El arte de los nativos digitales
La creación de los nacidos después de Internet protagoniza la Bienal de Lyon.
De todas las posibiles lecturas para hacerse escuchar entre el griterío del superpoblado mundo de las bienales de arte, la de Lyon, cuya decimosegunda edición arrancó recientemente en la ciudad francesa, ha escogido proferir el grito de la juventud. El comisario islandés Gunnar Kvaran, director del Museo Astrup Fearnley de Oslo desde hace más de una década, se ha fijado en los creadores nacidos “en los años 80, después de invención de Internet”. Partiendo de tal premisa, y en torno a idea de la construcción de la estructura narrativa en las artes visuales, el gestor cultural ha armado una estimulante propuesta alentada por la novedad, pero sin pretender sortear la alargada sombra de artistas consagrados como Jeff Koons, Matthew Barney, Yoko Ono, el francés Francis Hyber, y su peculiar representación del paraíso, o Paul Chan.
Con la ayuda de estos pesos pesados, Kvaran ha tratado de dar con las escurridizas claves de la contemporaneidad. Y entre lo hallado en sus pesquisas abundan las instalaciones multimedia, como la del francés Antoine Catala, quien, algo mayor de lo esperado (nació en Toulouse en 1975) recrea un verdadera aventura científica que acaba por formar un juego de palabras con la frase más famosa de los cuentos y otra historietas: Érase una vez (Il était une fois).
El estadounidense Dan Colen prefiere por su parte contar la historia mostrando su final, que es inevitablemente siempre el mismo; el del coyote que nunca logra alcanzar al correcaminos pero que irremediablemente lo intentará de nuevo. Es el mensaje lanzado con su enorme instalación Silhouette Wall Cuts, que recibe a los visitantes en el edificio principal de la muestra, La Sucrière.
La historia también la puede contar un objeto, como el suelo de linóleo de la abuela del británico Oliver Beer, cuyas marcas son tantas como las huellas que deja tras de sí una vida. La española Laida Lertxundi busca por su parte la “cara B” de la película con su vídeo The Room Called Heaven.
Entre las estrellas de la Biennale, destaca el colectivo MadeIn Company, la particular empresa de “creación artística” del chino Xu Zhen. Propone en un ejercicio al límite de la etnografía: remontarse a los orígenes y la historia de diferentes movimientos de ceremonias religiosos y sus varias aplicaciones en el tiempo y el espacio. Junto a esta obra, la compañía adorna también la cafetería con su jardín falsamente zen.
Otra de las novedades de esta edición hay que buscarla en la suma de dos inesperados espacios de exposición. Entre ellos, y de forma un tanto sorprendente, se encuentra la iglesia de Saint-Just, invadida por el estadounidense Tom Sachs. En el centro del edificio ha colocado un enorme barco lleno con más de 300 muñecas barbie, como un símbolo de la esclavitud. "Hoy no tenemos más esclavos de cuerpo, sino esclavos de mente", comentó el estadounidense, quien se describe él mismo como un "adicto a Amazon" y un "puro producto de la sociedad de consumo".
Ajeno al paisaje humano habitual en los eventos de este tipo, poblados por comisarios y galeristas de riguroso negro, se yergue desde 2007 una estimulante alternativa, que logra hacerse oír con originalidad en la densidad de los proyectos. Se trata de la plataforma Veduta, que se esfuerza en llevar el arte a nuevos públicos, en particular a las zonas periféricas más desfavorecidas. Este año se ha propuesto una iniciativa curiosa, denominada Chez Moi (en mi casa), por la que cada artista presente a la Biennale ha instalado otra obra suya en casa de un particular el tiempo que dura el festival. El voluntario se compromete a cambio a organizar una muestra pública de la obra, o bien con amigos o bien mediante una jornada de puertas abiertas, y la historia de esa reunión la contará al finalizar la iniciativa.
En algunos casos, los artistas no solo se han prestado al juego de ceder una obra, sino que se han desplazado en persona para ajustar su instalación y dar algunas claves a los habitantes. “Me dicen que quiero generalizar la práctica burguesa a todo el mundo, y yo contesto que efectivamente, así es”, explica Abdelkader Damani, director del proyecto. “El otro día colocamos un Matthew Barney en casa de una mujer que no sabía quien era, le explicamos su historia, y quedó encantada”.