Elegante pero no carca
Patrycia Centeno indaga en 'Espejo de Marx' (Península) en la pelea de la izquierda por crearse una imagen digna sin imitar a sus rivales.
Aún hay mucha gente en Canarias que puede contar la historia de Unión del Pueblo Canario, una coalición de partidos desgajados del Partido Comunista de España que, en los años 70, llegó a gobernar durante un año y medio en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, la primera ciudad del archipiélago. Cuando su candidato, un ingeniero de oficio, un universitario, un burgués de izquierdas, tomó posesión del cargo, llegó al Ayuntamiento muy informalmente vestido, casi desaseado. Algunos votantes de Unión del Pueblo Canario recuerdan aquella imagen como una humillación, como si su alcalde no comprendiera la dignidad del cargo, como si no los representara adecuadamente. Sus rivales, en cambio, olieron la sangre de un equipo un poco naíf, no muy responsable de sus actos. El éxito de Unión del Pueblo Canario fue muy breve.
"Nuestros dirigentes han olvidado la importancia de la imagen para ejercer el liderazgo. Se toman demasiado a la ligera eso de ser representantes públicos y no se dan ni cuenta de que con su estampa también nos están dejando en evidencia. Y no hace falta renunciar a la humildad para mostrar respeto con la apariencia: en plena guerra con Estados Unidos, la imagen impoluta de Ho Chi Minh con su traje de lino blanco y las míticas sandalias, hechas con el neumático de los aviones estadounidenses que derribaban los vietnamitas, es un claro ejemplo".
Patycia Centeno, autora de 'Política y moda. La imagen del poder' comenta la anécdota de Unión del Pueblo Canario. La historia del alcalde de Las Palmas le suena familiar: su nuevo libro, 'Espejo de Marx' (editado por Península, desde esta semana en las librerías), indaga en esa dificultad que han tenido siempre los políticos de izquierdas (más o menos radicales) para vestir con dignidad sin tener que imitar a sus contrincantes de derechas, 'propietarios' de la formalidad. O no. "Ese supuesto desarreglo que siempre se le concede a la progresía también se da en ciertos sectores de la derecha, aunque vayan enfundados en trajes, bañados en litros de perfume barato y con la caspa engominada".
Chancleta riojana.
Por su libro desfilan ejemplos de dignidad y de indignidad: el traje negro de Malcolm X, los vestidos de viuda de La Pasionaria, las camisas rojas de Chávez, los sacos de Mao Tse Tung... Lástima que la chancla del portavoz de CUP en el Parlament de Catalunya, David Fernàndez, se hiciera famosa demasiado tarde para 'Espejo de Marx'. ¿Se habrá sentido deprimido algún votante de CUP con esa imagen un poco bárbara? "La chancla de David Fernàndez es de una firma riojana, está hecha artesanalmente y la llevó puesta toda la semana porque estaba de mudanza y aún no había localizado la caja de las zapatillas deportivas que suele calzar en invierno. El zapato me parece coherente con el mensaje de la CUP. ¿Violento? Hombre, a mí personalmente me pareció más violento e insultante que Rodrigo Rato se personara en el Parlament de Catalunya para defender 'el saneamiento de Bankia' luciendo gemelos de oro...".
El caso es que la chancla riojana ha entrado en los pasillos del poder como entró un día la camisa abierta, la camiseta, el pantalón vaquero... El libro de Centeno aborda el problema de las 'izquierdas divinas', de todas las que en el mundo ha habido, a las que siempre tendemos a tratar con desdén. Sin embargo, son esos 'burgueses-progres' los que, según Centeno, hacen de puerta giratoria, cambian el significado de las prendas, de nobles a plebeyas y a la inversa. Y ese juego, la verdad, es bastante divertido. "El guardarropía proletario se conforma de vestuario impuesto (leyes que durante años fijaron qué ropa debía usar cada estamento social para diferenciarse) y de vestuario opuesto (como cuando por ejemplo los Sans Culottes, sin calzones, se rebelan contra la nobleza y usan una pieza de ropa, el pantalón largo, como evidente seña de oposición al poder establecido). Lo más gracioso de todo el asunto es que esos ropajes que una vez fueron ridiculizados en algún momento de la historia, con los años, muchos acaban siendo la moda imperante: el pantalón largo de rayas, la carmañola (chaqueta corta) y los zapatos con cordones (sin hebillas) de la Revolución Francesa se convirtieron en el siglo XIX en el traje de la burguesía y del capitalismo y que, a día de hoy, todavía nos asiste".
¿Y cómo debemos interpretar estéticamente a Malcolm X, que representa un poco lo contrario, la apropiación de una imagen burguesa a un mensaje radicalmente anti sistema? "De todos los personajes que analizo en el libro, el caso de Malcolm X es, sin duda, el más fascinante", contesta Centeno. "Con la ropa trataba de alcanzar una identidad que nunca le pertenecería. Cada pequeño cambio en el estilismo de Malcolm X da cuenta detallada de la fase de su vida por la que pasaba. Sin duda, el más conocido de sus atavíos fue con el que acabó pasando a la posteridad: traje oscuro de un solo botón, camisa blanca, corbata fina negra, zapatos pulidos, bandolera de cuero, sello con la media luna y la estrella y las míticas Clubmaster de Ray-Ban. Una estética minimalista y austera que acataban todos los miembros de Nación del Islam. Ahora bien, alto, atractivo y guapo, el estilo urbano mamado en las calles de Harlem le procuraba una presencia elegantísima con la que sobresalía por encima del resto de sus compañeros. Como bien dijo Salvador Allende: 'Después de todo, el camino hacia la revolución precisa de luchadores conscientes, no mal vestidos'. Vestirse según 'los criterios estéticos burgueses' no tiene que representar un problema para alguien de izquierdas o anti-sistema siempre y cuando no lo haga por desidia o imposición y sí por convencimiento y conocimiento. Es más, la mayoría de grandes líderes de la izquierda pasados estaban convencidos de que debían servirse del atavío de diplomático occidental para lograr penetrar en un sistema por defecto conservador y luego proceder a cambiarlo. Si los discursos incendiarios de Malcolm hubieran ido acompañados de una vestimenta socialmente tildada de 'radical', lo hubieran matado mucho antes".
Bondadoso aburrimiento.
Otros perfiles del libro rondan la idea del estoicismo convertido en estética: Stalin, la Pasionaria, Mújica... Habrá quien se acuerde de que un problema histórico de la izquierda ha sido su tendencia al aburrimiento beatorro. "Lo que remarco en el libro es que en la izquierda, aunque no se hayan acatado los códigos estilísticos dominantes, ha habido muchos líderes que han vestido apropiadamente para llevar a cabo sus objetivos, anhelos e incluso, a veces, defender la ideología socialista. Coincidiremos todos en condenar las políticas de Stalin o de Mao, pero también hay que reconocerles que lo bordaron al construirse una imagen capaz de impresionar e influir en todo el mundo. En momentos de crisis, se exige que la gente se pronuncie también estilísticamente y ahora cada vez es más frecuente observar como líderes de primera fila empiezan a comprometerse con sus ropas. Y al catalogar de héroe o de villano, no debemos olvidar la gran y larga influencia que el poder conservador ha ejercido sobre esas piezas con las que enjuiciamos. En política, desde el siglo XIX, no es casualidad que cualquier atavío que difiera lo más mínimo del traje burgués siempre se haya tachado oportunamente de carnavalesco e indigno".
¿Y el lujo? ¿Hay un pecado original e irreparable en el lujo? Porque a todos estamos dispuestos a perdonarnos cierta dosis, más o menos pequeña, de lujo... Pero la sofisticación 'marquista' de Cristina Fernández Kirchner, por ejemplo, es instintivamente antipática a casi cualquiera. "Es que en política, y especialmente dentro de la izquierda, la ostentación es siempre signo de mal gusto. De todos modos, la izquierda muchas veces peca en su relación con el lujo, sobre todo cuando se refiere al universo moda. Muchos socialistas siguen considerando que el lujo es un sinónimo de marcas caras. Este pseudolujo (obsesión por el exceso) practicado por la mandataria argentina es propio del nuevo rico ya que manifiesta un deseo indebido de alcanzar e impresionar las sensibilidades no educadas. El lujo hoy, tanto en moda como en belleza, es la exclusividad de una pieza única, artesanal y sostenible. Y con ese lujo honesto es con el que puede y debe reconciliarse la izquierda. Es tan sospechoso el exceso de derroche estilístico de algunos camaradas como la falta de cultura indumentaria de otros: ¡ir a comprar a cadenas de 'low cost' -en las que no se respetan ni los derechos laborales del trabajador, ni los intelectuales del creador (diseñador), ni el medio ambiente- es incompatible con ser ecosocialista!".
Falta por salir Hugo Chávez, chandalero y a veces un poco rudo. Sí, pero aún más inquietante: Chávez tendía al uniforme, militar o no, como le ha ocurrido a muchos líderes de izquierda. "'Ya me puedo vestir de cura que me van a seguir llamando tirano', aseguraba Hugo Chávez. Precisamente, una de las principales incoherencias 'ideoestéticas' de ciertos sectores dictatoriales de la izquierda fue defender la uniformidad estilística en pro de la igualdad y la fraternidad pero olvidándose de la libertad (el caso de la China de Mao o la Corea del Norte del clan Kim). Lo que ocurre es que a finales del siglo XX, los dictadores, tanto de derechas como de izquierdas, abandonan el uniforme militar y se enfundan el uniforme de diplomático occidental para pasar algo más desapercibidos. Actualmente, en ciertos sectores políticos, empieza a dar tanto miedo un uniforme militar como un traje y una corbata. De hecho, Hugo Chávez se gastaba partidas abusivas del presupuesto del gobierno en trajes de Brioni o Lanvin, corbatas de Hermès o Pancaldi, gemelos de Montbalnc, relojes de Cartier o Rolex... En su caso, el recurso de la camisa roja (el individualismo que lo caracterizaba) le servía para desviar la atención de sus gustos indumentarios tan poco socialistas. Lo mismo ocurre con Nicolás Maduro: hay que fijarse en el Tissot que luce en su muñeca o en sus calcetines con la banderita americana de Tommy Hilfiger".