El rescate de un ‘cézanne’
Una empresa en Londres se dedica a encontrar piezas de arte que pueden llevar desaparecidas 30 años.
Hay una pequeña calle en la City de Londres, Hatton Garden, que es desde la Edad Media centro neurálgico del negocio de diamantes, piedras preciosas y joyería al por mayor. Aunque no faltan tiendas convencionales con escaparates repletos de anillos de boda, muchas tienen cristaleras opacas y un guardia de seguridad en la puerta.
En esa misma calle tiene su sede The Art Loss Register, una de las compañías más curiosas del mundo: se dedica a localizar y recuperar obras de arte robadas. “Todo tipo de arte, desde instrumentos musicales a vasija, cubertería, monedas, pinturas, esculturas. Todo el rango de cosas que se venden en los mercados de antigüedades”, explica Julian Radcliffe, su propietario, un hombre casi tan misterioso y enigmático como los joyeros de Hatton Garden.
Radcliffe irradia una vitalidad exuberante aunque ya parece tener cierta edad. Responde a todo, pero con la ambigüedad de un viejo zorro que ha dado muchas vueltas en esta vida. Ha sido medio agente secreto, los fines de semana se convierte en granjero al frente de una explotación de vacas y ovejas y los días laborables los dedica a buscar arte robado… y a muchas cosas más.
The Art Loss Register es a duras penas rentable, pero Radcliffe no vive de amor al arte. “Tengo varias compañías. Soy lo que los británicos llaman un empresario en serie. Esta es solo una de mis compañías”, explica. ¿Qué tipo de negocios hace? “Fundé una empresa de seguros de riesgo político en Lloyd’s. Luego una compañía llamada Control Risks, que es bastante grande, con 800 personas, y es la principal consultora de seguridad política en el mundo. Luego una compañía que recupera equipamiento robado del sector de la construcción. Una compañía de subcontratación en la India. En fin…”.
Uno se imagina que la tarea de Radcliffe consiste en esperar a que un ladrón de cuadros le llame un día para proponerle un trato y que él acaba haciendo de intermediario, como si estuviera pactando el pago de un rescate para liberar a una persona secuestrada. “Oh, eso es una parte muy pequeña de nuestro trabajo. Son casos excepcionales”, se sacude la pregunta con modestia. Modestia un poco falsa, porque luego se le escapa que empezó este negocio “porque me lo sugirió un ejecutivo de Sotheby’s que sabía que yo había tenido éxito en control de riesgos y en casos de secuestros, en seguridad personal y en negociaciones gubernamentales y me dijo que por qué no hacía eso en el mundo del arte robado”. ¿O sea que sí ha hecho de mediador en secuestros? “Al principio, en control de riesgos, sí. Una de las compañías ha tratado más de 2.000 asuntos relacionados con secuestros”.
En realidad, la tarea de The Art Loss Register consiste en estudiar de forma paciente los datos de miles de obras de arte que salen cada año a la venta y cruzarlos con los datos de 350.000 obras de arte robadas que conforman la base de datos que la compañía ha ido construyendo desde que fuera creada hace 22 años. Muchos más que los 57.000 que tiene registrados Scotland Yard o los 40.000 de Interpol.
Cada día, una treintena de empleados, algo más de veinte radicados en Dheli (India), llevan a cabo la meticulosa tarea de cruzar lo que está en venta con lo que fue robado, hace a lo mejor 20 o 30 años. “Nuestro trabajo consiste en recuperar piezas que han sido robadas, o piezas falsas, que son una gran parte del mercado de arte. Cada año chequeamos unas 400.000 piezas que nos facilita la policía o que van a los mercados y las cruzamos con nuestra base de datos para evitar que puedan ser vendidas”, explica Radcliffe. “Cada día encontramos unos 50 objetos que coinciden con los que figuran en nuestro catálogo como piezas robadas. Y de esos 50, dos o tres acaban coincidiendo por completo”.
“Luego entablamos negociaciones para conseguir que las piezas robadas sean devueltas a sus verdaderos dueños. Y eso puede ser muy complicado porque la gente que las tenía asegura que las han comprado de buena fe y que los dueños son ellos y no los que fueron víctimas del robo inicial o su compañía aseguradora”, añade.
“Cuando empezamos, muchos de los individuos con objetos robados eran estafadores o casi, porque no sabían que les estábamos buscando. Ahora no venden en el segmento alto del mercado, venden por menos dinero, que es parte de nuestro objetivo: que el robo de arte sea menos rentable para los criminales. Y la gente que las saca a la venta en las grandes subastas no saben que se trata de obras robadas, pero tampoco han hecho lo que tenían que haber hecho: antes de comprar, comprobar con nosotros que no se trata de obras robadas”, advierte Julian Radcliffe.
El valor medio de cada pieza recuperada es de unos 9.500 euros, “muy poco dinero”. La compañía tiene tres fuentes de ingresos: carga un porcentaje (que puede llegar hasta el 20%) a la persona o entidad que recobra la pieza; cobra unos 30 euros por cada pieza robada registrada en sus archivos y cobra por la utilización de su base de datos, un servicio que genera en torno a tres cuartas partes del cerca de millón de euros que ingresa la firma en un año.
Pero de cuando en cuando llega algún caso que se convierte en noticia. Como la recuperación en 1999 de una obra de Paul Cézanne, Bouilloire et fruits, que había sido robada en 1978 junto con otros seis cuadros al millonario Michael Bakwin en su casa de Stockbridge (Massachusetts, Estados Unidos). El supuesto ladrón, David Colvin, había muerto tiroteado en 1979 y los cuadros se los quedó su abogado, Robert Mardirosian. Este intentó asegurarlos en Londres en 1999 para sacarlos a la venta, pero la aseguradora sospechó y se puso en contacto con la empresa de Radcliffe. Este, en colaboración con el FBI y la policía suiza, logró tender una trampa a Mardirosian y recuperar el cézanne, que luego fue subastado por 29,3 millones de dólares (equivalentes hoy a unos 33 millones de euros). “Pero ese es un caso excepcional”, asegura Radcliffe con modestia.