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Dalí: el pintor y el genio, tras sus máscaras

Dalí: el pintor y el genio, tras sus máscaras

El Museo Reina Sofía reivindica al Dalí pintor por encima del mito en una antológica llamada a convertirse en un fenómeno de masas, como él mismo. La inaugurará la Reina el próximo viernes.


Volver a Dalí. Ese es el objetivo de la gran antológica que se ultima estos días en el Museo Reina Sofía, la primera en España después de tres décadas. Había ganas de ver de nuevo aquí a Dalí. La muestra, que inaugurará la Reina el próximo viernes, llega avalada por un éxito arrollador en el Pompidou parisino: 790.000 visitantes. Pero lo que podría parecer un caramelo para cualquier museo (largas colas en la entrada y aún más en la tienda) desvirtuaría su verdadero sentido.


Se quiere huir de los fuegos de artificio, del merchandising salvaje, de la dalimanía que suele desatarse alrededor de este artista, más propio de una estrella de Hollywood o un mito del rock. Un ejemplo: del 23 al 26 de este mes podrá degustarse un menú daliniano en el restaurante del Hotel Palace de Madrid. Y varias publicaciones han desplegado ya completos catálogos de piezas de inspiración daliniana a la venta. Todo un negocio. Por algo Breton lo bautizó Avida Dollars.


Por contra, la exposición del Reina Sofía pone el énfasis en su faceta de extraordinario pintor. Como explica el director del museo, Manuel Borja-Villel, es «una invitación a superar la anécdota, la marca, el eslogan». «Queremos invitar a ver su pintura -añade Montse Aguer, directora del Centro de Estudios Dalinianos y una de las comisarias de la exposición-. Apostamos por el Dalí pintor, pero también está el otro». Ese que desde muy joven apuntaba maneras: «Seré considerado un genio». «Los contrarios -advierte Aguer- están tan presentes en Dalí que no podemos evitarlo. Que cada uno escoja».


El artista de las mil caras.

Los adjetivos se agotan para calificar al artista de las mil caras: bufón, payaso, loco, genio, excéntrico, exhibicionista, kitsch, narcisista, paranoico, neurótico, caníbal, dandi, hippie, performer... Fenómeno de masas, él fue su mejor creación. Se fabricó para sí mismo ésas y otras muchas máscaras, tras las cuales se parapetaba. Ya desde niño se disfrazaba de rey. Durante toda su vida nunca dejaría de disfrazarse. ¿Una pose más de su exhibicionismo? «¿Y si fuera extrema timidez? -responde la comisaria-. Dalí era un gran tímido, utilizaba esas máscaras como coraza ante la sociedad. En su “Vida secreta” contó verdades, medias verdades y falsedades. Creó una vida tras la cual esconder su vida real. Esta exposición trata de sacar a la luz ese otro Dalí más real».


Nos adentramos en las salas de la tercera planta del Reina Sofía para descubrirlo. El título de la exposición ya nos da algunas pistas de lo que nos vamos a encontrar: «Dalí. Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas». Gracias a la colaboración de los tres principales depositarios de la obra de Dalí (Fundación Gala-Salvador Dalí de Figueras, Salvador Dalí Museum de Saint Petersburg, en Florida, y el Reina Sofía), además del Pompidou y el patrocinio de la Fundación Abertis, se han reunido dos centenares de obras, entre las que hay préstamos excepcionales.


Muy difícil ver tal concentración de Dalís por metro cuadrado: sus cuadros más emblemáticos, pinturas casi inéditas, dibujos, películas, manuscritos, documentos, fotografías... No se ha querido presentar las obras en un montaje teatral, barroco. Demasiado fácil y evidente. Se ha optado por mostrar a Dalí al natural, desnudo, sin aditivos, conservantes ni colorantes. «La escenografía es la propia obra de Dalí», advierte Montse Aguer.


Claves para entender la exposición.

Hay algunas diferencias respecto a la muestra del Pompidou. Allí se recreó su célebre Sala Mae West; en el Reina Sofía se verá a través de un diorama. Aquí, en cambio, se incide más en el Dalí pintor y escritor. Pero, ¿cuáles son las claves para entender el complejo y rico universo daliniano a través de esta exposición? La primera es una terna formada por familia-paisaje-autorretratos, presente en toda su carrera.


El recorrido arranca con los trabajos de un joven Dalí (15-18 años) que ya está gestando su personaje: se autorretrata altivo, con cuello rafaelesco. La geografía daliniana (los paisajes de Figueras, Cadaqués, Portlligat) tiene una gran presencia en su trabajo. Lo mismo que su familia. Retrata obsesivamente a su hermana Anna María. Años después haría lo propio con su hermano muerto (un estupendo retrato, presente en la exposición), al que no llegó a conocer y del que tomó su nombre: Salvador. «Aquello le marcó profundamente -explica Aguer-. Todas sus extravagancias fueron para superar su muerte, quería demostrar que era capaz de llevar su nombre». Es el mito de Castor y Polux.


Y más mitos aplicados a su familia. El de Guillermo Tell (la autoridad del padre que devora y sacrifica al hijo) le venía como anillo al dedo para retratar a su padre. Su madre no aparece demasiado en su trabajo. Pero sí vemos en esta antológica una obra brutal: «A veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre». Su padre explotó de ira por considerarlo un ataque blasfemo a la memoria de su madre difunta y contra el culto a la Virgen. Lo repudia: lo echa de su casa y de su vida.


Lorca, Buñuel y los putrefactos.

La exposición continúa con el trascendental paso de Dalí por la Residencia de Estudiantes de Madrid: su encuentro y amistad con Lorca y Buñuel. De este último vemos un excepcional retrato y se proyectan los dos filmes que hicieron al alimón: «Un perro andaluz» y «La edad de oro». Es en esta época cuando se cuelan en su obra los putrefactos, los animales podridos. ¿Qué supuso para Dalí su paso por la Residencia? «Le reafirma -dice la comisaria-. La cosmología de Buñuel, la poética de Lorca son dos influencias básicas para él. Asimilaba todos los estilos, pero buscaba el suyo propio».


Absolutamente libre, a contracorriente, con una curiosidad sin límites y siempre contradictorio, «podía hacer una cosa y al mismo tiempo la contraria». En efecto, era pura contradicción: lo duro y lo blando, lo crudo y lo cocido... «Dalí fue uno de los forjadores de la modernidad y uno de sus más agresivos agentes destructivos», comenta Borja-Villel.


También fue una esponja; bebía de los pintores a los que admiraba: Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, Velázquez, Vermeer, Mantegna, Duchamp, Arp, Miró (asesinaba la pintura como él)... Pero fue Picasso, de quien se exhibe un retrato grotesco genial, una de sus debilidades confesas: «Es el hombre en quien he pensado más después de mi padre. Los dos son los Guillermo Tell de mi vida». ¿Qué les acercaba y qué les separaba? «La pintura nunca les separó, fue la ideología, el pensamiento». Es célebre su frase: «Picasso es pintor, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco». Los coqueteos de Dalí con el franquismo y los nacionalismos fueron una barrera infranqueable: «Dalí se acomodó al poder», apun ta Montse Aguer.


«El Angelus» de Millet.

En su colegio había una reproducción de «El Angelus» de Millet colgada en la pared. Aquella imagen del mito trágico llegó a obsesionar a Dalí. Para él, era «la obra pictórica más turbadora, enigmática, densa y rica en pensamientos inconscientes que jamás ha existido». En el cuadro, dos campesinos rezan a la hora del Angelus. Llegó a pedir al Louvre que hiciera una radiografía de la obra: Millet habría pintado entre ambas figuras el ataúd de un niño muerto. De nuevo, el hijo sacrificado.


El sexo, a veces explícito, siempre violento, es una constante en su trabajo. Cuelgan en la exposición obras maestras como «El gran masturbador» o «El espectro del sex-appeal». «A Dalí le atormentaba el sexo y lo utiliza para expresar sus obsesiones -advierte Montse Aguer-. Es un erotismo caníbal: el deseo de devorar al ser amado». Gala, su esposa y musa, no tiene una sala propia en la exposición. No le hace falta: está presente en toda ella. Como muchos de sus símbolos: tenía fobia a los saltamontes y le obsesionaban las hormigas (las asocia al arrepentimiento) y las moscas (evocan para él el Mediterráneo y el placer).


Surrealismo y Camembert.

El núcleo central de la exposición está dedicado al surrealismo y el método paranoico-crítico que Dalí inventa, con Freud y Lacan al fondo, como una forma de subvertir la realidad, usando dobles imágenes. Son muchas las obras maestras presentes: «La metamorfosis de Narciso», «El hombre invisible» o «La persistencia de la memoria». En esta última, del MoMA, aborda la idea del paso del tiempo a través de relojes blandos que concibió Dalí tras comer queso Camembert.


La exposición también revisa su visión de la guerra, sus años americanos (en EE.UU. descubre realmente la cultura de masas; tiene proyectos con Disney y Hitchcock), sus trabajos teatrales y publicitarios, su interés por la ciencia y la energía atómica (imágenes estereoscópicas, ilusiones ópticas, búsqueda de la cuarta dimensión...) Católico sin fe, como él mismo se definía («estoy buscando la fe, pero no la encuentro»), pinta y pinta crucificados. Pero su gran obsesión era la inmortalidad. La alcanzó a través de su pintura.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: ABC (NATIVIDAD PULIDO | MADRID) | Fecha: 22/04/2013 | Ver todas las noticias



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