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La Tate Modern redescubre a Paul Klee

La Tate Modern redescubre a Paul Klee

La galería londinense recorre cronológicamente la prolífica trayectoria del maestro de la Bauhaus a través de 130 pinturas en óleos, acuarelas y tinta.


La intensidad de la luz reflejada sobre los minaretes y cúpulas de Túnez marcaron decisivamente la trayectoria creativa de unos de los pintores más influyentes del arte moderno. Paul Klee halló el origen del lenguaje visual en las vistas geométricas de las mezquitas y vivió una especie de revelación de la que emerge su gran pasión. «El color me posee… El color y yo somos una sola cosa. Soy pintor», escribió durante el transcurso de ese viaje al norte de África.


Su inmediata respuesta se materializa en las primeras acuarelas y gouaches de armonías cromáticas construidas alrededor de cilindros y cubos, que expresa en su obra «Translucencies Orange Blue».


Los amantes del expresionismo y la abstracción tienen la oportunidad de presenciar la evolución del lenguaje visual de Klee en las diecisiete salas que la Tate Modern de Londres dedica hasta el próximo 9 de marzo a más de un centenar de obras del artista ordenadas cronológicamente en un largo recorrido que parte del Múnich de 1910 a sus últimos días en Suiza, donde murió a los 60 años al principio de la Segunda Guerra Mundial.


El montaje de la galería resulta excelente. Un gran espacio rodea cada pequeño lienzo para que el visitante lo asimile y repose antes de llegar al siguiente. Klee no se revela de una vez, sino que se descubre progresivamente a través de un arte íntimo, modesto, anecdótico, y eminentemente abstracto que mantiene siempre en alerta.


A pesar de su magistral habilidad para la creación, Klee tardó tiempo en encontrar su camino. Fue un excelente violinista cuya pasión por la pintura quedó desbordada en los márgenes de sus partituras plagados de caricaturas y dibujos eróticos. El elemento musical determina su producción artística como inspiración, estética y marco estructural. Pero no es hasta que entra en contacto con Blaue Reiter (El caballero azul), el grupo de modernistas más influyente de Múnich orquestado por el pintor ruso Wassily Kandinsky, cuando adquiere su máxima dimensión como artista y emerge un estilo Klee auténtico.


«Magic Fish» es sólo una prueba de su consolidación, donde Paul Klee crea un reino mágico en el que converge lo acuático, celestial y terrenal, sobre una delicada superficie negra que cubre una capa inferior de pececillos de colores, similares a los que alimenta cada mañana en su acuario.


Klee comienza a fusionar el óleo, acuarela, tinta y otros materiales, en un sólo trabajo y sistematiza su lenguaje pictórico. Sus cuadros frecuentemente aluden a la poesía, la naturaleza y los sueños, pero la música continúa sonando en su producción. Las innovaciones en sus técnicas se aprecia también en las gradaciones de color de obras como Suspended Fruit, de 1921 y Memory of a Bird, de 1932.


La muestra insiste en demostrar cómo el convulso contexto histórico marca decisivamente su proceso creativo. «Klee no pudo mantenerse al margen de lo que sucedía alrededor. En su obra se observa la voluntad de entender qué utilidad podía tener el arte en esas circunstancias», explica el comisario, Matthew Gale.


Aunque ratificó su desinterés hacia la política y siempre le guio su espíritu independiente e individualista, chocó con una Europa turbulenta e inquieta acuciada por el eminente estallido de la Primera Guerra Mundial en la que Klee sólo ocupa cómodos puestos en la retaguardia, mientras que sus compañeros del Blaue Reiter y amigos cercanos Franz Marc y August Macke morían en las trincheras y Kandinsky regresaba a Rusia.


Klee y Kandinsky se compenetran a la perfección y se presentan como la gran pareja artística del siglo XX. Mientras Klee se muestra reticente y distante, el pintor ruso, 16 años mayor que él, lo contrarresta con su espíritu extrovertido y carismático, pero ambos sacrifican los elementos figurativos y se vuelcan en las formas y los colores. Los dos veranean juntos en familia, y más tarde comparten taller en la Bauhaus, época en la que pone gran énfasis la exposición.


En esa etapa, en la que Klee ejerce como maestro y es apoderado como el Buda de Bauhaus, aparece su figura como un dios al que nada se le puede imponer y que conciencia a sus alumnos sobre la necesidad de encontrar sus propios caminos hacia la creación en lugar de dejarse encasillar en el de los maestros. Klee diseña unos signos plásticos que desbordan su capacidad imaginativa y demuestran en su pintura cómo la observación se transforma en vivencia. Una cuadrícula polícroma escinde el plano y establece un equilibrio entre los colores seleccionados.


A pesar de su reticencia, Klee exhibe un fuerte sentido de sus propios valores. Sobre la llegada de Hitler al poder en 1933, produjo 250 dibujos a lápiz brutalmente garabateadas impregnados con una sensación de ansiedad sobre el futuro.


En 1935, ya bastante enfermo con las complicaciones derivadas de la esclerodermia su estilo pictórico se simplifica y sus obras pasan a tener elementos esquematizados, líneas e ideogramas que reflejan su obsesión por la muerte. Sólo unas semanas antes de su fallecer, en 1940, Klee dibuja su última línea con destino incierto ejerciendo esa abismal capacidad creativa hasta el último minuto.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: ABC (ANA MELLADO / CORRESPONSAL EN LONDRES) | Fecha: 23/10/2013 | Ver todas las noticias



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