Un embaucador con arte
Leonardo Patterson empezó vendiendo arte indígena falso en un restaurante de Costa Rica, siguió exponiendo en Nueva York con Yoko Ono y acabó, esta semana, juzgado en Galicia.
Al amparo de un acogedor restaurante que hace más de 35 años tenía en Puerto Viejo, en el exótico sur de la vaporosa región caribeña de Costa Rica, Leonardo Augustus Patterson encontró un filón que llegaría a convertirse en el corazón de sus negocios. Ingenuos turistas europeos, estadounidenses y canadienses que acudían a su restaurante, reaccionaban deslumbrados cuando el entonces empresario treintañero les mostraba exuberantes piezas indígenas, se las ofrecía en venta y les contaba historias de aventuras de intensa búsqueda de tesoros en remotos y selváticos sitios montañosos.
De verbo atrevido y fácil, aquel hombre que mostraba una imagen de humilde luchador, de valiente empresario, de insigne trabajador y de afable anfitrión social, lograba convencer al candoroso auditorio de embobecidos y potenciales compradores en un escenario aderezado por la sorpresa del producto indígena de reciente hallazgo. Regateos aparte, al final la venta era un éxito. En una época desprovista de controles aduaneros y policiales para el resguardo de los bienes arqueológicos, el comprador cruzaba puestos aeroportuarios y regresaba feliz a su país: sabía que en algún rincón de su maleta, protegida con pedazos de papel periódico y de cartón, iba una pieza arrebatada a la herencia cultural de los pueblos indígenas que habitaron Costa Rica hacía muchos siglos.
Y en el caluroso restaurante caribeño quedaba un hombre satisfecho de haber vendido una pieza indígena… falsa.
Osado, hábil y ambicioso, este hombre nacido el 15 de abril de 1942 en Limón, cantón central de la tropicalísima provincia costarricense de Limón, frente al mar Caribe, comprendió que el espacio territorial en la esquina sureste del mapa de Costa Rica era diminuto. Las fronteras de sus ambiciones superaban los límites de la pequeña geografía costarricense. ¿Y hacia dónde emigrar? Nueva York.
Irradiando una estampa de noble salvaje del trópico centroamericano recién desembarcado en la urbe neoyorquina, Patterson comenzó a infiltrarse en círculos sociales del arte, la diplomacia y los negocios para empezar a crecer de la mano del viejo filón: las piezas indígenas… falsas o verdaderas. En 1985, obtuvo el apoyo de Yoko Ono, la viuda de John Lennon, y del actor británico Michael Caine para montar lo que supuestamente fue una exposición antropológica y arqueológica sobre los bribris, uno de los grupos étnicos más numerosos de Costa Rica, que vive en la remota zona de Talamanca, en el sur de Limón. Muchas de las piezas vendidas en el restaurante eran presuntamente bribris.
Pero esas y otras correrías internacionales del hijo de Epsey Patterson y padre no identificado que siguieran a esas, parece que llegaron a su fin. Ya con 71 años, Patterson ha sido juzgado el jueves en un tribunal de Santiago de Compostela acusado de contrabando de piezas de arte a raíz de una gran exposición de arte precolombino que montó allí en 1996 con piezas reclamadas por varios países. Capturado el 28 de marzo de este año al ingresar a España por el aeropuerto de Barajas, se expone a una condena de dos años de cárcel y a una multa de 60 millones de euros. El juicio quedó visto para sentencia.
Instalado en Nueva York, Patterson agudizó la picardía de sus días en el restaurante y brincó a Europa. Anduvo, volvió, fue, regresó y se convirtió en lo que México, Perú, Guatemala y Costa Rica describen como traficante de la herencia precolombina. Guatemala le persigue desde 2008 por exportación ilegal de bienes culturales y robo de 269 piezas arqueológicas mayas para comerciar y exhibir en Europa. Costa Rica reclama 495 piezas de lo que llegó a conocerse como la colección Patterson, en la que se incluyen 1.800 elementos de la cultura precolombina continental (máscaras, esculturas en cerámica, oro, joyas, piedras preciosas), valorada en más de 53 millones de euros. Su rastro sigue por México. Trató de negociar unas cabezas olmecas en Alemania, falsas a pesar del certificado de autenticidad de un abogado y político costarricense. En 1985, el limonense fue sorprendido cuando trataba de introducir en Estados Unidos una figura de cerámica antigua y... 32 huevos de tortuga. “Los traía conmigo porque son deliciosos y sumamente nutritivos. No sabía, y creo que nadie sabe, que portarlos y comerlos es una ofensa federal en Estados Unidos”, alegó Patterson en una carta a los medios de comunicación en 1995. Logró salir en libertad condicional. “No me defendí bien porque estaba abrumado por la muerte de mi hijo mayor en un accidente de tránsito”, adujo.
En la década de 1990, se enroló en el Servicio Exterior y se pavoneó en los pasillos de la sede mundial de Organización de Naciones Unidas como consejero de la delegación de Costa Rica y agregado de asuntos culturales. En julio de 1995, The New York Times publicó que Patterson mantenía contactos con Val Edwards, un supuesto contrabandista de piezas indígenas extraídas de Guatemala y México.
El Gobierno de Costa Rica le canceló su nombramiento diplomático. No obstante, ya había hecho fama. Al año siguiente aterrizaba en Galicia y con el respaldo de Manuel Fraga, en esos días presidente de la Xunta, montó una exposición a cuya apertura acudió el expresidente costarricense Óscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz 1987.
“Es conocido porque no solo negocia piezas precolombinas sino también con obras de arte, en especial de Salvador Dalí. Pero en las investigaciones tanto policiales como de especialistas en arte y arqueología, se ha precisado que muchas de las piezas son falsas. Ese es el problema, por ejemplo, de los objetos de la exposición de Santiago”, relata un diplomático costarricense que le conoció. Y de Galicia saltó a Baviera, donde obtuvo cobijo y protección de políticos conservadores. Tildado de saqueador, escurridizo e impostor y con fama de astuto y amigo de poderosos, Patterson es un apellido que se repite en los expedientes sobre negociadores de piezas precolombinas en México, Perú, Guatemala y Costa Rica.
Los días del exótico Puerto Viejo… siempre parecen repetirse.