La exposición-libro
Era una de las exposiciones más esperadas de la temporada. La colaboración del comisario Jean-François Chevrier con el Reina Sofía. Una muestra que habla la relación biográfica de la obra y el autor mediante esculturas, pinturas, vídeos y documentos de la mano de artistas como Richter, Giacometti, Hains o Klee, que dan vida a un ensayo literario sobre el arte, su presente y su ciclo vital. La finalidad es examinar las formas biográficas del arte moderno. ¿Objetivo conseguido?
Formas biográficas, en el Museo Reina Sofía es, sobre el papel, un proyecto expositivo de gran calado y de gran interés. La vida del creador como obra de arte; la construcción de la biografía como acto artístico, a través de la obra. Pero, una vez vista su traducción al espacio museístico, podemos preguntarnos si no habría sido mejor que se hubiese limitado al formato editorial. El comisario, Jean-François Chevrier, propone en la exposición y en el libro publicado como su complemento un análisis fragmentario de este amplísimo ámbito argumental, con cientos de referencias a autores literarios, historiadores, filósofos y artistas... y las referencias de esos referentes. La lectura del texto es compleja pero se llega a visualizar el mapa de relaciones y de conceptos; la lectura de la exposición es frustrante. Es, en esencia, la ilustración de un texto, y, sin el texto, se hace verdaderamente arduo seguir los saltos en el discurso. Cada sala tiene un tema que se resume en la pared, en vinilos que hay que leer por lo menos dos veces, antes de ver las piezas expuestas y después, sin ser esto suficiente para entender la pertinencia de cada una para la idea desarrollada.
Estamos ya acostumbrados a ver este tipo de exposiciones de “ilustración de tesis”, acumulativas y embrolladas, en el Museo Reina Sofía. Se nos prometen en esta ocasión 270 obras, pero ya se habrían imaginado que una gran cantidad serían documentos impresos -la mayoría- o manuscritos, en sus correspondientes vitrinas. No hay sorpresa, por tanto, pero sí una particularidad preocupante. Se puede justificar la inclusión de una revista o un libro muy especiales, por mucho que el espectador sólo pueda contemplar la portada o un par de páginas -el documento objetualizado y privado de su función-, de una carta, o un dibujo incluso cuando no tuvo nunca intención de ser “obra”... pero, ¿es el museo el lugar para exponer facsímiles y “copias de exposición” que no son más que reproducciones?
Esto ocurre en esta muestra, y más de dos veces. El comisario necesitaba la “ilustración” y, como no la ha podido conseguir, nos pone una foto. Es así como vemos, por ejemplo, la Genealogía fantástica de Gérard de Nerval, clave en el planteamiento de la exposición-libro. Por otra parte, no parece que se hayan hecho los esfuerzos suficientes para conseguir piezas de la categoría que exige el museo nacional. Sí, hay obras de Munch, pero son tres bocetos muy poco trabajados y obra gráfica; de Max Ernst, que es una de las figuras protagonistas, dos pequeños cuadros; de Rothko, dos pequeños dibujos; de Pepe Espaliú, tres dibujos... La presencia de artistas españoles, por cierto, es testimonial: Espaliú, las fotografías en Cercedilla y Chile de Maruja Mallo y una serie del marginal Ocaña. Hay en Formas biográficas artistas de primera junto a otros de segunda, por no decir de tercera. Es lo normal cuando la calidad de los artistas y de las obras importa menos que el relato.
El comisario ha dejado claro que deseaba dejar fuera del suyo los grandes nombres y las hagiografías. Mas, si hablamos del vínculo entre la obra y la biografía en la contemporaneidad, ¿cómo no mostrar ejemplos de artistas tan influyentes, y en este mismo tema de estudio, como Frida Kahlo, Joseph Beuys, Alighiero e Boetti, Andy Warhol, Bas Jan Ader, Sophie Calle, Bruce Nauman o, incluso, Tracey Emin? O tantos fotógrafos que han documentado o ficcionalizado en detalle su existencia, sus espacios vitales, su familia y que se han transformado en otros...
Los dos grandes pilares del museo, Picasso y Dalí, son ejemplos clarísimos de mitologías personales pero sólo el primero es citado en una obra de Martin Kippenberger. La elección de los artistas ha venido en gran parte determinada por su vinculación a los autores literarios identificados como “faros”: Nerval, Kafka, Strindberg, Beckett y Kantor, a quien se dedica una de las trece salas. Pese a que los lazos sean a veces muy endebles, esta interrelación con la literatura es indudablemente fructífera pero existe todo un género literario, el de las vidas de artistas -abarcando el de la autobiografía del artista-, que habría sido también oportuno traer a colación. Se plantean cuestiones muy importantes, unas más centrales que otras, como la huella en la biografía de la casa, la habitación, el taller, la carga vital de los objetos, la teatralización, ciertos parentescos poéticos en el París surrealista, el impacto que la presencia del artista puede producir en el espacio urbano...
Una estupenda pared con obras fotográficas de Günter Brus, Francesca Woodman y Claude Cahun nos da idea de lo que esta exposición podría haber sido. Es también muy buena, a pesar de no contar con las mejores obras teatrales de Munch, la sala que las confronta con las de Alfred Kubin, Brus y documentación sobre escenificaciones de Strindberg. Impresiona la habitación 202 del Hotel de la Amapola, de Dorothea Tanning, y se valora la selección de Louise Bourgeios, a la que, sin este corsé literario, se debería haber dado mucho mayor protagonismo. Philip Guston goza de una buena representación, así como Valie Export, y son dignas de verse, aunque no vengan a cuento, las dos grandes fotografías de Jeff Wall. Chevrier es un experto en fotografía, y nos ofrece la posibilidad de admirar a algunos de los grandes del medio, como Henri Le Secq, Raymond Hains, Walker Evans (¿?), Duane Michals, Santu Mofokeng... E incluso organiza tres pequeñas exposiciones dentro de la exposición. Una sería la mencionada sala sobre Tadeusz Kantor, con obras plásticas suyas, elementos escenográficos y algún eco artístico; las otras dos se sitúan en los márgenes del argumento, con las célebres por polémicas fotografías de la palestina Ahlam Shibli, y con los grabados sobre el viejo París de Charles Meryon. Lo del skater Ed Templeton, que emergió el año pasado como artista... pues sí está muy relacionado con la construcción biográfica pero, la verdad, sus composiciones de fotografías y notas parecen hechas hace 30 años.