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Paul Klee, el maestro 'invisible'

Paul Klee, el maestro 'invisible'

En la Tate Modern de Londres se exhibe la mayor retrospectiva del suizo esquivo.


Cuentan que Paul Klee estaba en su apartamento con un gato, cuando vino a verle un coleccionista. Mientras hablaban, el gato tuvo la genial idea de estampar sus pezuñas sobre un lienzo que se estaba secando en el suelo. Alarmado, el coleccionista recriminó al felino y lamentó haber sido testigo del estropicio. Paul Klee le restó importancia a lo ocurrido y se quedó admirando las pisadas de colores del minino sobre su obra: "En el futuro, la gente se preguntará cómo lo he hecho para conseguir ese maravilloso efecto".


La anécdota la cuenta Matthew Gale, comisario de 'Paul Klee: making visible', la mayor retrospectiva del suizo esquivo en las últimas décadas, a lo largo de 17 interminables galerías en la Tate Modern. Las inconveniencias de las eternas obras (el museo está pasando por la mayor mutación de su historia) y la oscuridad que obliga al visitante a echar el aliento sobre las obras minimalistas no son obstáculos suficientes para degustar en su increíble variedad al maestro de lo "invisible.


Decía Paul Klee que el arte no reproduce lo visible, sino que "lo hace visible" (y quien quiera entender que entienda). Decía también que "una línea es un punto que se pone a caminar", y en ese camino continuo se dejó dos terceras partes de su vida, violinista antes que modernista, precursor de la abstracción, el surrealismo y el expresionismo, compañero silencioso de generación de Matisse y Picasso.


"Otro de los mitos que perviven de Paul Klee es que siempre vivió en su mundo, remoto y lejano", añade Matthew Gale. "Cuando lo cierto es que estuvo metido hasta el tuétano en el mundo que le tocó vivir: de los diez años que pasó en la Bauhaus y que dejaron una tremenda huella, a su expulsión de Alemania durante el nazismo por su "arte degenerado".


"Dejo ahora el trabajo..." Ahora es el propio Paul Klee quien nos habla, desde las paredes de la Tate Modern donde se reproducen algunas de sus frases más prodigiosas y sin estridencias, como su propios cuatros: "El color me domina. No necesito ir en busca de él. Me posee, lo sé bien. He aquí el sentido de este momento feliz: yo y el color somos uno. Soy pintor".


Y pintaba a veces con la mano izquierda, pese a ser diestro (el Nadal de los pinceles, vamos). Y esa decisión tan nimia sirvió aparentemente para disparar su creatividad hasta límites nunca sospechados.


"Klee estaba obsesionado con el orden y los números", asegura Matthew Gale. "Hemos querido ser respetuosos y ordenar sus obras por orden cronológico. Pero como cualquiera puede comprobar, es casi imposible trazar una división perfecta de la evolución de su estilo, como ocurre con Picasso. Paul Klee cultivó al mismo tiempo estilos muy diversos, y con la misma variedad combinaba los materiales para sus cuadros (óleo, acuarelas, tintas), y recurría frecuentemente a la poesía, a la música o la mundo de los sueños".


La exposición arranca con una primera fase, 'Creación' (1912), en la que el artista nacido en Suiza en 1879 se encuentra ya indisolublemente ligado a su amigo Wassily Kandinski y arrimando el ascua a los expresionistas de Der Blue Reiter, pero explorando al mismo tiempo formas inusitadas de abstracción inspiradas por el movimiento, como su serie piscícola de 'Acuarios'.


En 1912 viaja a París, ve de primera tinta las pinturas de Picasso y Braque y se deja seducir por el cubismo. Dos años después, sin embargo, su vista a Túnez provoca el estallido del color ("Paisaje con banderas"), antes del viraje hacia lo abstracto y lo sombrío en vísperas de la Gran Guerra: "Cuanto más horrible es el mundo, más abstractos nos volvemos".


La muerte de su amigo Franz Marc en la batalla de Verdún tiene un efecto devastador en su obra, que sigue comprimida sin embargo comprimida en pequeños formatos, frente al gigantismo de sus contemporáneos... "La obra de Klee nos sorprende porque no deslumbra, sino que nos invita a la mirada íntima", asegura Matthew Gale, que nos remite a la "Confesión Creativa" del artista en 1920, antes de su irrpución en la Bauhaus.


El también maestro Georg Muche describía el bautismo de fuego de Klee en la escuela de Weimar, donde dejó su impronta a lo largo de diez años... "Cuando llegó a la aula, entró por la puerta trasera. Y en vez de mirar a la audiencia, les dio la espalda, cogió una tiza y se puso a dibujar y a dibujar en la pizarra".


En 1923, un total de 270 obras de Paul Klee (prolífico como pocos) cuelgan en al Nationalgalerie de Berlín, entre ellas la serie de "gradaciones" que definen gran parte de su estancia en la Bauhaus, convertido ya en la máxima atracción tras la macha de Gropius. En 1930 triunfa con sus exposición en el MOMA, aunque dos años más tarde tiene una epifanía en Zurich, mientras contempla deslumbrado una exposición de su admirado Picasso: ha llegado el momento de cambiar de escala.


"Fuego en la luna llena" marca el nuevo camino, al mismo tiempo que los nazis emprenden la cruzada contra el modernismo por considerarlo un "arte degenerado". Klee cierra su periplo alemán en Dusseldorf, y regresa a Berna en los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial. La esclerodermia que arrastra durante sus últimos años dispara incluso su creatividad, consciente de que le quedan pocos años. "Noche azul" y "Parque cera de Lu" son dos de su últimas obras en gran formato.


Aún viviría para contemplar su gran retrospectiva en el Kuntshaus de Zurich, en febrero de 1940, y para conocer desde Locarno la inevitable caída de París en junio de ese mismo año. El maestro "invisible" tenía ya entonces asegurado reservan un lugar entre los grandes del siglo XX.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El Mundo (CARLOS FRESNEDA | Londres) | Fecha: 28/10/2013 | Ver todas las noticias



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