Madrid, capital surrealista
Mientras aún resuenan los ecos de la dalimanía, la ciudad se prepara para una doble dosis de surrealismo en vena: la Fundación Juan March aborda los orígenes del movimiento y el Museo Thyssen despliega en sus salas la insurrección onírica.
Fundación March: el árbol genealógico del surrealismo (4 de octubre-12 de enero).
En 1936, el fundador y primer director del MoMA neoyorquino, Alfred Barr, puso en marcha la exposición «Fantastic Art, Dada, Surrealism». Por primera vez se abordaba este movimiento con una mirada retroactiva, analizándolo en relación con sus orígenes. Aquella muestra pionera esbozó el árbol genealógico del surrealismo, un movimiento que, si bien nace en el primer tercio del siglo XX, hunde sus raíces en una larga tradición que se remonta a la Edad Media y llega al Manierismo, el Barroco, el Romanticismo, el Simbolismo... Junto a Breton, Magritte, Dalí y compañía colgaban obras de El Bosco, Durero, Arcimboldo, Pinanesi, Hogarth, Bracelli, Blake o Goya.
La Fundación Juan March, en colaboración con el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg, retoma, casi ochenta años después, aquella revolucionaria tesis y nos cuenta, a través de tres centenares de obras (estampas, dibujos y fotografías, que abarcan 500 años, desde mediados del XV hasta 1945), cómo la sensibilidad y los métodos artísticos surrealistas abrieron los ojos de par en par a la tradición del arte fantástico.
Durero y Man Ray se encuentran en las salas de la Fundación March. No es un encuentro casual. Ambos tienen en su haber algunas de las obras más misteriosas de la Historia del Arte. En la muestra se exhibe «El enigma de Isidore Ducasse», de Man Ray, una de las obras fundacionales del surrealismo. Fue reproducida en el primer número de la revista «La Revolución Surrealista». Envuelta en una manta y atada con una cuerda, advertimos que hay una misteriosa figura. Pero, ¿quién es? O, más bien, ¿qué es? Ducasse es el pseudónimo del Conde de Lautréamont, uno de los padres del surrealismo. En «Los cantos de Maldoror» alababa la belleza de un joven como «el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección».
Aquella absurda metáfora fue una revelación poética para los surrealistas, empeñados en romper leyes y convenciones, fascinados por sumergirse en las profundidades del subconsciente. Quizá bajo la manta de Man Ray no haya una persona, sino una máquina de coser. Otra obra que cuelga en la exposición es «Melancolía I», de Durero, uno de los grabados más célebres de la Historia del Arte. Para algunos, se trata de un autorretrato espiritual de Durero. Durante siglos ha traído de cabeza a los historiadores, empeñados en descifrar qué hacen ahí la figura alada, el murciélago, el compás... Pero mucho antes de la llegada de los surrealistas, el arte ya se había jeroglifizado: los cuadros de El Bosco y Brueghel están repletos de enigmas esperando a ser resueltos.
El recorrido de la muestra –cuyo montaje evoca los 1.200 sacos de carbón que Duchamp instaló en el techo de una sala en la Exposición Internacional del Surrealismo del 38, pero en esta ocasión los sacos son sustituidos por hamacas de Comercio Justo– nos conduce por espacios mágicos donde conviven los calabozos de Piranesi con los claustrofóbicos espacios de De Chirico, los demonios y extraños seres que pueblan los lienzos de Brueghel o El Bosco con las fantasmagorías de Dalí, Ensor, Klee o Picasso y los muñecos articulados de Man Ray; los bodegones y trampantojos barrocos con los collages surrealistas... Los Caprichos de Goya, donde el aragonés desbordó su fértil fantasía (en especial, «El sueño de la razón produce monstruos»), renacen en los cadáveres exquisitos. Los surrealistas buscan modelos en el pasado: de Vermeer al marqués de Sade.
El surrealismo español tiene una especial presencia en la exposición: junto al impenitente Dalí y su «Cabeza llena de nubes», vemos trabajos de Picasso, Maruja Mallo, Nicolás de Lekuona, Miró, Adriano del Valle, Oscar Domínguez, Lorca, José Caballero, Benjamín Palencia... ¿La exitosa exposición de Dalí en el Reina Sofía habrá despertado en el público un interés por el surrealismo o Dalí es un caso aparte? «Es posible que esa muestra haya aguzado en el público la visión de un tipo de arte. Veremos la respuesta. Casualmente, hay otra exposición sobre surrealismo en el Thyssen. Me alegré al saberlo; creo que ambas se complementan muy bien», comenta Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación March.
Museo Thyssen: la vida es sueño... y pesadilla (8 de octubre-12 de enero).
Otoño surrealista en Madrid, ciudad donde es posible tomarse «a relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor». ¡Qué gran lema se perdió Breton para su Manifiesto Surrealista! La segunda cita nos lleva hasta el Thyssen, que ya se ha impregnado del espíritu surrealista: hormigas, relojes blandos, Venus con huevo en la cabeza... pueblan los escaparates de la tienda del museo, donde (para colmo de surrealismo) se vende jamón de Jabugo como una delicathyssen. La pinacoteca abre temporada con una exposición dedicada al sueño, uno de los ejes centrales de la revolución surrealista.
«Sólo el sueño otorga al hombre todos sus derechos a la libertad. Gracias al sueño, la muerte ya no tiene un sentido oscuro y el sentido de la vida resulta indiferente», reza el prefacio del primer número de «La Revolución Surrealista», biblia del movimiento. ¿Cuándo llegará la hora de los filósofos durmientes?, se preguntaba Breton, Papa surrealista, que veía al hombre como «un soñador impenitente». Tiene razón Louis Aragon cuando afirma que «una epidemia de sueño se abatió sobre los surrealistas». Todos ellos sintieron verdadera fascinación por esa utopía liberadora que transmite la invocación surrealista del sueño.
Los anhelos oníricos del grupo más enloquecido de la Historia del Arte –y el que «ha dejado una huella más profunda en nuestro imaginario, pues quiso transformar todos los ámbitos de la creación y de la vida misma», según Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen– llegaron de la mano de Sigmund Freud y su celebérrima «Interpretación de los sueños».
José Jiménez, comisario de la exposición, traza las líneas del mapa del continente plástico surrealista del sueño a través de 163 obras, desplegadas en todos los soportes que empleó el movimiento en esta apasionante aventura: pintura, dibujo, obra gráfica, collages, objetos, esculturas, fotografías y cine. El recorrido, que tiene algo de laberinto borgiano, aborda el sueño desde todos los prismas posibles –metamorfosis de la identidad, el deseo, la pesadilla y la zozobra...– gracias a importantes préstamos de las mejores colecciones del mundo:MoMA, Metropolitan, Tate, Pompidou...
El museo despliega para este proyecto todas sus salas de exposiciones temporales (las nuevas y las de Moneo en la planta baja). Arranca con unos invitados de excepción: el metafísico De Chirico, Odilon Redon, siempre a contracorriente; el exótico Rousseau... Antecedentes que abrieron las puertas de los sueños a los surrealistas, presentes con obras muy destacadas. Por la muestra desfilan los durmientes parisinos retratados por Brassaï, Magritte nos desvela «La clave de los sueños», Miró nos confiesa cuál es el color de sus sueños (el azul), Masson nos enseña cómo es «El sueño de los eclesiásticos»...
Están presentes en el Thyssen todos los grandes pesos pesados del surrealismo: Breton, Ernst, Magritte, Dalí, Delvaux, Miró, Óscar Domínguez... El comisario ha querido que las mujeres tengan el lugar destacado que merecen. Dejaron de ser objetos de deseo, musas y amantes, para ser protagonistas del surrealismo. «No tuve tiempo para ser la musa de nadie. Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista», ironizaba Leonora Carrington. La acompañan Meret Oppenheim, Remedios Varo, Dora Maar, Leonor Fini, Dorothea Tanning... También hay una decidida apuesta por el cine (los surrealistas se sentían fascinados por las películas), presente con siete videoinstalaciones repartidas por toda la exposición: «Un perro andaluz», «Recuerda»...