Anatomía de un expolio
La estrella de la subasta de Maestros Antiguos que celebra Christie’s el próximo 5 de junio en Nueva York es fruto del expolio. Hablamos de una obra de tamaño mediano (78 x 94,5 cm) que fue pintada en 1624 por el maestro Gerrit Van Honthorst (Utrecht, Países Bajos, 1592-1656). Se titula El Dueto (imagen superior). Y, por este óleo, la casa de pujas espera recaudar entre dos y tres millones de dólares (1.547.000-2.321.000 euros). La tela tiene un pedigrí único, y “un intrigante pasado”, narra Nicholas Hall, responsable del departamento internacional de Maestros Antiguos de Christie’s.
El cuadro muestra a un joven con bigote y a una mujer que, a la luz de una candela, entonan una canción. Los labios, entreabiertos, revelan que ya han empezado con las primeras notas y la escena parece surgir, súbitamente, desde la oscuridad. La vela es la única iluminación. Y la luz se derrama sobre la cara del hombre, mostrando unos ropajes caros y, a la vez, descubriendo el rostro y el pecho, desnudo, de ella. La habilidad con la que el pintor holandés era capaz de capturar estos nocturnos (absolutamente impregnados de Caravaggio) le valió en su tiempo el sobrenombre de Gherardo delle Notti (Gerardo de la noche). Bajo una mirada actual esta escena bien se puede leer como una metáfora de la seducción. Aunque el erotismo que desprende también remite a las imágenes de cortesanas (tan populares en Utrech en aquellos días). Pues bien lo podría ser ella, y él representar su cliente.
Esto ocurría en el siglo XVII. Poco imaginaba el maestro holandés la agitada vida que le aguardaba a esa tela, una de las más vibrantes de su producción. Tras varios cambios de mano, El Dueto se encontraba en el siglo XIX en la legendaria colección Stroganov, en San Petersburgo (Rusia), que contenía obras irremplazables de maestros antiguos españoles, franceses, alemanes y flamencos junto con una abundante representación de Rubens, Rembrandt y Van Dyck.
En aquel tiempo, el conde Alexander Strogonov (1733-1811) había amasado una increíble colección y para albergarla construyó una galería en el palacio que lleva su nombre. Este diplomático ruso fue asesor artístico de Catalina la Grande y presidente de la Academia Imperial de las Artes. A su muerte, había dejado tras de sí una colección única. Nuestro Dueto había llegado allí en 1793. Y en el catálogo figuraba con el nombre de La Lección de canto.
Rusia saca el lienzo a subasta.
Pero la historia, impertérrita, imponía su marcha. La pintura fue pasando de manos de un miembro de la familia a otro y en 1864 ya forma parte del Museo Hermitage junto con otras obras de la colección Strogonov. Sin embargo, ni si quiera ahí encontraría la calma. En 1917 estalla la Revolución rusa, y el Gobierno soviético nacionaliza la colección. Poco después, en 1931, en una decisión propia de otros tiempos, las autoridades deciden sacar el lienzo a subasta en la sala Lepke (Berlín).
A finales de aquel año, la tela es adquirida por Bruno Spiro, una empresario judío de origen alemán que había hecho una enorme fortuna negociando con armas. Tanta suerte tuvo en su empresa que en el momento álgido su colección albergaba cientos de obras. Pero Bruno Spiro pronto sintió el miedo. El nacionalsocialismo se abría paso como fuerza hegemónica en Alemania y con él su terrible postulado racista y antisemita. Preocupado, Spiro transfiere todas las pertenencias, incluido El Dueto, de su casa berlinesa en la calle Heerstrasse 85 (Villa Spiro) a su mujer, Ellen Clara Spiro. Pensaba que así estaba seguro. Sin embargo, tristemente, se equivocó. En 1936 fue deportado a un campo de concentración nazi donde moriría a los pocos meses de llegar. Poco despues, Ellen Clara se vio obligada a entregar todas sus pertenencias, incluido el valioso lienzo, a los nazis.
Y aquí, como muchas otras veces cuando se trata del expolio de obras de arte, el tiempo se enturbia. Se detiene. Se enreda. Y, al mismo, adquiere velocidad. La tela pasa por diversos coleccionistas alemanes. Todos afirmarán haberla comprado de buena fe. Ignorando la historia que ocultaba. ¿Resulta creíble tanto desconocimiento?
El rastreo de la familia.
Sea como fuere, en 1969 el Museo de Bellas Artes de Montreal (Canadá) adquiere El Dueto a un conjunto de marchantes que operaban en Munich. Quienes, una vez más, desconocen la procedencia y el dolor que encierra la obra. De cualquier forma, durante más de 40 años, el cuadro parece encontrar cierto sosiego en el museo canadiense donde se exhibe como uno de sus grandes tesoros.
Sin embargo, varios años después, los herederos de Spiro comienzan la búsqueda de la tela. La encabeza Gerald Matthes, nieto de Bruno Spiro, quien se ha convertido en un rico hombre de negocios con sede en Hamburgo. Matthes delega el rastreo en un despacho berlinés, que no tras pocos azares, y después de cinco años de porfíar, la localiza durante 2009 en el museo de Montreal. Los abogados descuelgan el teléfono y se comunican con la institución canadiense, que afirma haberla comprado de buena fe, ese 1969, de los marchantes y coleccionistas Horsely y Annie Townsend y William Gilman Cheney. El museo repasa sus archivos y concluye, tras una investigación interna, que la reclamación es veraz. El Dueto procede del expolio. Comienzan las negociaciones de devolución.
A finales de abril pasado, el museo canadiense accede a retornar la obra. Los herederos han decidido hacer con ella lo que casi siempre sucede en estos casos: sacarla a subasta. Matthes echa sus particulares cuentas. Una “fuerte cantidad de dinero” irá para el bufete berlinés, otra para la entidad canadiense, ya que “la compró de buena fe”, y “el resto se repartirá entre los siete herederos de Bruno Spiro”. ¿Y si sobra algo? Se destinará a actividades antiabortistas. “Mi abuelo hizo una enorme fortuna con las armas. Tengo la esperanza de que ese dinero ahora se utilice para favorecer la vida (sic). Para mi tiene sentido, es como si se cerrará un círculo”, comentará Gerald Matthes a la prensa canadiense.
Esta es, por ahora, la historia de El Dueto. Apenas ha estado en manos de sus legítimos propietarios 60 días antes de que decidieran venderlo al mejor postor. Parte del dinero se destinará a fines antiabortistas. Y el mundo público pierde una obra que, muy presumiblemente, decorará el salón de un millonario árabe, ruso o americano. ¿Sería este el futuro que imaginaron para esta bella tela hace muchos años Gerrit Van Honthorst, Alexander Strogonov o Bruno y Ellen Clara Spiro? Mucho nos tememos que no.