Jugar con las vidas de los otros
El Reina Sofía indaga en la relación entre las biografías y las obras de los artistas.
Formas biográficas, la nueva propuesta del Reina Sofía, es una de esas exposiciones que podrían pasar por ensayos literarios si no fuera porque en efecto lo son. “¿Por qué comisariar una muestra sobre el modo en el que la biografía se inscribe en la obra de los artistas en lugar de escribir un libro? Porque esta opción te permite trabajar sobre los espacios”, había justificado el comisario francés Jean-François Chevrier al final del recorrido por las 13 salas del museo y ante la pieza El nuevo escarabajo (2006), del escultor de Los Ángeles Charles Ray. Ese “trabajo sobre las tres dimensiones” cobra para Chevrier especial sentido ante la obra en cuestión, un niño de acero pintado de blanco y rasgos desvaídos que juega con un coche último modelo. “Nos invita a mirar al suelo. ¿Qué mejor final para el cierre de este relato que el lugar de la sepultura?”.
Antes, el experto había guiado sus pasos por las cerca de 275 obras de artistas como Richter, Giacometti, Hains o Klee escogidas entre pinturas, grabados, esculturas y documentos, muchos documentos, para teorizar sobre un asunto tan viejo como el viejo Vasari, cuyas Vidas de artistas hicieron algo más que inaugurar en el Renacimiento la historiografía del arte; la redujeron a una sucesión de vidas y obras más o menos ejemplares.
Superados los cataclismos de las vanguardias y certificada la llegada del invierno de los grandes relatos sociales… ¿cómo abordar el tránsito vital del artista sin caer en el peor de los determinismos? Chevrier propone hasta el 31 de marzo un doble acercamiento. Primero, a partir de la “mitología individual”, ese relato, más o menos veraz, que forjan de sí mismos los creadores (y cualquiera en realidad, sobre todo en estos tiempos de redes sociales y promoción personal). Y segundo, tomando en consideración los elementos de la obra que apuntalan los cimientos de una biografía. De este modo, cuando la vida sea incapaz de explicar el arte, el arte contribuirá a descifrar la vida.
La fotografía del chaval con el cochecito adorna la portada del catálogo, que, caso ciertamente raro, puede leerse como un fascinante relato independiente con paradas en asuntos como Artaud, Strindberg. La cuestión del juicio o El drama de la vida según Joyce y Munch. “El elemento fundamental de la propuesta es la literatura”, advertía Manuel Borja-Villel, director del museo, en la primera de las salas, antes de dar la palabra al torrencial Chevrier, antiguo conocido del arte contemporáneo con su aspecto de profesor chiflado y ese Livre de Poche asomando por el bolsillo de la chaqueta.
Chevrier trabajó junto a Catherine David en la polémica dOCUMENTA X y, además de desarrollar un sólido trabajo sobre el sentido de la fotografía en lo contemporáneo, es especialista en la obra de francotiradores como Jeff Wall, de quien ha incluido en la muestra la fantástica Casa de empeños (2009). En ella, el chico a punto de traspasar la frontera moral de sacrificar una guitarra a cambio de dinero sirve, como Pickpocket, película de Bresson proyectada enfrente, de metáfora sobre los umbrales que separan los estadios de la vida. “El umbral es un concepto fundamental en Kafka, así como en la obra de Dostoievski, especialmente en Crimen y castigo”, dice Chevrier.
Los “fantasmas” de estos y otros titanes de la literatura universal, como Strindberg, Beckett o Tadeusz Kantor, sobrevuelan un recorrido que parte de Gérard de Nerval. “La hora de nuestro nacimiento, el punto de la tierra en que aparecemos, el primer gesto, el nombre, la habitación, y todas esas consagraciones, y todos esos ritos que nos imponen, todo eso establece una serie feliz o fatal de la que el futuro depende por entero”, escribió el poeta a modo de involuntario prólogo de la muestra en Aurélia (1855). El texto se reproduce cerca de Genealogía fantástica, en la que el romántico dibujó su propio mito con endiablado pulso para dar lugar a lo que vendría: la obra de Étienne Martin, en la que la biografía es, sobre todo, una casa.
Antes, uno de los característicos espejos de Pistoletto había involucrado en la exposición al visitante con ayuda del espíritu de Picasso, incomparable mitólogo de sí mismo, burlado aquí por Martin Kippenberger. La selección que sigue viaja del hogar al territorio, la infancia, el cuerpo o la memoria y está llena de sorpresas. Como ese alucinado París del grabador francés del XIX Charles Meryon, la convivencia familiar con el recuerdo de los mártires de los campos palestinos (en la pieza de Ahlam Shibli que fue contestada con manifestaciones al ser expuesta en el Jeu de Paume), o el modo en el que la obra se funde con las circunstancias vitales de artistas como el trágico transformista Ocaña, el profesional del skate Ed Templeton o la escultora polaca superviviente de los campos nazis, Alina Szapocznikow (1926-1973), que debuta en España tras su paso el invierno pasado por el MoMA.
Al final aguarda, el vórtice de la mítica Chambre 202 (1970) de los amantes del Hotel de la Amapola, obra de Dorothea Tanning en la que la habitación es de nuevo, como la vida misma, un viscoso “lugar de nacimiento y muerte”.