Un faro cultural para el Mediterráneo
El espectacular Mucem abre sus puertas en medio del puerto de Marsella. El museo está dedicado a las civilizaciones surgidas en torno a la cuenca del Mare Nostrum.
Se distingue en el horizonte como un cubo de cristal que surge del mar, recubierto de una espectacular membrana de cenefas arabescas de hormigón, que privan al visitante del espectacular paisaje costero que lo envuelve, tal vez para que sea capaz de apreciarlo todavía más. Cuando lo abandonamos, durante el disparo inaugural de los actos de la capitalidad cultural europea, el Mucem permanecía envuelto en la polvareda y sin fecha de entrega definida.
Tras cinco meses de preparativos a contrarreloj, el nuevo Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo fue finalmente inaugurado ayer por François Hollande. El presidente francés aseguró que la ciudad puede sentirse “orgullosa” de este nuevo equipamiento, el primero de un plan de descentralización cultural eternamente pospuesto en la vida de la República. Hollande no dudó en afirmar que la existencia de este museo reforzará “la emergencia de la solidaridad entre las dos riberas del Mediterráneo” y que contribuirá a “amplificar el horizonte de libertad de los pueblos árabes, que persiguen prolongar, no sin dificultades, su primavera”. Se diría que sobreestimaba el potencial de un simple museo, si no fuera porque la promoción del multiculturalismo parece su propia razón de ser.
Sus responsables insisten en que el Mucem no será solo un museo, sino un faro que irradiará las culturas mediterráneas. El director del centro, Bruno Suzzarelli, considera, orgulloso, que este “no cuenta con ningún equivalente en toda Europa” y aspira a convertirlo “no solo en un lugar de exposiciones, sino en el nuevo centro neurálgico de la ciudad”.
El hombre que lo ha erigido, el arquitecto Rudy Ricciotti, también lo considera el epicentro de una nueva onda expansiva que propagará la cultura por toda la ciudad portuaria. “No se trataba de crear un museo, sino un nuevo territorio”, explicaba ayer Ricciotti, que se impuso ante la práctica totalidad del clan de los arquitectos-estrella que perseguían el encargo, con Rem Koolhas y Zaha Hadid a la cabeza. Les superó con una propuesta “porosa y sensual, que reivindica la belleza estética enfrentándose al minimalismo anglosajón”, en sus propias palabras. “Quise que el edificio fuera como una de esas mujeres mediterráneas con las que Hitchcock decía que no quería trabajar, porque adivinaba el sexo en sus rostros”, describió Ricciotti.
El museo, de 15.000 metros cuadrados de extensión, aspira a seducir a 300.000 visitantes al año, además de convertirse en un “aspirador de turistas”, según un portavoz de la oficina de turismo local. Lo hará con exposiciones temporales sobre el arte y la civilización de la cuenca mediterránea. Las dos primeras fueron destapadas ayer, antes de quedar abiertas al público este viernes. El negro y el azul recorre la historia del Mediterráneo reinterpretándolo como un conflicto entre la aspiración a la concordia entre sus pueblos y las innumerables guerras que lo han impedido. La exposición se abre con los Desastres de la guerra de Goya, enfrentados con el Bleu II de Miró y su apacible contemplación marina. “Igual que existe un sueño americano, existe otro mediterráneo. Los mediterráneos nos esforzamos en seguir soñando por mucha destrucción que hayamos contemplado”, explicaba el comisario, Thierry Fabre, que ha orquestado un recorrido histórico que va de las campañas napoleónicas hasta el 15-M.
La segunda muestra se titula El bazar del género y aborda la desigualdad femenina y los problemas ligados a la sexualidad en el Mediterráneo, a través de objetos de la vida diaria, recortes de prensa y fragmentos de películas alternados con obras de Louise Bourgeois, Niki de Saint-Phalle o Pierre et Gilles. La fotógrafa sevillana Pilar Albarracín, presente en la exposición, preside la fachada del nuevo edificio con una de sus imágenes: una matadora calzada con tacón alto y con una olla exprés bajo el brazo. Solo una incógnita parece ensuciar el radiante futuro que todo el mundo vislumbraba ayer. ¿Encontrará el Mucem un público masivo que se interese por el multiculturalismo, allá donde otros foros han fracasado? El majestuoso Palacio del Pharo dirige un mal augurio desde lo alto de la colina vecina. Fue construido a pie de mar por Napoleón III para la emperatriz Eugenia, pero nunca se instalaron en él. Cuando cayó el imperio, el edificio seguía vacío y con la fachada inacabada. A partir del viernes, el Mucem intentará escapar al mismo destino.