Lovaina reivindica a Michiel Coxcie, «el Rafael de la pintura flamenca»
La ciudad belga dedica la primera retrospectiva a uno de los artistas favoritos de Carlos V y Felipe II, que murió a los 93 años tras caerse de un andamio mientras pintaba unos frescos.
Carlos V se llevó seis cuadros a su última morada, el monasterio de Yuste. Tres eran de Michiel Coxcie, lo cual da una idea del aprecio que el emperador tenía por su trabajo. Fue uno de los pintores más estimados e influyentes del siglo XVI. Tanto fue así que sus contemporáneos le bautizaron con el sobrenombre de «el Rafael de la pintura flamenca». Tras su muerte, durante décadas los artistas continuaron admirando su trabajo. Es el caso de Rubens, en quien dejó una evidente huella. Pese a su genio, inexplicablemente su luz se apagó con los años y hoy es prácticamente un desconocido para el gran público. La ciudad belga de Lovaina trata de devolver a Michiel Coxcie el lugar que merece en la Historia del Arte y le dedica, hasta el 23 de febrero de 2014, la primera retrospectiva en el Museo M, que abrió sus puertas en 2009 con una monográfica de otro de los maestros flamencos, Rogier van der Weyden.
Pero, ¿por qué cayó Coxcie en el olvido? Los comisarios de la muestra, Koenraad Jonckheere y Peter Carpreau, nos dan algunas pistas. Por un lado, el historiador Karel van Mander, tras la muerte del pintor, dijo que lo único que había hecho durante toda su carrera fue copiar a Rafael. Esa (mala e injusta) fama le pasó factura. También, debido a ser tan longevo, sus últimas obras no mantuvieron la misma calidad que sus trabajos anteriores.
Entre Italia y Flandes.
Los puristas de su país tampoco le entendieron: le acusaron de corromper la tradición flamenca con su estilo italianizante. Pero fue, en realidad, esa síntesis de lo mejor de ambas escuelas su principal logro. Su innovador estilo combina, por un lado, lo aprendido en su estancia en Roma durante casi una década (1530-1539), donde estudió a los grandes maestros del Renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel (formó parte de su círculo más íntimo) y, muy especialmente, Rafael, a quien tanto se acerca en su estilo. De todos ellos aprendió el estudio de la anatomía humana, el uso audaz del color... Sin olvidar el gusto por los detalles de los primitivos flamencos y la presencia del paisaje.
En Roma tuvo Coxcie relevantes encargos. Regresó, convertido en una estrella, a Flandes, donde contó con importantes clientes en Bruselas, Amberes y Malinas. La exposición abarca su extensa y prolífica carrera. Artista multidisciplinar, dejó un impresionante legado: más de un centenar de pinturas de gran tamaño, frescos, retablos de altar, dibujos, series gráficas, monumentales vidrieras, cartones para tapices... Hay buenos ejemplos de todo ello en la muestra, que reúne préstamos de destacadas colecciones europeas. Algunos de los más importantes proceden de España: Patrimonio Nacional ha cedido cuatro de la treintena de obras que atesora de este artista: los lienzos «David y Goliat» y «Cristo portando la Cruz», además de dos tapices. El Prado, por su parte, ha cedido dos de sus siete obras de Coxcie: «Santa Cecilia» y «Cristo con la Cruz a cuestas».
Muy interesante resulta Coxcie tanto en pequeño tamaño (se exhiben dos preciosos dibujos, retocados por Rubens, y sus trabajos eróticos), como en el grande. Es el caso de sus retablos y trípticos. El Museo M cuenta con dos magníficos: el «Tríptico Morillon», encargado en honor de Guy Morillon, secretario particular de Carlos V y principal mecenas de Coxcie en Lovaina; y el «Tríptico Hosden»: solo cuelga en la muestra el panel central. Para ver los dos restantes hay que ir a la colección permanente. Es uno de los fallos de la exposición, junto al montaje, que no le hace justicia a este artista. Además, para ver sus grandes retablos y vidrieras hay que ir a la catedral de San Miguel y Santa Gúdula y a los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, ambos en Bruselas.
Un ambicioso encargo.
Coxcie hizo frescos para el Palacio de María de Hungría en Binche, donde sus obras se codean con las de Tiziano, y recibió un ambicioso encargo de Felipe II. Convencido de no poder conseguir el original, el Rey pidió a Coxcie que hiciera una copia del célebre «Retablo del Cordero Místico», de los hermanos Jan y Hubert Van Eyck, joya de la catedral de Gante. No se limitó a copiarlo fielmente, sino que introdujo innovaciones estilísticas. Incluso se autorretrató en la obra. Fue generosamente recompensado con 2.000 ducados. El Monarca se trajo la obra consigo a Madrid. En 1808, con la invasión francesa, las doce tablas se dispersaron.
Por primera vez desde entonces, el políptico se muestra (casi) completo en esta exposición: están las tablas de Múnich, Berlín y Bruselas. Faltan las dos de Zaragoza:«Adán» y «Eva». Es uno de los principales reclamos de la exposición. Coxcie hizo una copia de otro celebérrimo cuadro: «El Descendimiento de la Cruz», de Van der Weyden. El original fue al Prado y la copia se quedó en el Monasterio de El Escorial. No ha viajado a Lovaina.
Se echa en falta que, siendo un pintor tan admirado y solicitado por los Habsburgo, apenas se haya reivindicado en España: el Prado y Patrimonio Nacional deberían haberle dedicado una exposición, como merece. De momento, tenemos que contentarnos con ver dos de sus trabajos en la exposición que el Palacio Real de Madrid dedica a los tesoros del Monasterio de El Escorial.
Abanderado de la Contrarreforma.
Michiel Coxcie nació en Malinas en 1499 y se formó en el taller de Bernard van Orley en Bruselas. Se casó dos veces y cuatro de sus hijos fueron artistas: una hija era escultora. Coxcie murió en 1592, a los 93 años. Y no fue de muerte natural. Se cayó desde un andamio mientras pintaba los frescos en la catedral de Amberes. Falleció tres días después en su ciudad natal. En 1566 el protestantismo irrumpió con fuerza en los Países Bajos, donde fueron destruidas muchas obras religiosas. Pero Coxcie, católico convencido, se posicionó claramente como uno de los abanderados de la Contrarreforma. Dispuesto a combatir contra los herejes, llegó a autorretratarse como San Jorge armado, espada en ristre. Cuelga en la muestra junto a un retrato del Duque de Alba, de Antonio Moro.