El horizonte como una de las bellas artes
La Fundación Miró propone en su nueva muestra una vuelta a la contemplación pausada en estos tiempos de interactividad total.
Más allá de ser atrevida o arriesgada, se trata de una muestra para reconciliarse con la gran pintura. Ante el horizonte,que se abre hoy en la Fundación Miró, es una exposición para redescubrir el gusto por la contemplación pausada en estos tiempos de interactividad total; por la mirada introspectiva que busca profundizar y ver más allá. Tal y como hacia Joan Miró, cuando se sentaba —en vez de echarse la siesta— en el vestíbulo del Hotel Majestic de Barcelona para admirar un oscuro paisaje rural de su maestro Modest Urgell. Una obra que da inicio al recorrido junto a una pieza del propio Miró y tres marcos dorados, convertidos en líneas del horizonte por Perejaume, conocido por sus juegos semánticos alrededor del arte y sus herramientas.
La sala tiene su contrapunto en un brillante epílogo presidido por una espectacular obra de Magritte, que la fundación no había conseguido para la monográfica del pintor. “Lo he guardado para el final para que el público llegara con los ojos preparados”, explicó la comisaria Martina Millà, responsable de Programación y Proyectos de la Fundación Miró. La obra, que simboliza todas las paradojas de la representación, se exhibe junto a un pequeño monet protoabstracto, una elegante serie minimalista de Antoni Llena y un horizonte de Olafur Eliasson, la obra más reciente de una muestra que conceptualmente mira más hacia el siglo XIX que hacia el XXI.
Gracias al apoyo de la Fundación BBVA, la selección cuenta con 60 obras de primerísima fila que representan las principales aproximaciones al concepto del horizonte, un tema cumbre de la historia del arte, que además ha sido tratado por una infinidad de artistas.
Aprovechando la estructura natural de la fundación, Millà ha desarrollado un recorrido según una secuencia de diálogos formales y conceptuales entre dos o más artistas. “El estudio de Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo, sobre el anacronismo en la historia del arte, aporta el marco teórico y la flexibilidad para articular la muestra como una secuencia de conversaciones anacrónicas entre las interpretaciones del horizonte, desde el siglo XIX hasta la actualidad”, indicó la comisaria.
La primera conversación, que marca el inicio de una nueva poética del paisaje caracterizada por las emociones y los colores de los países germánicos y escandinavos, se establece entre los Abetos pintados por Arnold Böcklin en 1849, la visión aumentada surrealista avant-la-lettre de Félix Valloton y las miradas de Gerhard Richter, Paul Klee y el dramaturgo sueco August Strindberg, un verdadero descubrimiento en su vertiente de pintor.
Tras una mirada a la escena francesa y una sección dedicada a las marinas, donde destaca una vista de la bahía de Cadaqués de Dalí antes de que el pintor se convirtiera en el gran estandarte surrealista que todos conocemos hoy, el diálogo ficticio desarrolla un contraste entre los horizontes de la tradición europea y del arte japonés y la aproximación mística y esotérica del neoplatónico Ettore Spalletti, el cristiano Yves Klein y el judío Marc Chagall.
El horizonte escultural con la barrera de Carl André, que obliga a los espectadores a desviarse, da paso a los paisajes industriales y el skyline, como invención típicamente estadounidense. Cierra esta selección una obra que se encuentra en el exterior del museo: la instalación de una valla continua de Christo montada en California, obra que aparece documentada por una proyección de 1978. En palabras de Millà: “Una pieza de land art que desafía la representación creando un horizonte efímero y artificial en el paisaje”.