Sedition Art o el sueño del microcoleccionismo digital
Es un nuevo intento para vender arte digital al gran público a precios asequibles, con un modelo de distribución más cercano a los videojuegos que al mercado del arte, aunque con los mismos artistas top de ventas, de Damien Hirst a Lawrence Weiner. Ya están aquí Sedition Art, las ediciones digitales limitadas.
En una lista de correo privada, en la que creadores de todo el mundo que trabajan con tecnología comparten bromas, trucos y confesiones, un artista realiza una pregunta. Ocurre de vez en cuando: un museo ha ofrecido comprarle una pieza y no tiene ni idea de cuánto dinero pedirle. En esta mailing list la situación no es anormal, porque el artista en cuestión no tiene galería, no ha vendido nunca ninguno de sus trabajos, probablemente ha visto con sus propios ojos muy pocos ejemplares de ese extraño espécimen, el coleccionista de arte. Como la mayoría de los otros participantes, ganarse la vida como artista del código no suele querer decir producir artefactos tangibles en unidades escasas y de precio prohibitivo, sino dar talleres, clases y conferencias, participar en festivales y hacer residencias en media labs, probablemente programar y diseñar a veces en proyectos comerciales para el sector privado.
Otro participante de la lista de correo explica que el precio dependerá, entre otros parámetros, del formato de la obra en cuestión. Los vídeos, por ejemplo, están “en el escalón más bajo de la cadena alimentaria del mercado del arte”, mientras que una impresión digital de gran formato que pueda enmarcarse y colgarse en una pared está más cotizada y puede alcanzar precios mayores. En un momento de candidez, el artista pregunta por escrito: “¿Me estás diciendo que si tomo un único fotograma de un vídeo, lo imprimo y lo enmarco, puedo pedir más dinero que si vendo el video entero?”
A los que contemplamos la conversación en silencio desde la discreción de nuestro ordenador con una cierta ternura, nos parece que el pobre artista comete dos errores básicos. El primero es confundir cantidad con cotización, como si fuese recomendable evaluar el valor de una pieza por sus dimensiones, su duración o su peso. El segundo es más comprensible: pretender aplicar cualquier clase de principio lógico a cómo se determina el valor en el mercado del arte. Buena parte de la capacidad de esta industria para ser un refugio de capital está en su valor especulativo, que depende a su vez de poder conservar una cierta arbitrariedad en cómo se determina el precio del producto.
Incluso así, los artistas de la inmaterialidad que no producen artefactos únicos rodeados de un halo, siguen teniendo problemas para adaptarse a algunas de las ficciones del mercado. La más notoria es que algo que es infinitamente reproducible instantáneamente puede revalorizarse de alguna manera a través de los años, y por lo tanto sirve como inversión. El vídeo lleva años utilizando diversas vías con distintos grados de éxito: desde la monumentalización a través de la videoinstalación, al circuito de exhibición en museos que han generado las distribuidoras. Son estrategias que los artistas del software también intentan, con resultados aún más desiguales.
Mercado secundario.
Es cierto que los casos de artistas de la interacción que han situado su obra en el mercado con una percepción de valor son cada vez menos excepcionales. Ya no es sólo un Rafael Lozano-Hemmer; el medio digital también está generando un estrellato, de Ryoji Ikeda a Carsten Nicolai, al que el mercado espera con los brazos abiertos. (Esto ha sucedido, por lo general, más a pesar de galeristas, ferias y museos que gracias a ellas). Pero para la gran mayoría de “creative coders” el mercado sigue sin ser la base de su sustento, y las facturas las siguen pagando las clases y en cada vez más casos las agencias de publicidad y diseño web.
A lo largo de los últimos 15 años han sido muchos los intentos de generar un “mercado secundario” del arte gracias a la facilidad de reproducción del medio digital. Un mercado más cercano en realidad al de otras industrias culturales, basado en vender muchas unidades a precios bajos, en vez de pocas a precios muy altos. El software art es probablemente la disciplina idónea para esto, y ya empezó a intentarlo incluso antes de Internet, en la era del CD-Rom. A mediados de los 90, incontables iniciativas, desde productoras a revistas, distribuyeron obras de arte interactivas en discos de datos. Nunca trascendieron más allá de una esfera limitada. Se probaron otros canales de distribución, como las consolas de videojuegos, para las que se han realizado múltiples proyectos de carácter experimental. Galerías como Bitforms desarrollaron pantallas interactivas que se podían colgar en casa como un cuadro, y en las que se instalaban distintas piezas de software generativo. El último canal a explotar -y no ha ido mal del todo- han sido los stores de aplicaciones para móviles, muy especialmente el Apple Store para iPhones e iPads.
Arte por 6 euros.
Las posibilidades de éxito de todos estos intentos han estado limitados, probablemente, por la renuncia explícita que hacían a dos elementos clave en el mercado del arte: la exclusividad y la revalorización. Por eso resulta especialmente interesante la iniciativa de Sedition Art (www.seditionart.com), un nuevo servicio online que vende en internet ediciones digitales limitadas de algunos de los artistas más grandes del mundo.
Sedition funciona así: cualquier usuario puede comprar a través de su sitio web una obra digital por una cantidad tan modesta como 5 euros. Las piezas normalmente consisten en un clip corto de vídeo, una imagen, o un pequeño software interactivo. Las ediciones no superan las 2.000 unidades, y vienen acompañadas de certificado de autenticidad y un sistema de encriptación que en teoría impide su copia. Entre los artistas que se han prestado a participar están algunos de los nombres más grandes del mercado, de Damien Hirst a Jenny Holzer o Dinos Chapman. El servicio cree más de momento en los “artistas-marca” que en la “clase media”. Sedition define su servicio como “arte para pantallas”, y ese es uno de los aspectos mejor acabados del sistema. El usuario puede enviar indistintamente su obra al móvil, el ordenador, la tableta o la pantalla plana del salón. El acceso a la pantalla reina del hogar, las nuevas TVs inteligentes y planas, es un aspecto esencial si se pretende que las piezas tengan una presencia real en la vida de sus coleccionistas, y no sean sólo una curiosidad.
Pero Sedition es también una red social, y un micromercado. Los usuarios pueden mostrar sus colecciones en sus páginas personales dentro de la web, y vender o pujar por aquellas obras cuyas ediciones se agotaron y ya no están a la venta. La pieza realizada por Ryoji Ikeda, que estos días expone en la Fundación Telefónica de Madrid, agotó sus 300 unidades y ya circula de unos usuarios a otros por precios notablemente superiores a los modestos 6 euros de partida.