Galerías de arte: el diluvio universal
El sector reclama una política favorable del Gobierno para superar la coyuntura. Muchos establecimientos se replantean su función para convertirse en agentes. Las múltiples crisis han mostrado que el tejido coleccionista era un espejismo.
En el agitado frente de la cultura en España, tan cuajado de tormentas perfectas, la que está cayendo desde hace cinco años en el sector de las galerías va camino de adquirir categoría de diluvio universal. A la subida del IVA y la caída del consumo se suman el final del camino para algunos de sus más destacados representantes desde los 80 (como Soledad Lorenzo), los retos propios de un cambio de modelo (¿sigue teniendo sentido el ecosistema tradicional de compraventa?), así como la constatación de que la forja de un tejido coleccionista digno de ese nombre, que se dio por hecho con la llegada de la democracia, quizá solo fue un vano espejismo.
Tras un sondeo con algunos de sus más destacados representantes, abundan los adjetivos descorazonadores, pero pueden resumirse en el parecer de Helga de Alvear, seguramente la galerista española que dispone de mejores pertrechos para la tempestad: “El negocio está muerto”, sentencia. “Fuera de España, no se entiende el desprecio hacia la cultura”.
¿Cómo hemos llegado a esto? Y sobre todo: ¿qué hacer para, certificados los males, construir un futuro sostenible?
Primero, los síntomas del enfermo. Pese a la imagen de champán y derroche que puedan ofrecer los titulares de las subastas internacionales, España es, si se permite el recurso al eslogan turístico franquista, completamente different. Las jequesas con cientos de millones de presupuesto no paran por aquí. Los viejos buenos tiempos se sustentaron sobre todo en la pujanza de una clase media-alta que en los años de bonanza consideró la compra de arte como un lujo necesario.
El empobrecimiento generalizado de la sociedad, la sostenida sucesión de malos augurios económicos y los recortes en las asignaciones públicas, que han reducido dramáticamente el presupuesto de instituciones municipales, autonómicas y nacionales, han acabado por privar a estos negocios de sostén. Algunos marchantes desvelan que en 2013 las ventas han sido prácticamente inexistentes. Otros, como el madrileño Álvaro Alcázar, fijan la caída de ingresos en un “60 o 70%”.
¿En qué habría contribuido en estos años de travesía en el desierto una política cultural favorable? Imposible saberlo. Cuando el sector especulaba con candidez sobre cuándo llegaría la tan prometida Ley de Mecenazgo (destinada a convertir la inversión en cultura en un creíble motivo para la desgravación fiscal), el Gobierno decretó la subida del IVA, en este caso del 18 al 21%.
En un encuentro con los representantes del Consorcio de Galerías Españolas de Arte Contemporáneo, Alberto de Juan (Max Estrella), Àlex Nogueras (Nogueras Blanchard) e Idoia Fernández (Nieves Fernández) desgranaron los agravios comparativos que, en un mercado global, supone una decisión como esa. “Un 21% es una barbaridad en un contexto como el europeo, en el que las ventas se cargan con valores en torno al 7% alemán. Ellos saben que con ese régimen recaudan más y además compiten con los fuertes; Suiza o EEUU. Pero no solo es eso, hay que tener en cuenta que el IVA también ha subido para los artistas, del 8 al 21%, lo cual pone las cosas muy difíciles a los jóvenes”. Resultado: los vendedores se ven abocados, en muchas ocasiones, a asumir el gravamen por la vía de los descuentos y el fantasma del pago en negro vuelve a sobrevolar las transacciones.
Estas impresiones quedaron confirmadas por el último informe de la web especializada en estadísticas artísticas Artprice, que fijaba en un 62% la caída de las ventas en subastas en España. También pintaba una situación especialmente dramática tanto para los creadores no consagrados, que han emprendido una “emigración en masa”, como para los galeristas que trabajan el mercado primario, que conecta artista y comprador. Eso, sumado a la “reducción a una cantidad simbólica” de las ayudas estatales para viajar a ferias extranjeras (hoy, el único sustento para muchos marchantes) ha repercutido en todos los órdenes del negocio artístico, despidos y cierres han sido moneda común en las 3.625 empresas que se dedican al mercado del arte y en las 7.000 firmas que dan servicio a las galerías: transportistas, enmarcadores, laboratorios, fabricantes de lienzos, gestores culturales, electricistas...
“Nos han querido presentar como señoritos, no como a trabajadores de la cultura”, se lamenta Alberto de Juan, de Max Estrella. “Por eso creemos que hay una intención maquiavélica de destruir el mercado del arte contemporáneo español”. De esa demolición programada de un ecosistema participarían, aseguran, las declaraciones realizadas por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en una entrevista con este diario del pasado 27 de octubre. Sus palabras (“La subida (del IVA) no se refiere a toda la actividad cultural. No afecta a la entrada a museos, a galerías de arte. Eso no ha subido”) han provocado una carta abierta del Consorcio de Galerías en la que se puede leer: “En la actual situación legislativa a cualquier ciudadano —español o no— le sale más a cuenta comprar, por ejemplo, en una feria como ARCO, la obra de un artista español a una galería del resto de Europa que a una española, porque solo España tiene un régimen de IVA tan insensible respecto al arte”.
Pese a todo, también ha habido alguna buena noticia, como la inminente vuelta de Oliva Arauna a la arena madrileña, tras 18 meses en los que su local estuvo clausurado por orden municipal. O esas que aún cuentan que los establecimientos todavía contribuyen a engrosar la mermada oferta cultural de nuestras ciudades. Basten unos ejemplos de ello: Rui Chafes, en Juana de Aizpuru; Herbert Brandl, en Heinrich Erhardt, y Dan Shaw-Town, en Maisterra Valbuena (las tres en Madrid); Guillem Nadal, en Pelaires (Palma de Mallorca); Jaime Pitarch en Àngels y Vicenç Viaplana en Carles Taché (Barcelona); o Carmen Calvo en Rafael Ortiz (Sevilla).
Por cuánto tiempo podrán seguir prestando sus servicios públicos es toda una incógnita. Álvaro Alcázar admite que “este año ha sido algo mejor que los dos anteriores, en los que los coleccionistas no venían siquiera de visita, para evitarse tentaciones”. Sea como sea, la recuperación parece lejos. La pregunta que cabría hacerse es si merece la pena volver al sistema anterior, dada la endeblez que ha manifestado cuando las cosas han venido mal dadas.
“Ha quedado claro que todo esto carecía del grosor debido”, opina el artista Eduardo Arroyo. Para mayor detalle sobre los síntomas y razones históricas tras la sentencia de Arroyo, conviene recurrir al revelador estudio de María Dolores Jiménez-Blanco recién publicado por la Fundación Arte y Mecenazgo, que, impulsada por la Caixa, trata de fomentar el coleccionismo en un país de glorioso pasado en la materia pero con un presente desalentador.
A pesar de ello, muchos de los galeristas siguen convencidos de que el modelo (negocios atendidos por sus propietarios con poco personal subalterno) no ha quedado obsoleto. Un reciente encuentro internacional celebrado en el Macba de Barcelona planteó la necesidad de una mayor colaboración y comunicación entre establecimientos y ferias y, en suma, entre todo el sector. Y siempre queda la opción de Internet (“buena para la difusión y la publicidad, pero escasamente útil para la venta”, opina De Alvear), dado que la alternativa de las megagalerías de Londres, París o Nueva York (convertirse en pequeños museos, rivales de los centros tradicionales) parece de momento fuera del alcance español.
Uno de los experimentos más esperanzadores de los últimos tiempos es el agrupamiento de establecimientos en la calle Doctor Fourquet, un lugar bajo el sol del Reina Sofía para principiantes (García Galería), veteranos (Espacio Mínimo, Fúcares o Helga de Alvear) o inmigrantes, como Casa Sin Fin (Cáceres), Moisés Pérez de Albéniz (Pamplona) o Nogueras Blanchard, que ha abierto en Lavapiés un espacio alternativo al de Barcelona. Àlex Nogueras, que pinta una situación “mucho peor” en la ciudad condal, opina que las programaciones conjuntas con otros colegas animan el negocio. “La gente sale aún de galerías. Nada mejor que poder ver varias en una tarde”.
Unos metros más al sur, Julián Rodríguez, de Casa Sin Fin, apuesta por la galería como algo más que una mera tienda. “Concebimos el trabajo como el de un laboratorio creativo entre comillas, con especial atención a lo editorial y al texto”. Desarrollan proyectos que luego acaban reflejados en libros “independientes del fenómeno expositivo”. El último: uno del fotógrafo Jorge Ribalta sobre Carlos V y “una idea de Europa”, que se expondrá en 2014.
De la misma “necesidad de llevar a cabo desarrollos ambiciosos más allá de las circunstancias” parte la idea de los directores de T20, en Murcia, que han trabajado en un ciclo expositivo de un año para conmemorar el 150 aniversario de la creación del Museo Provincial de la ciudad.
En esa doble función ve Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, la única alternativa viable. “El papel de servir al mercado es muy importante, pero no tiene por qué ser el único. Se puede atender a la mediación, a la producción... Se trata, sí, de acompañar al artista, pero ¿por qué no de otro modo?”.