Ponga una momia en el ‘tupper’
La estimulante exposición ‘Un té con Nefertiti’ propone en el IVAM una reflexión sobre el arte, el museo y el público a través de la iconografía de la reina egipcia.
A una exposición que se titula Un té con Nefertiti uno no acude pensando que va a encontrarse con algo convencional. Aun así es difícil estar preparado para toparse con una momia en un tupperware. Como lo oyen. La pieza, una vez te recuperas de la impresión, es extraordinaria: la momia, de tamaño natural, no es de verdad pero da el pego y el gigantesco recipiente de plástico translúcido luce una tapa azul con rasgos de sarcófago antropomorfo saíta. Provoca una cascada de preguntas: ¿pretende aludir a la explotación mediática y museográfica de las momias, a la avidez popular por ellas o al hecho de que a lo largo de la historia han sido literalmente comidas como supuesta medicina? ¿Implica que Egipto ha quedado preservado o incluso congelado en su pasado? ¿Llevaban algún tipo de tupper al curro los constructores de las tumbas y las pirámides?
La momia en el tupper —Tupperware sarcophagus, object (Relicario), 2010, de Vik Muniz— es solo una de las muchísimas sorpresas y, parafraseando a Carter, “cosas maravillosas” de esta apasionante exhibición que ha desembarcado en el IVAM, incorporando algunas de sus obras, procedente del Museo de Arte Moderno de Doha y tras pasar por el Instituto del Mundo Árabe de París (desde Valencia viajará al nuevo Museo de Arte Egipcio de Múnich).
En otra sala el visitante se encuentra con dos inmensas palas de excavadora colocadas de forma que componen el signo jeroglífico ka (dos brazos unidos) —una obra de 2009 de Nida Sinnokrot— y más adelante te das de bruces con Nefertiti en pelota picada.
Se trata del famoso cuerpo de bronce que los artistas del dúo Little Warsaw crearon en 2003 para la polémica performance en la que se encajaba en la figura el auténtico busto de Nefertiti conservado en Berlín, movida que provocó casi un infarto al responsable de antigüedades faraónicas egipcio Zahi Hawass, y que montara en cólera tras tamaña profanación. El cuerpo de mujer madura desnuda que durante unos minutos —mientras se filmaba la escena— sostuvo sobre sus hombros la inmortal cabeza, te lo encuentras en un pasillo al fondo del cual se proyecta la hipnótica escena de la extracción de la vitrina del busto y su manipulación para colocarla en la figura (proceso que se sigue con un nudo en la garganta). Solo por ver eso y acariciar discretamente la nalga de Nefertiti ya vale la pena la visita.
Pero es que además, pueden descubrirse en el recorrido fotografías de Lee Miller, de Youssef Nabil o del inconmensurable y legendario Van Leo (autorretrato en pose de esfinge en la cima de la Gran Pirámide). No se pierdan el trabajo videográfico y documental sobre el traslado del coloso de Ramsés II por las calles de El Cairo en 2007, en un ambiente que prefigura las escenas revolucionarias de la plaza Al-Tahrir, ni el impagable vídeo del limpiador (pesadilla de cualquier conservador) que frota entusiásticamente con un trapo una estela en el Museo Egipcio del Cairo.
En la exposición en el IVAM (hasta el 26 de enero de 2014), hay que señalarlo, no se exhiben antigüedades egipcias originales, aunque su presencia, en forma de imágenes que se contraponen al arte contemporáneo es continua, como lo es la excavación que los comisarios, los jóvenes y osados Sam Barsdouil y Till Fellrath, hacen en multitud de temas de la historia, la cultura y el arte, antiguos y modernos, de Egipto.
En realidad, la alusión a Nefertiti, de la que se recuerda que el año pasado se cumplió el centenario del hallazgo de su discutido busto, es una excusa para una honda reflexión de largo alcance y mucha polisemía sobre el proceso de creación artística y especialmente del proceso de apropiación que la obra sufre a medida que viaja a través del tiempo y del espacio, como recalca la directora del IVAM, Consuelo Císcar. En tres ámbitos, dedicados genéricamente al artista, el museo y el público, se muestran un centenar de obras de 26 artistas o colectivos.
La imagen de Nefertiti, convertida incluso en máquina de coser, sirve de hilo conductor y aglutinador de la propuesta, que no es fácil de resumir (ni a veces de discernir) pues el argumento central se va ramificando en diferentes historias, a cual más fascinante en las que el visitante puede redescubrir al grupo surrealista egipcio Arte y Libertad, revisar la obra del escultor modernista Mahmoud Moukhta —tan influenciada por la tradición faraónica—, escudriñar la alambicada historia de una lámpara fatimita, recordar cómo influyó la escultura del antiguo Egipto en Giacometti y el arte de Amarna en Modigliani, o contemplar apropiaciones de las pirámides como las de Camel o el diario Al-Ahram.
Entre lo más interesante, la famosa instalación de Baalbaki sobre un animal fabuloso (Al-Burak) y la del cairota Bassem Yousri, que incluye centenares de figuritas de terracota que representan tanto al pueblo egipcio en busca de reformas como a los ushabti de las tumbas faraónicas.
Lo de tomar el té con Nefertiti es una referencia, dicen los comisarios, a cuántas cosas podría explicarnos la reina, empezando por la verdad del escamoteo de su busto. De momento, no está mal cuántas cosas nos cuentan ellos...