El arte islámico bajo una nueva luz
La fundación Focus-Abengoa acoge en Sevilla una ambiciosa exposición en torno al concepto de iluminación en la ornamentación y la ciencia del mundo árabe.
Como prueba de la vieja narración profética (“Alá es bello y ama las cosas bellas”), ahí está el diminuto tintero persa de cobre del siglo XIII. Con sus fabulosas incrustaciones caligráficas en oro y plata trata de alzar la voz estética en medio de la explosión del barroco sevillano del Hospital de los Venerables, sede de la Fundación Focus-Abengoa y de la muestra Nur: la luz en el arte y la ciencia del mundo islámico(hasta el 9 de febrero). Pese a que su comisaria, la experta tunecina en cultura árabe residente en Nueva York Sabiha Al Khemir, conoce bien la pieza y ha debido de contemplarla decenas de veces, no puede por menos que maravillarse de nuevo ante su meticulosa perfección. “Los artesanos que la crearon”, explica, “aplicaron la máxima también en las zonas que quedan ocultas a simple vista”.
El pequeño artefacto forma parte de la selección de 150 piezas propuesta por Al Khemir, que ha peinado el orbe islámico en un sentido tanto temporal (del siglo IX al XX) como espacial (“de Córdoba a Asia Central”) para reunir cuencos de cerámica, coranes manuscritos iluminados, vidrieras, astrolabios o especieros llegados de unos 40 museos y colecciones privadas. El recorrido serpentea por dos plantas del viejo sanatorio para religiosos (la superior es el terreno de lo artístico; la inferior, de lo científico) a través de la historia de la representación de la luz “en sentido físico y metafísico”.
El resultado es una de esas muestras que se definen mejor en negativo. Porque no, no es “una exposición religiosa, aunque la religión es consustancial al discurso islámico”, ni tampoco debe confundirse con una declaración política, aunque admite cierta lectura de actualidad; aspira a “ofrecer algo de comprensión sobre lo que es y ha sido a lo largo de los siglos el mundo árabe, que no siempre coincide con la imagen que uno obtiene de los telediarios”.
Pese a que la escenografía y la naturaleza de lo expuesto invitan a la contemplación detenida de todos los detalles, resulta imposible no demorarse más de la cuenta en algunas de las piezas. Como en las muestras del tan célebre como misterioso Corán azul, del que se juntan dos bifolios (algo sin duda excepcional: la leyenda dice que la piel de un animal se empleó en cada uno de ellos). El manuscrito tunecino, unas 600 páginas caligrafiadas en oro sobre un hipnótico tono índigo, se encuentra desmembrado y repartido por el mundo, y sus avatares incluso inspiraron una novela a la comisaria: The blue manuscript.
Igual de intrigantes resultan esas fichas de amorfo cristal para jugar al ajedrez, provenientes de la catedral de Orense. O el Tratado de las estrellas fijas, propiedad de la Bodleian Library de Oxford y que está considerado el manuscrito ilustrado más antiguo del mundo árabe. La joya bibliográfica aguarda hacia el final del recorrido, entre astrolabios y relojes solares (los ingenios científicos siempre se presentan a través de la ventana del arte, advierte la experta), y antes de la sección titulada Una geometría de luz, en la que las oquedades de las vidrieras parecen despedir luz incluso sin estar iluminadas.
Más literal con las aspiraciones de la muestra había resultado al principio el tubo blanco que da la bienvenida. Es como un túnel de lavado de ideas preconcebidas, como una sala para desintoxicarse de la sobredosis barroca de la capilla de abajo, con su retablo dorado y esos frescos de Valdés Leal. Tras la limpieza, un cuenco azul y blanco con diseño radial del siglo XIII muestra como una brújula el camino al visitante en la perspectiva de Luz en el mundo (primera de las nueve secciones en las que se reparte la propuesta, bajo títulos como El arte del lustre o El reino de los astros).
Una vez cumplida su etapa sevillana, la exposición, cuya preparación ha llevado cuatro años y partió de la Fundación Focus-Abengoa (“tiene su lógica una muestra sobre la luz financiada por una empresa de energía solar”, explica la comisaria), viajará al Museo de Dallas, en el que Al Khemir ejerce desde 2012 como asesora principal de arte islámico. Antes desempeñó labores tan destacadas como la de directora fundadora del Doha Museum of Islamic Art, cuya asombrosa colección contribuyó a crear con el (mucho) dinero de la familia real catarí.
¿Está cierto público estadounidense preparado para las sutilezas acerca del islam presentadas en su propuesta? “Es la primera vez en 110 años en la historia del museo de Dallas, que este acoge una muestra de estas características”, admite Al Khemir, que ya hizo la prueba con La belleza y la creencia, presentada con éxito en los dominios mormones de Salt Lake City y en Indianápolis. “Lo que me tranquiliza es que los norteamericanos cuando hay algo que no conocen no tienen miedo de admitirlo”, explica sobre el fondo del órgano de la capilla, en el que cada día practica el intérprete titular, José Enrique Ayarra, que también lo es de la catedral de Sevilla.
Y la yuxtaposición parece programada: España y las liturgias del cristianismo son fundamentales en esta historia. Más allá de las piezas que hacen guiños a la conciliación religiosa (como cuencos con escenas bíblicas), Al-Andalus fue una parada fundamental en este viaje iluminado de ida y vuelta entre Oriente y Occidente.