Roma, contra el colosal atasco
El nuevo alcalde la ciudad pretende peatonalizar la Via de los Foros Imperiales, que une el Coliseo con la Plaza de Venecia. La idea es un sueño de muchos arqueólogos y defensores del patrimonio artístico italiano pero choca con los intereses prácticos de los vecinos y comerciantes de la zona.
Lo de ser cirujano marca carácter. Ignazio Marino, nuevo alcalde de Roma, lo es y quiere practicarle una intervención quirúrgica que -si lo consigue- erradicará del centro de la ciudad el avispero de coches, motocicletas, vespas... que zumba (y retumba) cada día sobre la ciudad eterna. De entrada, ya ha vetado la circulación (salvo para autobuses y taxis) por el anillo que rodea el Coliseo. Y la iniciativa siguiente es de una ambición urbanística homérica: devolver a los peatones la avenida de los foros imperiales, que va desde la Plaza de Venecia (vórtice infernal del tráfico romano) al anfiteatro Flavio.
"Creo que Roma necesitaba ya un aldabonazo. La ciudad lleva mucho tiempo dormida y toca despertar. Un shock le permitirá recobrar el pulso y desarrollar una larga y productiva vida". Así se explica el edil, con analogías que remiten a su vieja profesión de cirujano especializado en trasplantes, que ejerció hasta 2006 en los Estados Unidos, año en el que tras dos décadas allí volvió a su tierra y se lanzó a la arena política, en las filas del Partido Democrático. Desde entonces ha sido senador por esta coalición de centroizquierda. Pero este verano descabalgó al filofascista Gianni Alemano al frente del Capitolio, sede del ayuntamiento de Roma.
La intención de Marino coincide con el viejo sueño de muchos arqueólogos y amantes de la historia y cultura italian. La arteria apestada hoy día por el monóxido de carbono es una cicatriz que separa el Foro Imperial de los de Trajano, Augusto, César y Nerva. Cerrarla al tráfico permitiría unirlos de nuevo. El resultado sería una amplia zona paseable sin temor a ser embestido por los vehículos y con uno de los yacimientos arqueológicos más ricos e imponentes del mundo.
La Via dei Fori Imperiali fue abierta por Benito Mussolini, tras unos trabajos que prolongaron durante ocho años, entre 1924 y 1932, y que consistieron en derribar el enjambre de construcciones medievales que había hasta esa fecha. Il Duce quería disponer de una amplia avenida que desembocase en el Palacio de Venecia (ubicado en la plaza del mismo nombre), donde tenía su cuartel general, a fin de poder organizar desfiles militares con los que lucir su presunto poderío militar.
Al caer su régimen la vía poco a poco se fue llenando de un tráfico cada vez más denso, algo en lo que tuvo mucho que ver las políticas de subvención estatales a la Fiat y que ha dejado su huella en los monumentos. De los tubos de escape procede buena parte de la negrura de la piedra del Coliseo, joya del conjunto arquitectónico que por fin va a sentir la anhelada mano de los restauradores para devolverle brillos pretéritos. Las labores para remozarlo, financiadas por el empresario Diego della Valle, también comenzarán en breve, después de un sinuoso proceso de licitación pública (las compañías que perdieron el concurso lo recurrieron en los tribunales y esa circunstancia ha impedido el arranque de los trabajos).
Para los que no son romanos, el empeño de Marino resulta de entrada encomiable. Pero entre sus conciudadanos ha despertado muchos recelos. Atajar el tráfico en el centro, en su opinión, provocará agravar los embotellamientos en otras áreas de la capital. Y es que son decenas de miles los que recorren ese tramo a diario con sus coches y sus motos. Puede decirse que ese desfile caótico forma parte ya de la esencia identitaria de Roma. De ahí el divertido retrato que de él han hecho películas como Roma, homenaje de Fellini a su querida ciudad, o Guardias de Roma, protagonizada por uno de sus habitantes más populares, Alberto Sordi. Marino, al que algunos acusan de pretencioso y de nuevo emperador por querer dejar -a mayor gloria suya- una huella indeleble en la fisonomía de la urbe, se defiende: "Muchos querrán crucificarme al principio pero con el paso de los años se valorará el resultado. Y nadie se acordará de quién fue el responsable del nuevo paisaje urbano".
Especialmente resentidos andan los vecinos de los alrededores del Esquilino. Es curioso, porque en principio se librarían del ruido y de la contaminación. Pero caería sobre ellos sin embargo otra maldición: ¿qué diablos hacer con sus coches, dónde aparcarlos? Si ya de por sí es harto complicado encontrarles un hueco, las limitaciones de Marino convertirían este objetivo en una misión imposible.
Luego están los comerciantes. Algunos creen que el cierre al tráfico asfixiaría directamente sus negocios, bastante castigados ya de por sí por la recesión económica. Es una paradoja que recuerda (a una escala mucho mayor, claro) a lo sucedido en la Cuesta de Moyano. En teoría, la peatonalización haría más agradable transitar el paseo, lo que redundaría en mayores ventas. Pues no ha sido así: desde el principio los libreros han denunciado el daño irreparable de la intervención en su entorno de trabajo.
Las complicaciones para acercarse al barrio con vehículos a motor pueden interrumpir definitivamente la cadena comercial y por ahí no pasa el pequeño comercio de la zona, que está que trina. "Si es necesario, levantaremos barricadas y cortaremos las calles", anuncia Luciana Gasparini, presidenta de la asociación vecinal Via Merulana per L'Esquilino. La amenaza queda en suspenso. Los romanos han huido por unos días de su bella pero incómoda ciudad. Es agosto y lo apropiado es solazarse a la orilla del mar. En septiembre veremos a qué temperatura sube la gresca.