novela de Jack Kerouac, otro de los apartados de la exposición. La cultura pop siente fascinación por las relucientes Harleys, los automóviles, sus brillantes guardabarros y parachoques... En algunos casos, incluso, los artistas hacen sus obras con pintura industrial de coches. Es el caso de Peter Maier. Paisajes urbanos de ciudades como Nueva York, Las Vegas, Londres y Venecia conforman el núcleo de la exposición. Los hay realmente espectaculares, como una vista de la capital británica pintada por Ben Johnson desde la terraza de la National Gallery. Para ella utilizó un sofisticado programa de software. Los hay, en cambio, como Richard Estes, que prefieren el modo tradicional: paleta y pincel.
La figura humana cierra la muestra, con artistas como John Kacere, Yigal Ozeri o Bernardo Torrens, que finalmente sí está presente con dos obras (en un principio no estaba convocado a la cita). Quizá el público eche de menos a Antonio López, pero, en contra de lo que se cree, su pintura está lejos de ser hiperrealista. Refleja la realidad, sí, pero la trasciende a otro nivel.
Audrey Flack, la Macarena y lo kitsch.
Una de las artistas presentes en la exposición es Audrey Flack (Nueva York, 1931), única mujer del grupo original de este movimiento. Amiga de Pollock y De Kooning, iba para expresionista abstracta y acabó siendo la primera fotorrealista norteamericana en entrar en el MoMA en 1966. Además de pintora y escultora es historiadora del arte. Estudió en Yale y ha sido profesora en la Universidad de Nueva York. Es una de las precursoras del kitsch en el arte contemporáneo: Jeff Koons le debe mucho. Ayer Audrey Flack acudió a la presentación de la muestra para hablar de su trabajo. Se confesó una gran enamorada del Barroco, de la imaginería española (cree que debería estar en los libros de Historia del Arte) y hasta de la Macarena, a la que dedicó unas obras. A punto estuvieron de ir a la Documenta de Kassel, sí se vieron en la Bienal del Whitney y una está en el MET. La crítica la crucificó; dijo que las suyas eran las obras más feas y grotescas de la década. «Me convertí en una artista kitsch, vulgar, una chica mala», dice.