El año que crearon radicalmente
El Museo Reina Sofía fecha en 1961 la ruptura de las fronteras en el arte. La exposición reproduce en vivo las piezas de baile de Simone Forti.
Simone Forti presentó Cinco construcciones de danza y otras cosas, el 26 y 27 de mayo de 1961, en el loft que Yoko Ono tenía en Chambers Street, en el Lower West Side de Manhattan. El piso tenía un piano y pocos muebles y por él pululaba buena parte de una juventud harta de las rígidas fronteras de la cultura oficial y ávida de nuevos horizontes. Menuda e inquieta, Forti había llegado a Nueva York desde la costa Oeste acompañada de su marido, el escultor Robert Morris, que creó para ella una serie de módulos de contrachapado que permitían la implicación de público y bailarines en las coreografías.
Esas piezas de, digamos, danza escultórica, han viajado por el tiempo, más de medio siglo después, hasta la exposición que ahora inaugura el Museo Reina Sofía, 1961 La expansión de las artes, en la que durante los próximos meses se representarán cada día en vivo como parte de un recorrido que ayer el director del centro, Manuel Borja-Villel, tachó de inapelable. “No será la exposición más popular, pero sí la más necesaria. Vivimos un tiempo de amnesia colectiva en la que recordamos los nombres, pero olvidamos la historia. Esta es una exposición de historia, uno de esos ejercicios de microhistoria que tanto nos interesa”.
Esa microhistoria se atreve a marcar la fecha de la explosión de “las artes expandidas”, el momento exacto en el que todas las etiquetas que hoy usamos (arte conceptual, interdisciplinar, experimental, acción poética, performance, minimalismo...) no se habían enunciado porque estaban germinando en el cerebro y los sentidos de un grupo de creadores dispuestos a cambiar la hoja de ruta del arte contemporáneo. “Básicamente, todos íbamos a la misma fiesta”, resume Simone Forti. “Los bailarines, los músicos, los poetas, los pintores, los cineastas... todos estábamos en los mismos lugares y nos interesábamos por el trabajo de los otros. Yo durante un tiempo me peleé con la pintura abstracta hasta que fui a un taller de improvisación de Anna Halprin. Ella provocó mi ruptura. Yo no sabía qué hacer con los cuadros después de pintarlos y en Anna encontré la respuesta a mi dilema: la acción era la pintura que yo buscaba, mi cuerpo era la respuesta. Me enamoré de aquello”.
Nacida en Florencia en 1935, Forti se crió en California, pero fue en Portland donde conoció a Morris. “Estuvimos casados siete años, no tan mal. Todavía somos buenos amigos”. En la exposición, las piezas de su exmarido tienen un notable protagonismo. Ella se aleja de las totémicas, la que más le gusta es una pequeña caja de madera que, si uno atiende, reproduce el sonido del momento en que se construyó. Pero la más espectacular quizá sea la reconstrucción de Passageway, un largo pasillo que se estrecha mientras escuchamos los latidos del corazón en las paredes y que también estaba en el concurrido loft de Yoko Ono. La pieza raramente ha sido vista después.
“El loft de Yoko no era tan grande como esta sala”, dice Fortis marcando con el pie los metros de aquel piso que debió dar buenos disgustos al padre banquero de la japonesa. Por él pasaron muchos de los protagonistas de esta nueva historia del Reina Sofía: La Monte Young, George Brecht, Henry Flynt, Jackson Mac Low, Walter de Maria, George Maciunas, Ray Johnson, Emmett Williams, Nam June Pail y, cómo no, el culpable de todo: John Cage. “Cage fue la figura que nos aglutinó y guió. Es el padre, el filósofo, de todo esto. Nosotros solo hacíamos cosas, sin preocuparnos muchos ni por documentarlo ni por su repercusión”. Lo importante, repite, era hacer. “Cage era mayor que nosotros. Un día me acerqué a él para mostrarle mi admiración. Me dijo que esa semana Merce Cunningham, que era su pareja, estaba fuera y que me invitaba a comer y a ver su colección de piedras. Soy vergonzosa, pero una amiga me empujó a tomarle la palabra. Me preparó una comida maravillosa y me enseñó con detenimiento toda aquella colección suya de piedras. Eso fue todo, quizá no es mucho, pero para mí fue importante”.
Desde que a finales de los años cincuenta John Cage se encontró con sus clases de música llenas de artistas todo empezó a cambiar. “Era un mundo de artistas que no sabían escribir música y de músicos que empezaron a invadir las artes”, afirma Julia Robinson, comisaria junto a Christian Xatrec de la exposición.
Quizá ese nuevo-viejo mundo pille por sorpresa a algún visitante del Reina Sofía acostumbrado a la silenciosa placidez de los objetos. Que nadie se asuste ante el grito desgarrado de una bailarina que agita con intensidad una olla llena de clavos, o ante el acto de amor —y silbidos— de un hombre y una mujer que se ocultan bajo dos cajas de madera, o ante las composiciones con cuerdas de dos atléticos bailarines sobre una rampa. “La improvisación no es humo en el aire, pese a la idea popular. Hay una estructura y el desarrollo de un estilo. Es curioso, pero medio siglo después mucha gente sigue sin enterarse”.
En enero de 1961, La Monte Young, conocido por sus composiciones para Fluxus, resumió casi a la perfección el sentido de todo esto. Escribió la misma frase 29 veces, pero fechada en distintos momentos del año. Solo decía: “Dibujar una línea recta y seguirla”.