Malevich, viaje de ida y vuelta
El Stedelijk Museum de Ámsterdam presenta la exposición Kazimir Malevich y la Vanguardia rusa, el mayor estudio dedicado al artista en los últimos 20 años. Organizada junto a la Tate Modern de Londres y la Bundeskunsthalle de Bonn, en Alemania, adonde itinerará en 2014, la muestra cuenta con más de 500 trabajos del pionero de la abstracción y muchos de sus contemporáneos. Fascinante viaje.
1913 fue fundamental en el desarrollo de las vanguardias. No por ser el año de un hecho histórico concreto (aunque continuaba el conflicto en los Balcanes y la I Guerra Mundial amenazaba ya a Europa) o porque se realizara una de esas grandes obras que tanto gustan a la Historia del Arte (en mayúsculas) para establecer el canon que estructura su Relato, también con mayúscula. Ni siquiera por ser la fecha de un nuevo escándalo (necesario para los espectadores desde la segunda mitad del siglo XIX): el que produjo el Desnudo bajando la escalera (1912) de Duchamp en Nueva York.
Fue un año vital porque el camino hacia la abstracción se hizo del todo transitable: ya no era posible entretenerse, detenerse o darse la vuelta, aunque a algunos les atemorizara, tanto como para parar y regresar. Ese fue el caso de Picasso y Georges Braque al comprobar que el cubismo analítico de los primeros años, el de los paisajes de L'Estaque y Horta de Ebro, se había ido oscureciendo y, prácticamente irreconocible, se había convertido en hermético. Era casi imposible distinguir el motivo del cuadro que se escondía más y más entre las grietas de un espacio que se había fracturado. Picasso y Braque recurrieron entonces a las pistas, pequeños detalles que sujetaban las pinturas a lo real, de donde nunca habían debido irse. Pistas que fueron adquiriendo cada vez más importancia y dieron paso a la síntesis y a una nueva técnica, el collage, que les ayudaba a no distanciarse de la realidad.
Sin embargo, dentro y fuera de París, algunos artistas continuaban por el camino que Picasso y Braque habían abierto. Robert y Sonia Delaunay habían pasado a ser considerados los herejes del cubismo al profundizar en su exploración del color. Una investigación que llevó a que los miembros de Der Blaue Reiter, liderado por Kandinsky y Franz Marc, consideraran a Delaunay como uno de los suyos en su búsqueda de una abstracción que se movía entre lo expresivo y lo espiritual, incluyendo entre sus raíces al Fauvismo (Henri Matisse también se había detenido en el camino, a pesar de su interés por lo decorativo) y el gusto por lo primitivo que caracterizó a los artistas de vanguardia. También Piet Mondrian, que estaba en París en 1913, avanzaba, influido como Kandisnky por la Teosofía, en la travesía que le llevó del Cubismo a la cuadrícula ortogonal del Neoplasticismo.
El de la abstracción fue un camino central al que se llegó desde distintos senderos, algunos incluso aparentemente opuestos, y que también recorrió Kasimir Malevich (1878-1935) pasando por el Impresionismo, el Simbolismo, el Fauvismo, el Primitivismo, el Cubismo y el Futurismo, hasta llegar al Suprematismo, su particular abandono de la figuración. Un recorrido que se puede ver en las primeras salas de esta gran retrospectiva que le dedica el Stedelijk de Ámsterdam y que, organizada cronológicamente, toma 1913 como eje en torno al que articularse. Fue en ese año cuando el artista participó en la puesta en escena de la ópera Victoria sobre el sol, junto al músico Mijail Matiushin y el poeta Alexei Kruchenykh. Una ópera que por su tema, una fábula con mucho de ciencia ficción, y el modo en el que se utilizaba un nuevo idioma (el Zaum, inventado por Kruchenykh) se ha relacionado con las actitudes de los futuristas, a pesar de que pretendiera ir más allá.
Sin embargo, Malevich, que se encargó de diseñar el vestuario y la escenografía, no se quedó en el Futurismo, sino que adelantó en sus bocetos (especialmente en uno en el que un triángulo negro rompe la caja espacial o eclipsa el sol de la tradición, como ha sido interpretado), esa renuncia a los valores que habían caracterizado la pintura desde el Renacimiento que supuso su famosísimo Cuadrado negro (1915), del que aquí se expone la versión de 1929 en un montaje que reconstruye el modo original en el que se mostró por primera vez en 0,10: la última exposición futurista, alto y esquinado como los iconos. Un obra que llevaría aún más allá en Blanco sobre blanco (1918) que los negaba por completo: ya ni siquiera había color, aunque se mantuviera el tono.
En la exposición, comisariada por los conservadores del museo, Bart Rutten y Geurt Imanse, se ha destacado también su faceta como investigador (Malevich consideraba que el arte era una ciencia) en una sala dedicada a mostrar los fascinantes paneles con diagramas y esquemas que realizó para el Instituto Estatal de Cultura Artística en 1926, y que traducían muy claramente su pensamiento. También se insiste en su posterior vuelta a la pintura, de la que había huido en 1920, y en la renuncia a la no-objetividad, como él calificó la abstracción, en un retorno al orden que retomaba los estilos de sus primeros años. Un regreso a la figuración que se ha querido considerar avergonzado, porque fechó muchas de estas obras de finales de los 20 y comienzos de los 30 como anteriores a las composiciones suprematistas de los 10, en las que las formas geométricas flotaban o se disolvían en un espacio infinito y eterno.
Sin embargo, no fue así, como demuestra ese último autorretrato con el que se cierra la muestra y que, con la mirada desafiante, le presenta orgulloso, sin ningún signo de arrepentimiento por haber llevado hasta el extremo las posibilidades de la pintura.