Y este otoño: Surrealismo
No creoque se haya pasado nunca de moda: el Surrealismo es más bien uno de esos “ismos” de los cuales se echa mano cada cierto tiempo, aunque cambie como un camaleón.
Pero si en los 80 era el estilo sofisticado en el punto de mira de la revista October, durante años árbitro de las modas en el arte y las relectura histórica de estilos, en este momento me parece que no es sino una clara estrategia de mercado: el Surrealismo atrae millones de visitantes -literalmente. Y lo hace porque se trata de un estilo figurativo, particular, popularísimo e inconfundible -¿quién o reconoce a Dalí, a Magritte o incluso a Man Ray si lo ha visto una vez? Sobre todo, el Surrealismo despierta el interés de la gente porque cuenta historias y me parece que lo esencial para el ser humano es que le cuenten historias, que haya un relato que seguir y escuchar – o mirar. Lo ha probado la exposición Dalí en París primero y luego en Madrid. Las colas daban literalmente la vuelta a la plaza del Reina, mientras otras exposiciones más sofisticadas pero “sin historias” languidecían de visitantes, al menos en comparación.
El otoño va a estar otra vez lleno de Surrealismo, no sólo en Madrid donde parece que algunos han tenido una idea semejante, sino internacionalmente hablando. De hecho, el propio MoMA de Nueva York abrirá a finales de septiembre una exposición Magritte -otra estrella mediática, por cierto, que augura colas- con más de 80 cuadros, collages y objetos, entre los cuales se encontrará una de sus obras maestras y parte de la colección del museo neoyorquino, El asesino amenazado, de 1929. En este cuadro ambiguo varios personajes, desdoblados como en la historia de Jack el Destripador, acaban por ser el asesino potencial y múltiple. Cada uno de ellos ha usado un arma para derribar el cuerpo sin vida -asesinato a la Orient Express. Y la ciudad, convertida en montaña, los paseantes de la ciudad, se asoman al delito de esos burgueses que bajo el bombín esconden el más terrible secreto en este cuarto moderno, donde suena en el pick-up , tal vez, un disco de jazz importado. Luces desordenadas, tinieblas, ciudad superpoblada, excitaciones espirituales... Ante las descripciones de Poe parece casi que viene a la memoria la escenografía pintada por Magritte: escenas misteriosas donde por un momento alguien tropieza con nosotros y cambia nuestras vidas.
Y pese a todo este artista tan popular hoy en día representa cierta disidencia frente al Surrealismo más canónico, una forma de revisar la realidad que siempre implica el Surrealismo, aunque su popularización desorbitada nos haga olvidarlo a veces. Magritte pertenece al Surrealismo belga, el movimiento que surge en Bruselas y El Henao hacia 1924, el mismo año de la publicación del Primer Manifiesto de Breton, dejando claro que no se adhieren por completo a las máximas bretonianas. Nada de automatismo psíquico ni de objetos encontrados: éstos acaban siendo para los belgas el objetc bouleversant , algo que ha habido que idear y construir, como muestran algunas de las imágenes más lúcidas de Magritte.
Curiosos los surrealistas belgas. Curiosos siempre con su aspecto burgués, aquel con el cual insistían en retratarse a mediados de los 30 -Scutenaire, Magritte, Nougé...-. Aspecto de gente de fiar frente a los dicharacheros parisinos. Surrealistas belgas atrincherados tras sus oficios de bien -médicos, abogados...-; gentes serias como se muestran en las fotos. Eclipsados surrealistas belgas, borrados casi por la excelente autopropaganda del Surrealismo francés, construcción bretoniana orquestada con inusitada contundencia, cuya importancia enorme en los años 20 y 30, la de los belgas, siguió floreciendo hasta mediados de los 70, convertido el Surrealismo mismo en un producto diferente, si bien guardando parte de su esencia primera, mucho más radical que la francesa en la órbita de Breton. Cosas banales que nos dan sorpresas y hasta sustos sin aparentarlo, jugando siempre al mantenimiento de un mundo estable, sin sobresaltos. O apariencia de estabilidad como muestra Magritte en sus cuadros.
Porque de pronto llueven burgueses en Bruselas. El terapauta titula Magritte a esa lluvia de 1937. Burgueses que se pasean por las ciudades. Burgueses a los que nada, nunca altera. Tal y como los pinta Delvaux, incongruentes y fuera de contexto, paseando por las ruinas clásicas, por las ciudades soñadas, como quien pasearía frente al mítico Metropole de la capital de Bélgica. Porque llueven siempre burgueses en esa ciudad plana y comme il faut , aburrida, dicen los que nunca llegaron a conocerla. Ciudad que los franceses soñaron vivía prendida de los sueños parisinos. Mientras el surrealismo parisino se debatía frente a su pasado glorioso, los belgas se reunían en los pequeños cafés, no muy lejos de la plaza principal, y escalaban muros para transgredir - o para pasar el rato, que en el fondo es lo mismo, como se muestra a Magritte en la foto: juegos modernos. Y es que quizás los Surrealistas triunfan aún, tanto, porque se erigieron desde el principio en portavoces de la Modernidad. Si embargo ¿qué es ser moderno después de todo?
Es la pregunta con la cual acaba la ópera de Schoenberg estrenada en febrero de 1930, De un día para otro . Un marido, fascinado por una antigua compañera de su mujer, tan moderna, le echa en cara a la esposa su dedicación al hogar, su abandono de las ropas a la moda y las costumbres mundanas, las propias de la Modernidad, las de las ciudades apresuradas en las cuales todo, incluso el amor, se intercambia y se borra. La venganza no tarda en llegar y la esposa, decidida a ser moderna, se viste con ropas que el marido no puede pagar, baila hasta altas horas de la madrugada escuchando el pick-up y se deja seducir por un cantante triunfador, amigo de la seductora compañera.
El marido sólo espera que las cosas vuelvan al lugar de partida y, recuperada la calma en el hogar, habiendo desparecido los causantes de la catástrofe familiar, exclama refiriéndose a la pareja modernizante en la que es la penúltima frase de la ópera: “La verdad es que hoy no me parecen tan modernos.” La ópera se cierra así de un modo prodigioso. La voz del hijito de la pareja se oye preguntando: "Mamá, ¿qué es gente moderna?" Pues eso, ¿qué es “gente moderna”?