Mercado del arte: la tormenta perfecta
Los records de Bacon y Koons en Nueva York y la imparable escalada de ventas en subasta dictan la evidencia. La clase media del coleccionismo ha muerto, solo las inmensas fortunas aspiran a los tesoros.
Quien entre estos días en algunos de los grandes salones de subastas de Christie’s o Sotheby’s en Nueva York y se acomode en una de sus sillas se sentirá como si estuviera sentado en medio del Consejo de Administración que dirige el mundo. François Pinault (magnate francés del lujo); Eli Broad (uno de los nombres fuertes de las finanzas estadounidenses); Steven A. Cohen (el mago de los fondos de alto riesgo); Peter Brandt (dueño de un imperio editorial); Jose Mugrabi (el mayor coleccionista particular de warhols del planeta); Michael Ovitz (representante, entre otros, del actor Tom Cruise); Dakis Joannou (industrial griego); Larry Gagosian (propietario de la todopoderosa galería Gagosian)… Todos levantan la mano y pujan. Todos contribuyen a que el mercado del arte contemporáneo se recaliente hasta lo inimaginable. En la puja que ha situado a Francis Bacon como el artista más caro vendido nunca en subasta Larry Gagosian pujó hasta los 101 millones de dólares (75,3 millones de euros). Y hubo dos pujas por encima de los 120 millones. Finalmente, el tríptico se remató en 142,2 millones (105,8 millones de euros).
Si a estos multimillonarios, que parecen tener un bolsillo casi infinito, sumamos el dinero procedente de rusos, oligarcas de oriente medio, turcos, brasileños, mexicanos, chinos… o sea, el nuevo mundo económico, la tormenta perfecta en el arte está servida. ¿Qué limite tiene una mujer como Sheikha Al-Mayasa bint Hamad bin Khalifa Al-Thani quien, con solo 30 años, destina más de 600 millones de libras (447,4 millones de euros) al año a la compra de arte? La presidenta de la Autoridad de Museos de Catar, y hermana del nuevo emir, dibuja esa voracidad por el arte de nuestro tiempo de los nuevos coleccionistas. Acaba de pagar 20 millones de dólares por un grupo de esculturas de Damien Hirst que recrea varias fases de la concepción humana. “Para estos compradores el dinero es lo de menos. Es como si intercambiaran papel por obras. A cambio de billetes obtienes un bacon o un cézanne. Lo que cuenta es hacerse con el objeto de deseo. Es una locura”, relata el coleccionista mallorquín Juan Bonet.
Así que, una vez conseguido el récord de Francis Bacon, la locura de los tiempos impulsa a preguntarse: y ahora ¿quién lo superará? ¿Cézanne? ¿Pollock? ¿Basquiat? ¿De Kooning? ¿Lucian Freud? ¿Gustav Klimt? Pues quien mejor situado se encuentra es Andy Warhol. Se sabe que en ventas privadas (cada vez más frecuentes) ha superado los 100 millones de dólares. Juan Várez, consejero delegado de Christie’s en España, da otro nombre: “Picasso”. Todo ello, a la espera de que llegue al mercado un caravaggio o una obra de un gran maestro similar. ¿Cuánto valdría en el mercado, si pudiera exportarse, La conversión de San Pablo, de la colección Odescalchi Balbi en Roma? Es una de las contadas obras del genio italiano en manos privadas. ¿200 millones de dólares?
Pero lejos de la especulación, ya hay algunos artistas vivos que se están asentando en una segunda línea de salida a la espera de acercase a esos precios, como Jeff Koons, Gerhard Richter o Christopher Wool. Este último estableció ayer en Christie’s su récord al vender el lienzo Apocalypse Now (1988) por 26,5 millones de dólares. La tela la adquirió, para un cliente sin identificar, el marchante Christophe Van de Weghe y su justificación de la compra revela lo caprichoso que es este mundo y la liquidez que maneja. “Quien compró la obra realmente la quería”, recalca. “Es la obra maestra del artista y el comprador quería hacerse con la obra maestra del artista”.
Y sobre esa pulsión de los coleccionistas las salas de subasta relanzan sus balances. Hace una década, en el mejor de los casos, Christie’s conseguía 85 millones de dólares en una única jornada de ventas. Ayer logró la cifra más alta de su historia: 691,5 millones de dólares. Una cantidad ingente que hace exclamar al coleccionista Paco Cantos: “¡Estamos cerca de que explote la burbuja! Estos precios no se pueden soportar”. Son advertencias que, de tan repetidas, resultan cansinas. Y que no todo el mundo comparte. “Todo depende de la calidad de las obras. No veo burbujas. Me preocuparía más si los resultados los hubiéramos conseguido con piezas de poca calidad. Pero ha sido justo lo contrario”, reflexiona Juan Várez. Tanto es así que el techo del mercado no sé ve y hay quien, incluso, busca requiebros. “Si tu colección sigue la tendencia o la moda entonces sí te ves afectado por los precios. Pero si tu propuesta es más singular y vives ajeno a esos grandes nombres del mercado no sientes la presión del dinero”, explica la coleccionista Estefanía Meana: “Los creadores que colecciono no llegan al mercado”.
Lo cierto es que nunca antes las casas de subasta habían tenido tanto poder. Bueno, quizá habría que reescribir la frase: nunca antes el mercado del arte había tenido tanto poder. “La fuerza es de tal calibre que está haciendo desaparecer, si alguna vez existió, la clase media del arte”, ahonda con tristeza Marcos Martín Blanco, quien con más de 400 obras atesora una de las mejores colecciones de pintura contemporánea de España. El coleccionista reconoce que se vende mucho y bien, pero sobre todo las grandes obras, los grandes nombres, que únicamente son accesibles a bolsillos multimillonarios. La explosión de los precios es de tal calibre que, en efecto, parece estar dejando al coleccionista de clase media fuera de juego. “Si un artista de 27 años como el colombiano Óscar Murillo vendía hace un año sus cuadros por menos de 20.000 dólares y ahora se rematan en 300.000 es que el mercado está desenfrenado”, incide Martín Blanco. Una especulación similar sufren los trabajos de artistas treintañeros como Wade Guyton, Nate Lowman, Alex Hubbard, Hurvin Anderson, Jacob Kassay o Dan Colen. Y como una onda expansiva esto afecta a las galerías, que tienen que lidiar con situaciones insólitas.
Elba Benítez, una galerista que peina experiencia en este mundo, cuenta cómo algunos artistas trabajan con listas negras. En ellas figuran los nombres de coleccionistas que han vendido obra de algunos de ellos en el segundo mercado al poco de comprarla. A esos, no se les vuelve a vender. Hay que protegerse. “Vik Muniz [uno de los artistas más reconocidos con los que trabaja Benítez] sale mucho en subasta porque se puede especular muy bien con él. Tiene mucha demanda y poca oferta”, se queja la galerista.
Es casi imposible encontrar un tiempo en el que las casas de subasta hayan despertado tanto recelo. “Han subvertido su origen, su propósito y su mirada inicial”, argumenta el coleccionista Emilio Pi. “Su función era dar espacio económico y salida a obras que habían desaparecido del mercado y que tenían esa etiqueta de clásicas. Eran artistas que difícilmente iban a producir más. Pero ahora…”. Los puntos suspensivos le llevan a recordar que más del 20% de los artistas de la subasta de arte contemporáneo de la casa Phillips de Pury de hace un par de semanas tenía menos de 40 años. “Antes se tardaban décadas en llegar al mercado secundario, ahora son meses”, reflexiona Pi.
Bajo este paisaje, y a pesar de todo, la inversión en pintura o escultura contemporánea parece un buen negocio. ¿Pero es así siempre? “¿Vale la pena invertir en arte?” Este el contundente titular con el que tres economistas acaban de zarandear el más que conservador mundo de las subastas. El trabajo de estos expertos —que proceden de la universidad de Stanford, la Escuela de Finanzas de Luxemburgo y la Universidad Erasmus de Rotterdam— plantea una idea desasosegante: los ingresos procedentes de este tipo de activos se han sobreestimado y los riesgos se han minusvalorado. Para ello han utilizado una muestra de 20.538 pinturas que se vendieron repetidamente en subastas entre 1972 y 2010. De su estudio se deriva que las ganancias medias anuales son del 6,5%, bastante por debajo del 10% que estiman otros índices. En estos días de euforia, una llamada de atención al alocado planeta del arte contemporáneo.